27.11.13

Ideas sobre ideas-hiena acerca de "El Espectador", de Javier González Blandino

Bit

En otra próxima oportunidad, si el escasísimo tiempo me lo permite, escribiré sobre un interesante libro de publicación reciente, El Espectador, de Javier González Blandino, publicado por el Fondo Editorial SOMA. Ahora comentaré sobre algunos rasgos paradigmáticos del tipo de comentario cultural nicaragüense que he observado en dos artículos sobre este libro, a saber, "El Espectador", de Roberto Aguilar Leal, publicado en El Nuevo Diario del 241113, y "Managua: La tentativa imposible", de Carlos-M Castro, publicado en Noticultura.com el 221113

Como sociedad, escribir libros es fundamental, vaya perogrullada. Pero igual de relevante es criticarlos. Es en el ejercicio crítico de nuestros libros donde estos despliegan toda su polisemia, su tensión, etcétera. Por desgracia, y éste es quizá uno de los cánceres de las estructuras culturales hoy en día, una mayor cantidad de personas leerá estos artículos antes que el libro en sí sobre el que hablan -incluso éste con seguridad ni lo lean-; por lo tanto: mayor énfasis todavía en estudiar y analizar cómo producimos esta crítica, cómo circula, bajo qué premisas de comunicación y qué direccionalidad tienen. Y si uno encuentra viciado un ejercicio crítico en particular, además de abordar y analizar los libros, nunca viene mal "tacklear" la picadora de carne que es el periodismo cultural, por lo menos para que no se la lleven de arriba. Por lo menos. Porque reproduciendo bit cultural por bit cultural es como lo que en un inicio era un rasgo se transforma de pronto en una verruga ombliguista y de allí en una profecía autocumplida, y de esto a ingresar como cliché no debatible en las abolladas "identidades culturales" de nuestros países sólo hay uno o dos reality show de distancia.[1]

Me es más problemático el texto de Leal y las mónadas sobre las que opera para conectarse con el libro de Blandino que el de Castro [texto éste con el que prácticamente no siento problemas]; sumo a ello que si bien Noticultura -donde reside el texto de Castro- es un portal web accesible a un hipotético cien por ciento de lectores, el periódico El Nuevo Diario -donde está el texto de Leal- es un medio de circulación nacional, y posee mayor penetrancia efectiva.

Por favor, rápido, ¡common sense!

Desconfiar cuando encontramos una idea que comienza de la siguiente manera: "Como todo buen escritor sabe [o "debería saberlo"], etcétera...", o "En una buena novela etcétera...". Aquél que piense que el ser un "buen" escritor tiene algo que ver, aunque sea en su más mínima expresión, con un saber, y sobre todo con un saber que tiene más un tufo insoportable a common sense y a prueba-y-error que un aroma a ciencia textual u orden logológico, aquél que piense así, decía, rara vez sabe realmente de lo que está hablando.[2] Y, aunque no lo parezca, [cfr. ensayo de Leal] hay buenas novelas en las que, por increíble, chocante y escandaloso que pueda presentársenos, no hay una ciudad, o si la hay sólo existe como una débil y tenue figuración que contrasta con la poderosísima personalidad del actante o los actantes.[3]

¿Rasgos del mundillo literario nicaragüense? ¿Latinoamericano? ¿Mundial, eternamente mundial? Después del cobro de coimas [o "mordida", en chapiollo], la profesión de declarar quién es un buen escritor y por qué es el oficio más viejo del mundo. En Uruguay, en Nicaragua, y en cualquier lugar del mundo. Pero ojo: no acostumbrarnos a utilizar como armamento ideológico el common sense apuntalado por la amenaza de que sabemos qué es ser bueno en literatura. Temer a quien con Набóков nos dice en melíferas palabras "Yo amenazo con saber esto". Porque, una vez despojado de este apuntalamiento, continúa siendo common sense. Lo que tendremos no es un ejercicio crítico sino un ejercicio de common sense disfrazado de crítica, que es más tóxico que si no hubiese nada en primer lugar. Los peores (y más formidables) armamentos ideológicos son aquellos discursos tales que hacen de la no existencia de discurso algo preferible a los primeros: parecerían obligarnos a elegir entre aquellos o el silencio; y para quienes venimos del silencio esta "elección" significa la resignación a viejas heridas, a silencios innegociables.

Para ponerlo más exacto en términos adornianos: en el contexto de un ejercicio crítico claramente connotado como tal -por ejemplo, un texto en un suplemento cultural de un diario de circulación masiva- el common sense es el caballo troyano que viene a torpedear la inteligencia, y lo hace anulando su debatibilidad desde una posición de unidireccionalidad -la de un talking head en una página de diario-. Interrogar este "ejercicio crítico" equivaldría, en términos ideológicos, a declarar que no sabemos o no participamos del saber qué es un buen escritor, una buena novela. Y autocensurarnos por miedo a realizar esa "declaración" es la marca de fábrica del terrorismo intelectual. Así que ojo: no acostumbrarse a eso.

El antídoto, por supuesto, no es el declarar nosotros a su vez "No, eso no es una buena novela, sino que es esto" -porque en suma equivaldría a participar del juego de la hinchada-, sino el de desmantelar la estructura que contiene este common sense, o sea, otra vez, en términos adornianos, el de declarar y establecer que la crítica cultural no es un menester de los hinchas.

Por supuesto, para el talking head, la promesa de figurar es... irresistible, o quizá insoslayable.

Managua... we have a problem

La novela de González Blandino y Managua van de la mano. También van de la mano, ya en un nivel más conceptual, los intereses del discurso de González Blandino y la profundización de la experiencia de lo urbano. Por ejemplo, un predilecto de este escritor es Walter Benjamin, y de éste su obra El libro de los Pasajes [o "The Arcades Project", en la versión inglesa]. Y narrar nuestras ciudades es, ni qué hablar, una operación imperiosa y fundamental del corpus todo de una tradición narrativa: algunos afrontarán esta tarea, otros no, pero en su conjunto es crucial que las experiencias de la urbanidad estén refundidas en la literatura. Nunca existirá una ciudad lo suficientemente narrada como para no dispensarle por lo menos un cuentito, una leyenda, o aunque sea un chistecito de gallegos.

Ése sería el ejercicio crítico: estudiar en la obra la operación de la ciudad. Y esto sería el common sense: declarar que nuestra ciudad es así o asá, y que sería obvia la presencia de ese tal elemento en la obra. ¿"Imagined Communities", de Benedict Anderson? ¿Nacionalismo banal? En este caso, la nación, o la micronación, paridora de ese discurso micronacionalista, sería Managua, o para el caso toda aquella ciudad cuyos productores de discurso crean lo suficientemente homogénea para dilapidar en unas cuantas sentencias.

Hace muchos años ya que no vivo en Managua. Pero viví en ella, y la caminé, y me resulta difícil de digerir el discurso de estos escritores cuando corren a abusar del cliché gastadísimo de que Managua es una ciudad inconclusa o un proyecto fallido de urbanidad, etcétera. No sé si alguien se ha preguntado si Nicaragua toda podría ser una nación fallida (o fallada, quizá sería más exacto); si respondiésemos críticamente a esta pregunta quizá podríamos abreviar la cantaleta de Managua como "ciudad fantasma", "ciudad espectral", "ciudad donde los seres no tienen identidad", "ciudad donde la gente se siente exiliada dentro de ella misma", etcétera, etcétera. Ciudades todas estas -todas estas managuas-, curiosamente, sentenciadas por personas que todavía no se han arremangado la camisa como para ponerse a cambiarla [¿tesis XI sobre Feuerbach?]. Más que un ejercicio crítico, a mí parecer resulta un ejercicio de common sense.

Metropolititis

Lo he notado también observando otros discursos de otros escritores jóvenes: existiría, parece, una neurosis porque Managua fuese la más enferma de las ciudades, la más decadente, un rancherío lo más semejante posible a un comemierdero[4] sobre la cual los inventores de ciudades invirtieron especial énfasis y saña en crear como la prueba más demoledora de que el hombre es una basura. Y vuelvo a lo mismo: no estoy implicando algo contrario, no deseo inferir que no, que Managua en realidad es, por ejemplo, una Curitiba o una Brasilia, porque eso implicaría reproducir la estructura del common sense [ver antes]; digo que desmantelemos esta estructura discursiva al estilo hincha o barra-brava donde competimos en establecer discursivamente qué tan enfermiza y sangrante ha sido nuestra crisis de metropolititis, y qué identidad tan vacía oh que tenemos oh. ¿Cabría preguntar mejor si podría ser que las famosísimas crisis identitarias que sufrimos tienen antes que ver con las direccionalidades y el tráfico de los discursos que colonizan el país, o con las políticas culturales que permeabilizan el mercado del discurso y la cultura? Es decir, no lo sé, pero podría ser por allí la cuestión. ¿Qué pesa más en el cementerio de la cultura: un paseo por una calle de la ciudad, o un paseo por una calle de la ciudad con unos mega-audífonos puestos y enchufados a la chatarra musical del momento? Antes que correr a armarme ideológicamente del common sense, investigaría la coagulación de estos elementos tan supuestamente irrebatibles, singulares y especialísimos de Managua. Es cierto: cada ciudad es absolutamente única, pero no lo es necesariamente el discurso que desgajamos de ella.[5]

Desconfiar entonces del discurso que es antes tic masoquista y que apunta a promover nuestra ciudad como si fuese la última ciudad,[6] la ciudad más "algo", más equis; y en este equis podemos sustituir el rasgo que más nos soca en el zapato de nuestra neurotizante experiencia de lo "posmoderno": podemos decir de nuestra ciudad que es la más "caótica", la más desordenada, la más curiosa, la más romántica, o fantasmal, o alienada, o la que tiene menos árboles o más lagunas, o lo que a usted más le duela de Managua. Aconsejaría a todo aquél que desee correr ágilmente a declarar su ciudad como "la más algo" -sobre todo si ese algo tiene un sentido destructor, decadente, lapidario, o lisa y llanamente masoca-, a pasarse unos meses en las apacibles, ordenadísimas y ciudad-letradísimas favelas de Sao Paulo o Rio de Janeiro, o a encontrar ese magnífico orden y eso edificante y civilizatorio que rezuma en las enormes villas miseria de Buenos Aires, o, si lo prefieren, a darse una vueltita por los inenarrables antros pseudoindustriales de verdaderas ciudades-ghettos que respiran en países como India, China o Tailandia, donde lo último que encontraremos es una brizna de planificación urbana. 

Así que pensar que vamos a decirle algo nuevo al mundo representando nuestro humilde pueblo de pescadores como si fuese uno de los lugares más extremos de la tierra es algo que raya en lo chistoso y en lo necio; y de última, si ése es el plan, habría que sacar ticket y hacer cola en la enorme fila de la historia de la literatura, porque podemos apostar que hallaremos gente muy apurada en estos menesteres en casi cualquier barzuelo de la metrópolis que más nos guste, muy cómodos desde el punto de vista del codo, si lo pensamos.

El Espectador, de González Blandino, tiene cosas valiosas que decirnos y proponernos[7]; su potencia es genuina. No sé si podría decir lo mismo de los discursos neurotizantes, singularíticos y solipsistas que la reportan, que la reseñan o, como le dicen aquí en el barrio, que le hacen de hienas.

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[1] El trayecto en el que el ejercicio crítico inicial se despoja de toda debatibilidad y pasa a convertirse en un plato típico o en el pájaro nacional, ¡qué institución, señoras!, la de lo común, ¡qué institución! O sea, que a cambio de estandarizarse nuestra idea pierde sus dientes.

[2] Y, más allá de este supuesto saber resabido y ultrasobreviviente al paso del tiempo, hoy dejaremos por fuera al pobre sujeto batmánico y fetiche que es propuesto aquí en teoría como dueño de ese aludido saber, o sea, el "buen" escritor. Es increíble que, descontando los diálogos o intercambios entre hinchas o barras-brava cultural, todavía existan argumentaciones a favor o en contra de lo que supuestamente sería ser "bueno" en la escritura.

[3] Se me ocurriría aquí mencionar casi cualquier "buena" novela de Samuel Beckett, en particular El Innombrable, o Molloy, o Malone muere, [¿Cómo es? ¿Watt?] sólo por ir con un escritor que tengo más a la mano; o investigar si quizá Crimen y castigo es en realidad el nomenclator de las ciudades rusas en vez de un monumental fresco sobre la condición humana; pero no mencionaré estas obras ni estos "buenos" escritores, más allá de esta inocente y feria-ambulante Nota al pie.

[4] Condición que, si tomamos en cuenta la muerte del Lago Xolotlán, no está muy lejos de la realidad.

[5] Entre toda una palada de cosas interesantísimas al respecto, y haciendo nexo con las imagined communities, tenés que ver Nation and Narration, editado por Homi Bhabha, en particular el texto de Doris Sommer "Irresistible Romance: The Foundational Fictions of Latin America".

[6] Digámoslo como "seguramente" sea: para la enorme masa de escritores que se aprecien como tal, su ciudad es siempre la última. También lo es para el hincha el cuadro de sus fabulosos amores.

[7] Espero en un futuro poder escribir sobre este libro que gentilmente me acercó el mismo González Blandino.