12.2.12

Lo que creo que escribo, lo que escribo, y los hechos

Lo primero, como inicio de este blog, o mi presentación en él:

Lo que creo que escribo

Durante mis primeros años  digamos "literarios", escribí poesía; no es necesario aclarar que era malísima. En realidad no escribía poesía, sino que sencilla y llanamente estaba aprendiendo lo que era escribir, es decir: producir un edificio de ideas. Luego de que aprendí eso, me enfrenté con una sensación aterradora: la poesía, aquello que venía escribiendo de forma frenética y militar, no me estaba sirviendo en absoluto como vehículo de mis ideas. Así que abandoné la poesía y concurrí a la prosa, sin rencores ni remordimientos. Por cierto, que tampoco son dos enemigos mutuamente excluyentes, quizá ni siquiera sean dos enemigos. Aún escribo, con frecuencia escasa, rara, apenas destacable, algún poema; por otro lado, muchos pasajes de mis narraciones, aunque fragmentados, podrían perfectamente defenderse como prosa poética.

Quizá también me alejó del poema el ambiente de la poesía que me rodea(ba): todo el mundo haciendo sus versos, todo el mundo asociando objetos sin importar las consecuencias lingüísticas que provocan, sino la originalidad, el arranque jovial de lo novedoso [quizá todo el mundo, como yo, también estaba aprendiendo]. Sin necesidad de mencionar siquiera el espectáculo de observar el concurso de excentricismos que se practica entre los poetas. Quizá tuve mala suerte en los poetas con los que me tocó relacionarme. Bajo ese "todo el mundo" no me gustaría encerrar, injustamente, al verdadero poeta, al cabrón o la cabrona que muere todos los días bajo ese fuego. Pero, en resumen: nada más desalentador. 

Por supuesto, ese concurso de aprendices de excéntricos también existe entre los escritores -en la metafísica de la pose intelectual, no hay nadie más asqueroso que un escritor-, pero a los escritores les es más difícil escapar de sus ideas, son gente a las que se les puede bombardear el rancho más fácilmente. En cambio a los poetas no: sus ideas son poemas, es decir, no están envasadas en la matemática del lenguaje, no viven en un rancho levantado con el revoque de la lógica: para pegarles hay que ir a buscarlos. A un escritor le tirás con tanqueta, lo cazás desde una loma. A un poeta le tenés que tirar con sniper.

Con el tiempo comprendí estas razones. Mis ideas no eran poemas, no eran balas. Eran ranchos, edificios, catastro, obuses. En el mundo de las ideas, ser guerrillero debe ser divertido. Pero en el mundo de la política ser guerrillero es inútil.

Y con esto llego a mi primer puerto: lo que yo creo que escribo: la literatura es política, y yo creo que escribo el resumen, el fruto, la interpretación positiva de mis ideas políticas. La poesía también es política, también es ideología [o mejor dicho, también puede ser política e ideología], pero por lo menos a mí no me interpreta. Tomo, entonces, el escribir, como un acto político continuado. Y para quienes alguna vez militamos en algo, es difícil escribir y no acordarse constantemente de eso. 

Ya sé: si digo aquí, si tan sólo amenazo aquí con decir "La literatura es a su vez una forma de militancia" o algo por el estilo, con seguridad parezca una fórmula del pequeñoburgués intelectual que intenta limpiarse los hombros de su consciencia social y dormir tranquilo, mientras a su lado ocurre lo indecible, lo inenarrable, lo verdaderamente violento: la ideología. Sin embargo, por desgracia el pequeñoburgués intelectual se va a limpiar los hombros con ésta o con cualquier otra de las frases preparadas, o con cualquier elemento retórico que le venga a mano en su intelecto. Esta frase no es culpable del pequeñoburgués, aunque pueda ser su arma, su respuesta, su naipe. Hay una cosa que debería quedar clara: el pequeñoburgués intelectual va a intentar dormir tranquilo siempre, sin importar qué ideas se vean parasitadas por él. Dicho, y aclarado esto: sí, mi literatura es una forma de militancia.

Se puede argumentar que, stricto sensu, toda obra literaria responde al momento ideológico de su autor y refleja las circunstancias históricas en que fue escrita. Pero detrás de este tecnicismo, que lo único que haría sería arrear todos los objetos de análisis bajo un solo paraguas para luego desmenuzarlos bajo cualquier foco, no existe ningún crecimiento teórico posible. Como todo lo abarca, toda discusión cesa. Además, siendo sincero, dudo que algunas obras recientes en verdad tengan algo de interpretación positiva de la política de sus autores.

En resumen: lo que yo creo que escribo es la responsabilidad política de mi pensamiento.

Lo que escribo

Escribo narrativa, en sus dos modalidades, relato y novela. Tengo varios proyectos de novela, de los cuales sólo he terminado uno. Además he terminado un libro de relatos, que es el producto de un conjunto de relatos que se fueron reuniendo y estructurando bajo ejes parientes, y terminaron fundando este libro.

No escribo teatro, no soy crítico literario, no soy poeta, no hago performances, no declamo.

Los hechos

Los hechos son que mi primera novela es una nouvelle titulada Fat boy, que edité de forma independiente -como no podía ser- en diciembre del 2010. La distribuyo y la vendo yo, sin intermediarios, excepto un par de librerías amigas que tienen un ejemplar.

Mi segundo libro, el libro de relatos, se titula Volumen. Parte de la alineación titular de este libro la he ido publicando en dos revistas de literatura, Narrativas y Resonancias, siendo Narrativas mi preferida y donde más cómodo me siento: allí sé que realmente leen mis textos, sé que no me los van a modificar siquiera en una maldita coma [a diferencia de la segunda], el producto -la revista en sí- me parece muy profesional, no tiene publicidad de ningún tipo; y, un detalle no menor, tiene la periodicidad ideal para mí: trimestral, ni muy seguido, ni muy infrecuente. 

No quiere decir que Resonancias sea una mala revista, no soy quién para evaluar su prestigio, y aunque fuese "alguien" no vería la utilidad o la relevancia en ello. Me gusta su interfase, me gustan sus artículos, me gusta su plantel y sus publicaciones. No me gusta que me editen los textos. Lo considero una especie de estafa intelectual, como si los tipos me aceptasen un cheque de mil pesos, y luego en sus casas borrasen un cero y me lo tomasen por uno de cien pesos. En ese sentido, soy un escritor muy posesivo y despótico [o no, ¿quizá no es más que una sensación natural que compartimos todos los escritores?: que no nos toquen una maldita coma; no lo sé, conozco algunos que no les importa]; además, según mi manera de verlo, no tocando una sola coma de un texto es una situación win-win para la revista: si me desvié en algo, es mi culpa, no de la revista, y si no me desvié, pues mejor, salimos ganando los dos.

La revista Narrativas cumple entonces su papel muy bien, y me gusta que sea sólo eso, una revista: no tiene blog, no tiene enlaces a todos lados, no se publicita con otras revistas/recursos-para-escritores, allí nadie comenta nada, nadie compite o muestra su competencia en vivo y directo, no existen allí las bestias histéricas; es decir, no es un producto intelectualmente burgués: no compite, no tiene la histeria burguesa, no carga/publicita la plusvalía de otros sitios culturales burgueses. Y eso me gusta: vos vas allí y sabés que sólo podés ir allí para leer su contenido. No podés ir nada más que para eso. Entrás, bajás su .pdf, y listo, salís, por tres meses no tenés que entrar nunca más. Para ser una revista literaria, es brutalmente sobria. Y eso sí que me gusta.

Allí se pueden leer varios de mis relatos, algunos que considero bien logrados, otros de mediana calidad [ahora los veo así], y otros decididamente pobres, que están allí no porque yo supiese que eran pobres pero los mandé igual, "para figurar", sino porque yo era, como escritor, de ese nivel de pobreza.

Y hasta por allí las cuestiones básicas e iniciales de mi literatura. En este otro blog, dedicado sólo a reflotar algunos de esos textos, pueden leerse las últimas versiones de lo que ya está en esas revistas.