14.12.12

Rinse


¿La sociedad nica -si es que sólo hay una, y no muchas- está en la etapa en que se está intentando elevar la literatura y la producción cultural como la joya del librepensamiento, a un nivel de masas? ¿Y de cuántas masas hablamos cuando hablamos de masas? ¿Todavía es un bien -ya casi económico- el "librepensamiento"? Quizá el siglo XXI es el siglo curado del librepensamiento. Las neurosis padecidas por las élites pequeñoburguesas se traducen en lo siguiente: a la par de los conflictos materiales presentes en el sistema capitalista [retrasado, para el caso de Nicaragua] marchan amenazantes conflictos culturales donde la privatización del lenguaje, del conocimiento, y la liquidez de bienes culturales que otorgan status son piezas claves. Hay quienes aspiran a ser el escritor bancario. Incluso la marca de pensar el librepensamiento como una joya aún posible es una marca, una matrícula, que puede usarse para ser reconocido entre pares: ¿Quiénes defenderán lo que yo defiendo a muerte? Ellos serán mis amigos. ¿Quiénes se me opondrán? A ellos hay que tenerlos cerca. ¿Y quiénes abandonarán mis causas a las primeras de cambio? A estos hay que afeitarlos lo más rápido posible del negocio, por ejemplo ignorándolos en cualquier suplemento cultural. 

La ilusión de la producción literaria como cúspide del librepensamiento viene a sepultar un poco estos conflictos, a hacerlos menos evidentes bajo el efecto de la potente droga de la libertad. El axioma es el siguiente: Leo y escribo lo que quiero y como quiero, y lo socializo como quiero, y también elijo qué feedback ignorar, qué praxis social, derivada de mi actividad literaria, mantener en silencio. Esto es, en términos materialistas: de una praxis social en particular, controlo sus determinantes. Sólo los verdaderos esclavos podrían genuinamente pensar esto. Leer, sí, es un acto insurgente por definición. Pero pensar que leer libera es no haber entendido el imperio de la lectura. Luego sustituir con escribir. Repasar. Enjuagar. Volver a usar.

23.3.12

El escritor-gerber (segunda parte)


---------------------------------------------------------------------
Continúo, entonces, esta reflexión, ahora ya de una menor potencia [la he venido suspendiendo por equis o ye motivos, dispersantes], y propongo que reflexionemos un poco como escritores en ese segundo aspecto, el escritor con el entorno de su obra, pensando en las ideas-fuerza del libro de Edward Said, Representaciones del intelectual, que ya anoté.

Papilla

El escritor-gerber es un escritor que escribe gerbers, es decir, papillas de frutas enlatadas de fácil digestión. El lector-gerber no es el lector que consume estas papillas, porque todos, en realidad, de una forma u otra, consumimos estos frasquitos de gerber. Ey, ¡a quién no le gusta divertirse! Así que no nos rasguemos las vestiduras. No. El lector-gerber es el tipo de lector de cuyo nivel de abstracción necesita la industria del gerber para subsistir. La relación entre estos tres es una relación de supermercados. En esta relación están interiorizados los hábitos mentales nocivos acerca de los cuales se extiende Said.

El escritor con el entorno de su obra 

¿Pero exactamente qué es lo que hay detrás de todo esto? ¿Qué es lo que hay implicado en este entorno de la obra del escritor con el escritor? ¿Es una cuestión de mercado inevitable, inexpugnable? ¿Debemos ser "realistas" y remitirnos a que "el e-book llegó para quedarse, por lo tanto dejémonos de joder con el entorno"? ¿Y qué entorno? ¿El entorno de Amazon? ¿La profundización de servicios como Amazon es el golpe de gracia a la crítica de libros como el de Edward Said? ¿Ya es obsoleto el mundo acerca del que pensaba Edward Said? ¿De todos modos somos escritores en países-pocket, con ideas-de-pocket, con ventas-de-pocket, no podemos influir sobre la realidad de nuestro libro, porque la realidad de nuestro libro no se dicta aquí, realmente no se dicta aquí? ¿Como estamos globalizados, las patologías del libro en España son también nuestras patologías? ¿El inversor extranjero es un salvador del mundo, el blog es un artillero cultural revolucionario, "la televisión es mala"? ¿Incluso este párrafo es demasiado largo porque los lectores de blog buscan siempre una cápsula, cápsula intelectual/cultural/crítica, que sea rápida y efectiva como el ketoprofeno, y si se encuentran un chorizo infinito de cosas que apenas amenace un desorden no lo leerán, rapidez cortedad síntesis resumen al grano no disgregue etcétera?

Sin embargo, aquí no hay desorden. Aquí hay ideas hijas de una situación madre -la vieja situación madre-: la obra de arte como un producto capitalista más, con exactamente todos los chiches de todos los productos capitalistas. Si usted es un realista pragmático convencido de la inexorabilidad de la ruta literaria/cultural ya establecida, o a lo sumo con un ablandamiento de ésta, puede ahora mismo, en este instante, detener esta lectura, ya que escasamente le será de utilidad.

Aspectos

La primera reflexión es obvia: es una ilusión pensar que el escritor va a influir siquiera un micrómetro en el entorno de su obra militando exclusivamente con el contenido de su obra. No existen escritores exclusivamente en el contenido de su obra. Por lo tanto, cómo hemos publicado nuestra obra es igual de importante que cómo la hemos escrito. La institución /derecho-de-propiedad-intelectual/ es la gran evidencia fósil de la magnitud de esta relación.

La segunda reflexión es: las operaciones que realiza mi libro al ser leído van completamente de la mano con el estado operativo de la cultura de la sociedad en que me encuentro. La existencia misma de mi libro dice algo, anota, a ese estado operativo de esa situación cultural. Y creo que esto tiene mayor relevancia en la medida en que, mientras más globalizado estoy como escritor, menos represento el estado operativo de la sociedad en que vivo. Puede ser, perfectamente, que todo el circuito de mi literatura -desde sus prelecturas iniciáticas, creación, producción, trabajo, publicación y feedback- no tenga lugar donde vivo, ni esté dirigido a lectores vecinos. Quizá mis vecinos literarios ni siquiera hablan español. Esto último, que parecería contraargumentar lo primero, se enfrenta con la gran dificultad de que sigo siendo una persona física, de carne y hueso, que abre la puerta de una casa y espera encontrar, enfrente de ella, una calle, donde transitan personas de carne y hueso.

La tercera reflexión es: en cuanto a literatura, la función del crítico literario es fundamental para ese estado operativo de la cultura en mi sociedad. Sin embargo, aquí hay que hacer una puntualización. Los críticos literarios son apenas una fracción de los "críticos literarios". Un crítico literario no es un-lector-inteligente-que-nos-narra-qué-le-ha-hecho-un-libro-a-éste. Estamos llenos de "críticos literarios" que son solamente lectores entrenados. No digo que la existencia, e incluso la promoción de lectores entrenados esté mal. Todo lo contrario. Ellos son grandes observadores, porque con frecuencia ellos mismos son productores de textos literarios [objetaría con fuerza aquí la discusión, ya demasiado tiempo de moda, de si una "crítica" literaria es a su vez un texto literario porque crea y recrea el texto original ya que en realidad  etcétera; para el punto en cuestión es una discusión banal; en todo caso, si usted quiere lo concedo ahorita mismo, así pasamos a otra cosa: una crítica literaria es a su vez un texto literario]. Aunque también presentan un gran riesgo [intencionadamente o no]: para la promoción del texto como producto capitalista neto y su explotación son los mejores peones de batalla, el primer checkpoint de formadores de opinión, los primeros en mover la manivela de la picadora de carne.

Entonces, lo que digo es que hay que llamar las cosas por su nombre. Por publicar en un periódico una "crítica" literaria no nos convertimos en críticos literarios, así como comentar el estado de las carreteras no nos hace ingenieros de caminos. Aunque tengamos mucho orgullo en nuestras intuiciones y en nuestra potencia cerebral y creativa, y por mucho que nos pueda doler, para ser críticos literarios, o por lo menos lo que yo entiendo por eso, hay que estudiar, y no poco, la ciencia textual. Ni modo.

Por supuesto, según parece un crítico literario también es una persona, por lo tanto también tiene su propia agenda cultural, su propia agenda política, que moldearán sus productos textuales. Esta persona no es meramente una máquina productora de textos, una picadora de carne donde por un extremo del tubo ingresamos nuestro libro bellamente pulido y por el otro extraemos un texto crítico totalmente distinto del que ingresó. Esta persona es una política textual toda ella misma. Su rol con la literatura es un rol interesado, no "independiente".

La hebilla débil

La cuarta reflexión es: si queremos atacar las instituciones literarias -o cualquier institución- [para transformar una institución, para verdaderamente transformarla, solo queda el ataque, no la reforma] debemos pegarles en la hebilla de la cadena que sea más débil. Curiosamente, de toda la literatura, esa hebilla somos nosotros, los escritores.

Quizá usted se alegraría si mañana apareciere en la puerta de su casa el agente literario de Random House Mondadori a decirle que usted ha sido seleccionado para ser editado, y que, sin más trámites que una pequeña firmita aquí, y aquí en esta copia fiel del original, usted recibirá el 10% [si usted ha tenido suerte] de los "derechos" por su libro. Usted se alegrará. Quizá usted lo vea como un premio, un reconocimiento a años de esfuerzos, una especie de golpe maestro al ostracismo al que ha sido mantenido por toda la sociedad, ya de por sí idiota por no elevarse a leer los textos que usted produce.

Sin embargo, si un agente de la Corporación Rural de su país viniese hasta su puerta para comprarle el litro de leche que usted o su peón rural sacrificadamente ordeña todos los días al 10% de lo que vale el litro, usted lo identificaría con un ladrón.

Porque eso es lo que es: un ladrón. La Corporación Rural empaquetará su leche, la pasteurizará, la distribuirá por todos los almacenes, promocionará sus yogures en las horas pico de televisión, y en ningún lugar aparecerá un cartel que diga, que anuncie, "Esto es una ladronada".

Sin embargo, si usted habla, la Corporación Rural escucha. Si usted se reúne con sus amigos productores de leche, la Corporación Rural tiembla. Si usted es un grupo de poder, las raíces políticas del país se estremecen.

Es cierto, en el fondo, muy en el fondo, si fuésemos marxianos ortodoxos, sin leche en los almacenes no habría libros. Pero he aquí que ahora resulta que los libros también son industria, los libros también son productos capitalistas, es decir, sin libros tampoco habría leche, o por lo menos no leche en los almacenes, o no habría almacenes, que es casi lo mismo que no haya leche.

Policías, ladrones

¿A qué apunto con este hilo reflexivo? A eso: como escritores, somos la hebilla más débil de todo el ciclo de producción capitalista de la literatura. Obviamente, si usted tiene tres bocas que mantener, más su madre que ya envejeció sin jubilación, por supuesto que tomará con suma alegría la oferta de Random House Mondadori. Por supuesto. Aquí no se trata de ser ascetas. Escasas, rarísimas veces, una acción política aislada, no coordinada, no organizada, tiene repercusiones políticas sensibles. Por no decir nunca.

Pero por otro lado, una supuesta necesidad monetaria no excusa de las responsabilidades políticas y culturales de aceptar esa oferta. Es decir, este escritor no es igual que un antiguo esclavo senegalés plantador de algodón, o un indígena explotado en el sistema de Encomiendas, que no puede elegir entre comprar el pan en la tienda de la hacienda a 1000% de inflación o morirse de hambre o morir directamente apaleado, porque quizá el dueño de la plantación/comendador no puede costear el precio político de tener un esclavo/indígena así, ya que si éste hace pública su denuncia de tal ladronada, esto puede convertirse en un hecho político más potente que denunciar a un editor como ladrón por pagarme 8% de los derechos de un libro que yo escribí.

El escritor está en la parte poderosa de la relación productor de texto/consumidor de texto. Si alguien no escribe, no va a haber libros. Punto. Así que si pensábamos que podíamos ser las víctimas de todo esto, estamos equivocados. Somos el link, la hebilla, la argolla más débil de la cadena, pero esto no nos regala el traje de víctimas. Quiero saber qué pensaría un taxista, un obrero metalúrgico, un cajero de supermercado, un minero, o un analfabeto si se enterase de que en realidad usted o yo somos las "víctimas" culturales. ¿En serio? Qué asco. En verdad, qué asco.

11.3.12

Ideas uruguayo-nicaragüenses / Nicaragua02

Ciudadanías de segunda clase

Si pensamos en la literatura de nuestro país, Nicaragua para el caso, -con literatura me refiero exclusivamente a narrativa y dramaturgia, excluyo por ahora la poesía- debería resaltarnos esa condición de ciudadano de segunda, tercera, o cuarta clase, que tenemos en el mundo de la literatura.

Para el escritor nicaragüense creo que le sería de gran ayuda, a su obra, y sobre todo a la vida cultural del país, reflexionar al respecto. Pero me gustaría encausar un poco el sentido de esa reflexión. Porque dependiendo del sentido que tome será la magnitud, la potencia de sus resultados críticos. Y con seguridad sus obras narrativas son las que atestiguarán esa potencia, o esa carencia de potencia.

Países de cuarta

Como escritores deberíamos de asumir que no es una casualidad, extraída del aire, el hecho del estado paupérrimo de la narrativa nicaragüense, por no mencionar la prácticamente inexistente dramaturgia. Tenemos una literatura de cuarta porque en ella reflejamos en buena medida esa categoría de país de cuarta que llevamos incorporados en nuestros genes culturales. Es cierto, este reflejo, este complejo de inferioridad, no ha sido una dominación autoimpuesta, sino que a su vez resume las condiciones históricas desde las que surgió nuestro país político -para dejarlo acotado allí, y no hablar de nación, etnia, proyecto centroamericano [o americano, si se desea] o la gesta panamericanista que usted más prefiera-.

Para no extendernos demasiado, mencionemos al pasar que durante casi todo el siglo XX fuimos uno de los ejemplos clásicos de república bananera -quizá todavía lo somos, con algunos retoques, en el siglo XXI-; mencionemos además que fuimos el país de América con más años de intervención militar directa por parte de una potencia extranjera -Estados Unidos-; y que tuvimos una dictadura de más de cuarenta años la cual, en su último período, llegó a exhibir un escalofriante analfabetismo del 50%. Así, acotémoslo para arrancar. Además de eso, con las pujas de las izquierdas en los 60s y 70s, más el triunfo de la Revolución en 1979, nos aseguramos un asiento de palco en el panorama de la Guerra Fría, aunque nunca fuimos, por supuesto, la vedette. Y todavía ni siquiera he mencionado la situación política, demográfica, cultural, que tenemos en la amplia faja de la Costa Atlántica, un lugar al que, aún hoy, mayoritariamente no se puede acceder excepto por aire o por agua, y donde el castellano ni siquiera es la lengua única.

Lo que quiero decir con ese brevísimo pantallazo político es que si culturalmente nos tratan como una sociedad de cuarta es porque políticamente hemos crecido y nos hemos comportado como ciudadanos de cuarta.

Ahora, aquí hay algunas cosas interesantes a desbrozar, porque puede parecer por allí que esta reflexión es simplemente otra política de culpas, una especie de competencia por ver quién puede ser el Bart Simpson y quién la Lisa Simpson de este episodio.

Bien, para empezar, los imperios culturales [ese Otro, ese Otherness allí afuera, contra este Nosotros de aquí adentro] siempre intentarán tratarnos como una sociedad de cuarta, porque es su estrategia de supervivencia, de extensión, de proyección más allá de sí mismos. Y lo harán independientemente de si nosotros somos el Ciudadano Ejemplar, o el canalla vendepatria. El imperialismo no va a cometer, alegremente, su suicidio cultural ni va a decirnos "Bueno, muchachos, ha sido un gusto pero nos suicidaremos culturalmente por el bien de ustedes y sus politiquetas, así que nos iremos de sus países, que los disfruten, hasta la vista, baby, sonrían". No podemos contar con ellos.

Entonces queda el otro término de la ecuación, que es nuestra existencia, nuestras responsabilidades en ella, como un país de cuarta con una historia política que sella con cemento nuestra postración/parálisis cultural frente a los imperios. [me gustaría saber quiénes serán aquellas voces que contrarrestarán este hecho -la de que hoy en día somos una colonia económica y cultural a pleno- aduciendo de que "nos liberamos" con la Revolución. Ojalá nos hubiésemos liberado con la Revolución. En serio que ojalá. Pero lo único que pudimos hacer, en el mejor de los casos, fue, si se quiere, suspender nuestra situación colonial. No me malinterpreten: éste no es un pensamiento irrespetuoso con el esfuerzo revolucionario; únicamente es un pensamiento antirromántico. Porque pensar que nos liberamos con la Revolución sin las circunstancias históricas que nos respalden es, en última instancia, un gran pensamiento de amor.]

En este paso es donde debemos ser ultracuidadosos. Porque no nos podemos dar el lujo de ser maniqueos y resolver la cuestión diciendo "Hemos sido unos canallas, unos vendepatrias, condenadnos", o retrucando con un "Ellos son los culpables por sojuzgarnos, la culpa es de ellos, mátenlos". Así como la pauperización de la literatura nicaragüense no es un estado extraído del aire, tampoco una sociedad puede sacar de la nada el as de la bonhomía y la responsabilidad política, como quien activa un switch eléctrico. Ya sabemos a dónde apuntan estas carencias: a la cultura que tenemos, a la educación, a las pugnas culturales en que estamos inmersos. A mí que me perdonen, pero esto no es nada más una cuestión política o una cuestión económica: esto es cultural. Y si esto es cultural, entonces esto puede ser literatura.

Insurgencia cultural

Así que, te repito, si esto es cultural, eso quiere decir que puede ser literatura. Con esto quiero referirme que aquí es donde el escritor va a jugar, como actor político, buena parte de sus fichas.

Sería un muy buen comienzo el que empieza por llamar las cosas por su nombre. Decir la verdad es, después de todo, un acto básico preliminar de insurgencia. Para poder movilizarnos desde nuestro puesto de dominados, lo más urgente sería que nos dijésemos "Estamos en el puesto del dominado". A usted le parecerá que esto que acabo de decir es algo de perogrullo, o que se cae de maduro. Pero yo le digo a usted que lo triste no es que sea una obviedad, sino que paradójicamente es una obviedad para las mujeres que en las maquilas meten doce, catorce, horas diarias, o para el analfabeto, que no puede construir los discursos que lo movilicen, pero no para el literato/intelectual/escritor, que derrocha sus discursos mirando hacia otra parte, pensando hacia otra parte, viviendo en otro país cultural. Que un analfabeto sepa más de dominación que un escritor, eso es lo triste.

Tenemos un país de cuarta. Somos ciudadanos de segunda clase. Actuamos como una colonia económica y cultural más. Le pasaré este dato literario, a ver qué le parece: hace pocos días me he percatado que una entidad de capital holandés financia todo el sitio web -y quizá hasta buena parte de la institución misma, no lo sé- de la Asociación Nicaragüense de Escritoras, ANIDE. Además de esto, la misma entidad de capital holandés subsidia un urgentísimo proyecto literario, como lo es el proyecto editorial de la revista Soma, una revista hecha por escritores nicaragüenses jóvenes que viene emergiendo. Y no me gustaría saber qué otras instituciones literarias podría estar sosteniendo el dinero desde Holanda. Bien, a lo que apunto es que prácticamente la mitad de la institución literaria nicaragüense está en la caridad. ¿Exactamente qué clase de literatura vamos a tener cuando nuestros libros dependen de la palabra "gracias", del tono reposado, de la mirada amistosa y ahijada? ¿Exactamente qué clase de adultez tiene un hijo cuando está enfrente de su padre? Pero no agradezcamos a Holanda tan rápido todavía. Porque aquellos que, aduciendo un supuesto acopio de realismo, argumentan que "Bueno, la realidad es que somos hiperpobres, y que peor es nada, así que Gracias, capitales holandeses, por hacernos sentir mejor y por ayudarnos a tener voz, y ya de paso ofrecernos la oportunidad de hacerlos sentir bien a ustedes al enternecerse ayudándonos", esos son nuestros primeros esclavos, es decir, los más importantes.

Mire, para serle franco, se lo diré así: yo estoy en el exilio, acá en Uruguay, un exilio voluntario (¿o no?, ¿no?), de trece años de duración, y como nicaragüense llevo en mí un constructo político de cuarta categoría, una identidad política de segunda mano, pasada por la plancha de la orfandad ideológica, y que parte del día reza sobre los putrefactos cadáveres de los grandes relatos históricos. ¿Usted piensa que esto me alegra? ¿Que revolcarme en esta hiel me da placer? No, no es algo que me alegre, pero debo reconocer que es así. Un acto contrario equivaldría a intentar ignorar el elefante de setecientos kilos en medio de la habitación. Este es mi primer paso para elevar esa identidad política hacia otra cosa. No es su elevación inmediata, sólo uno de sus pasos.

Traducción a lo literario

Trasladar esto al campo de lo literario, del ejercicio de la literatura, y su producción en el mundo y para el mundo, que es lo que me es pertinente, porque no soy ni crítico, ni semiota, ni teorético, sino que soy escritor, creo que presenta varias puntas de reflexión.

En primer lugar, terminemos de una vez por todas de juzgar nuestros textos con los parámetros de las historias literarias de las culturas imperiales, y empecemos a juzgarlas por su capacidad para habilitar-nos lenguajes de insurgencia. Quitemos del centro de nuestra lucha a la cultura imperialista, porque si no lo hacemos nos condenamos únicamente a responderle, a reaccionar contra ella. Coloquemos en el centro de nuestra lucha nuestra situación cultural, aunque en este momento sea la de una cultura mostrenca, renga, retaceada de miles de micronaciones latinoamericanizadas, o lo que sea que fuere.

En términos de producción literaria, esto no equivale automáticamente a que "escribamos acerca del país", o que en nuestro libro "aparezca" tal esquina de Managua, o tal histórica escaramuza militar contra la contra. No. Porque perfectamente podemos escribir un libro enteramente situado en Managua o Masaya, y ser los perros culturales más serviles. Precisamente, éste es un gran recurso del servilismo: el esconderse hasta en la misma calle, en la misma esquina, de nuestra casa textual. En términos de producción literaria, colocarnos en el centro quiere decir que los problemas culturales que nosotros vemos en nuestra sociedad sean el centro de nuestra crítica. Por supuesto, esto implica que tenemos que estar viendo la sociedad, comunicándonos con ella. ¿Usted piensa que, por ponerle un ejemplo, Julio Cortázar se divirtió muchísimo escribiendo Libro de Manuel? Si es así, escuche aquí al mismo Julio Cortázar comentar exactamente qué quiere decir responder, hacer frente, a las condiciones políticas de escribir, de hacer literatura, de estar-en-el-mundo. Olvídese de la etiqueta "literatura-comprometida", eso es un truco, un cuco más, del imperio. Toda literatura está en el mundo, así que toda literatura ya está comprometida.

Entonces, retomando el punto, puede ser que ésta o tal crítica en nuestro texto tenga mayor o menor fortaleza si el escenario narrativo es o no Managua, o algún pueblo del Pacífico nicaragüense, pero esta fortaleza no nos la va a dar el sema /managua/ o el sema /nicaragua/, porque el sema /managua/ no tiene más o menos crítica que, por poner un ejemplo, el sema /londres/, o /parís/ o /yoknapatawpha/. Son eso, semas, no ideologemas. Así que, por favor, no nos desvivamos más en, supuestamente, "narrar la realidad". Sin ideologemas, es imposible narrar en verdad la realidad -si es que esto, al final, era posible-, menos acceder a una crítica; lo único a lo que nos condenamos es al amontonamiento de semas en una especie de pobre holografía que, a lo sumo, sólo aspira a gratificarnos libidinalmente, o sea, a divertirnos.

Esto no quiere decir que de pronto desconozcamos que existió Balzac, o que escribamos como si nunca hubiese existido Goethe, Proust, Faulkner o Virginia Woolf, o que /managua/ está "prohibido" o que /londres/ está "permitido", o viceversa. Todo lo contrario. Quiere decir que preguntemos, investiguemos, reflexionemos: ¿qué tipo de lenguajes habilitaron las literaturas de estos tipos?, ¿cómo se comportaron estas literaturas en su tiempo?, ¿cómo imaginamos nosotros que funcionarían esos lenguajes hoy? Luego escribamos. No nos especialicemos. Ya que ésta es la vía rápida al fetiche.

Urgencias

En segundo lugar, identifiquemos cuáles son las situaciones culturales de opresión más urgentes, y asegurémonos que en nuestro libro exista una crítica al respecto. Yo lo siento mucho si usted cree que este aspecto tiene algo que ver con que usted sea un escritor del Partido Conservador, o del Partido Demócrata Cristiano, o del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Si usted escribe, el identificar cuáles son las situaciones culturales de opresión más urgentes es una obligación, no una opinión sujeta a voto, o un me-parece. Le pondré un ejemplo que ya utilicé en otro escrito: si usted es un productor de tomates, es su obligación que no estén contaminados con una bacteria letal; y esta obligación no tiene nada que ver con que usted sea un productor de tomates del Partido Conservador o un productor de tomates del Frente Sandinista, o con lo que usted piensa acerca del sabor de los tomates transgénicos.

Usted me podría preguntar "Bueno, esto es la democracia, así que ¿quién dictaminó que ésa es la obligación y no otra, por ejemplo, divertir? ¿Quién dice que mi obligación como escritor no es, para el caso, "divertir"?, usted es un fascista, quiere obligarme a hacer algo, quiere arrogarse una imposición, Agentes, ¡arréstenlo!". Si usted enunciase esta pregunta, demostraría que usted todavía no ha entendido absolutamente nada de lo que es la literatura.

En todo caso, yo le respondería que esta obligación viene de la situación de poder en que usted, como escritor, se encuentra. Del binomio escritor-lector, usted se encuentra en la parte poderosa de esta relación de poder cultural. Imaginemos que usted es un patrón, y que tiene un empleado asalariado. Usted no preguntaría "Bueno, esto es la democracia, así que ¿quién dictaminó que estoy obligado a pagarte un sueldo?". Espere de sus empleados una situación violenta y hostil si no les paga su sueldo en tiempo y forma. Y también espere de la sociedad una situación violenta y hostil si no cumple con su obligación de identificar las opresiones más urgentes. Así que olvídese de su pregunta demócrata, o del ejercicio atlético de la opinión, a la hora de pensar las responsabilidades políticas de la literatura. Aquí no hay una democracia, aquí hay una relación de dominio, su nombre es poder, su ejercicio es la desigualdad, su consecuencia es la hegemonía.

¿Usted realmente piensa que los narcotraficantes se van a saltear el territorio de la manzana de su casa, para no molestarlo con sus tiroteos, sólo porque saben que allí hay una persona que escribe? ¿O de verdad piensa que un rabioso y violento obrero de la construcción, o un gremialista del Taxi, que trabaja doce horas diarias en negro sin aporte jubilatorio y sin cobertura médica, va a salvarlo a usted, en el medio de la revuelta armada, de la expropiación de tierras, o de la huelga general y la ocupación de fábricas, sólo porque usted es escritor, porque tiene ideas elevadas, o porque usted cree que "es la voz de algo"? ¿O porque escribe novelitas negras, o novelas pop pedorras, o experimentos de ciencia ficción de cuarta, cuentos chiludos, calientes, pasaditos de porno, divertidos, soeces?

Si usted es en verdad escritor, es decir, si está en una relación de poder desigual, déjese de jodernos y cumpla con su obligación. Si usted igualmente quiere escribir su novela pop, hágalo, sin problemas, pero después de cumplir su obligación. Para el ejemplo de la relación de poder patrón/empleado, sería "Bien, gástese todo el dinero que quiera, pero primero págueme mi sueldo".  Para el ejemplo de la relación de poder productor/consumidor, sería "Bien, si usted quiere cultivar un tomate que es una nueva arma biológica y diseminarla por el mundo, adelante, pero primero asegúrese de venderme sus tomates frescos y sanos en el mercado". No es posible excusarse de esto.

La experiencia literaria

En tercer lugar, busquemos democratizar la experiencia literaria. Yo creo que la literatura no es democracia. Lo diré más acotadamente, por si algún post-estructuralista o un socialdemócrata está leyendo esto: la relación entre el texto y yo no es una relación entre elementos que se comportan como miembros demócratas.

Sin embargo, la experiencia de escribir libros, la experiencia de leerlos   -no sólo la lectura misma, o más bien una arqueología de la lectura, al estilo "Este libro me ha parecido tal cosa o tal otra, qué bien, me estoy democratizando", sino la pragmática de la lectura-, la experiencia de denunciarlos y/o defenderlos, son actividades que deberíamos, como escritores, democratizar. Esto no es nada más que nos limitemos al intento de que más gente lea y más gente escriba; ni qué hablar que, como hecho democratizador, deberíamos activamente estar contribuyendo a un giro cultural de ese tipo. Democratizar la experiencia de escribir también es: mostremos cómo es que escribir libros tiene que ver con levantar barricadas, con ocupar fábricas, con perseguir al golpeador doméstico. Y al revés: mostremos cómo no escribir libros tiene que ver con ser adicto a la televisión, ser gamer, ser la colonia cultural-económica del año o el estado títere según Forbes 400.

Pero para poder mostrar esto primero tenemos que averiguar cómo son esas relaciones en primer lugar, cómo ocurren esos circuitos en la cultura. Y la gran mayoría de los escritores que yo conozco no saben cómo es que escribir libros o no tiene que ver con un piquete gremial o con los Oscars. Así que si no lo sabemos, encarguémonos de averiguarlo. Después democraticemos esta experiencia.

Actuando la nación

En cuarto lugar, tratemos la nación como si ya fuese una nación respetable. Bien, perfecto, tenemos un país de cuarta; el mundo, los imperios culturales, nos consideran ciudadanos de segunda clase, si es que nos consideran ciudadanos, si no meros animales culturales; somos apenas un puntito en la historia de la literatura francesa. Pero en teoría tomamos conocimiento de nuestra situación de dominados para subvertirla, no para ridiculizarla, o secundarla. Es decir, la abordamos y la atacamos con las armas de la ironía, no la secundamos y la fortalecemos con los petardos del cinismo. Porque, en serio, si nosotros mismos no respetamos el país, menos podríamos esperar que otros lo respetasen por nosotros, como no sea el respeto que se tiene por la presa que se va a depredar. Respetar el país también implica llamarlo por su nombre, no por el que nos gustaría que tuviese. Esto sería un engaño, y un engaño, aunque en el fondo fuere bien intencionado, definitivamente no es un acto de respeto. Es cierto, no somos Voltaire. Quizá no somos Voltaire porque no podemos ser Voltaire. Pero antes que eso: ¿por qué tenemos que ser Voltaire? La operación ideológica a través de la cual casi que tenemos que ser un Voltaire para subvertir las culturas imperiales, ésa es la profunda marca ideológica de la dominación. Voltaire está muerto, nosotros no. Voltaire no está aquí, nosotros sí. Allí tenemos dos ventajas que Voltaire no tiene.

Como escritores, entonces, no quiere decir que para respetar el país seamos unos estirados, con una seriedad mortuoria, o unos especímenes recluidos, inaccesibles, incapaces de reírnos de nosotros mismos. Actuar en la cultura respetando al país quiere decir mostrar con hechos que nos viene en prenda el escribir, es decir, que nos va la vida en eso, así como a un taxista le va la vida en el estado de los frenos de su automóvil o en el servicio y las tarifas que aplica a sus pasajeros. Sólo porque en el país no paguemos nuestras facturas con los libros que escribimos, y un taxista sí con el producto de su trabajo, no quiere decir que escribir sea secundario a manejar un taxi, o que sea irrelevante a la hora de sobrevenir las crisis económicas, no, porque la cultura hace a la economía, los objetos culturales conducen de forma excelente el capital y hacen circular plusvalía. Pero no escribamos esperando un sueldo, o un premio. Así como el guerrillero no milita por el salario de guerrillero. El que milita por el salario tiene un nombre, y es el de mercenario. Así que no escribamos como un mercenario. O sólo le responderemos al mercado. Y si es así, no debería sorprendernos cuando aparezcan los mercenarios y nos quemen en la misma pira, junto a nuestros prístinos y divertidos libros.

Por allí algunas de mis ideas al respecto. Luego vendrán otras.

10.3.12

Ideas uruguayo-nicaragüenses / Nicaragua01

Equidistancias

En este año que va, corre para mí el décimo tercer año que llevo viviendo en Uruguay. Que es la misma cantidad de años que viví en Nicaragua. A estos veintiséis años sumo un resto repartido en varios países del continente.

Como exiliado -voluntario-, no puedo menos que encontrarme en una especie de periferia constante: no tengo las claves culturales que forjaron el pasado de mis contemporáneos uruguayos, y no tengo las claves culturales que forjan el presente de mis contemporáneos nicaragüenses, aunque de estas situaciones de carencia la más angustiosa es la primera, la carencia uruguaya por así decirlo, ya que es historia irrecuperable para mí, es invivible; en cambio, el presente de la segunda siempre está al alcance de un click, una llamada, una radiotransmisión por la red, o unos hipotéticos boletos de avión.

Por tanto, para mis contemporáneos uruguayos, mi pasado tiene trece años. Para mis contemporáneos nicaragüenses, mi presente se detuvo hace trece años. Tengo con todos ellos, entonces, comuniones heridas, cercenadas, incompletas.

En cuanto a Uruguay, escribiré en otra ocasión; creo que, después de trece sólidos años aquí, al filo de la navaja, que incluyen mi advenimiento como escritor, me he ganado el espacio, por no decir el derecho, de realizar mis críticas, como un uruguayo más.

En cuanto a Nicaragua, voy a reflexionar en tanto que al rol de escritor se refiere, esto es, su producción textual y las condiciones políticas y materiales que rodean y sostienen esta producción textual.

Algunas marcas

Cuando yo vivía en Nicaragua, en mis últimos años, la RAAN y la RAAS eran el departamento de Zelaya; todos los días me despertaba, secretamente, sin que mi madre lo supiese, para escuchar en Radio Ya la emisión matutina (0600) de Otto de la Rocha interpretando a Aniceto Prieto/Lencho Catarrán/Pancho Madrigal; seguir a los Dantos de Managua era políticamente correcto y progre, seguir a los Indios del Bóer era ser conservador y facilista, los Dantos eran garra, sacrificio y heroísmo revolucionario, o sea, trabajo, y los Indios del Bóer eran burguesía, la percepción de jugadores mejor rentados y ganar jugando bonito, o sea, estética; Epifanio Pérez era una gloria -para mí lo sigue siendo-; y Edgar Tijerino aún no era una vedette.

Nicaragua se encaminaba por ese entonces, bajo una línea de gobiernos "liberales", a conseguir un grado de analfabetismo que, en la década del 2000, alcanzaría el 30%. Además ingresamos en el grupo de los Países Más Pobres del Mundo -y algunos hasta lo celebraron-. Aquí podríamos declarar, si todavía nos quedaba alguna duda, cualquier vestigio de Revolución oficialmente muerto.

El exilio en Uruguay, como no podía ser de otra manera, me forzó -lo quisiese o no- hacia un nuevo lugar desde donde mirar las viejas ideas que portaba acerca de mi identidad, y me instiló nuevas ideas con respecto de mi país. Estas ideas, ahora tienen este sabor, presentan una existencia algo paradójica: tienen una raíz nicaragüense, pero un fuerte eco uruguayo, son una comunicación directa con la mayor tradición crítica que respiro en la sociedad uruguaya. Curiosamente, entonces, esto sí que es curioso para mí, estas ideas tienen en el fondo más factura uruguaya que nicaragüense, esto es, son más un producto positivo del nacimiento y progreso de mi identidad como uruguayo, que un remanente o peso seco de la paulatina "muerte" de mi identidad nicaragüense.

Idea-fuerza: La toxicidad de Rubén Darío

He aquí algunas ideas que, como dije, hacen al rol de escritor:

-Rubén Darío ya es una cuestión tóxica en la literatura nicaragüense: mis años en Uruguay me han mostrado la profunda artificiosidad del esquema Rubén-Darío-el-poeta-Nicaragüense. Quiero en este momento acotar el término "esquema", y su relación "artificiosa". Como esquema quiero decir: el montaje, el aparato, la estructura, el andamio, que intenta utilizar a Rubén Darío como un vehículo, un estigma, una marca, de "ser-nicaragüense". Y artificiosidad se remite, precisamente, por ser una marca, una calcomanía, un logo Made-in-Nicaragua, a la maniobra ideológica de aquella intentona, de aquel esquema. Digámoslo así: literariamente, durante la mayor parte del tiempo hemos sido una sociedad huérfana, bastarda si se quiere, sin padre literario alguno. La manipulación de Darío como alfil de nuestra textualidad la veo, la siento, como un ensayo de llenar ese vacío, ese angustioso vacío. Porque sin un padre, sin un padrillo, textual, viril, sólido, firmemente estudiado, canonizado y secularizado, podemos empezar a temblar en nuestra nicaraguanía.

Pero la verdad es que Rubén Darío quizá es más sudamericano o español, antes que nicaragüense. Darío no es un padre, sino un padrastro -o así lo siento yo, y también mi producción textual-, que nos lo impuso una madre -quizá también una madrastra- que no conocemos, y cuyo nombre no recordamos.

Creo que los escritores de Nicaragua, si hemos reflexionado a este respecto, deberíamos denunciar esta insistencia ideológica y pasar a aceptar los hechos de familia como son, y no como nos gustarían que fuesen: que somos una nación (¿en serio?, ¿después de todo, somos una nación?) cuya textualidad es huérfana, bastarda en el mejor de los casos.

En lo que es en mi caso particular como escritor, pero sobre todo como nicaragüense, estoy absolutamente preparado y dispuesto a renunciar al padrinazgo dariano, a denunciarlo como artificioso en cuanto que locus de identidad, y a intentar impedir que se continúe con esa maniobra que opera contra mí: perpetúa un estado de lesión de identidad. Si soy huérfano textual, por el lugar en que nací, pues déjenme serlo. En serio, déjenme serlo. Lo arreglaremos. Les prometo que eso lo arreglaremos. Pero, si lo somos, déjenme serlo.

Si he recibido la influencia de Rubén Darío es en tanto que Darío es de la lengua castellana, no de la nicaraguanía. Como nicaragüense, puedo decirles, puedo afirmarles sin salirme un punto de la verdad, que jamás me sentí identificado ni con la prosa ni con la poesía de Darío, y que mi contacto social con él únicamente pasó por la recitación atlética de sus poemas en la escuela/liceo, más el clásico poemita modernista que escribimos de chavalos, y que, en lo que a mi pasaporte nacional se refiere, me hubiese dado lo mismo que Darío hubiese nacido en Santiago de Chile, en Buenos Aires o en Madrid.

Como escritor, en cambio, doy gracias a que he recibido no a Darío mismo, sino el estado de la literatura castellana en parte como consecuencia de la obra de Darío, una obra que considero monumental, por las condiciones históricas y dialécticas de las que emergió, pero no por las actuales. Sin embargo, ciertamente este agradecimiento con Rubén también lo deben de tener los escritores chilenos, los argentinos, los uruguayos, los españoles, etcétera. Y ni siquiera los escritores, sino cualquier persona que alguna vez ha abierto un libro en castellano y que no es una traducción de otro libro.

Esto es, como escritores políticamente nacionales, somos patriastras de nuestra nación -de nuestra nación política; nuestros países literarios no son nuestros países-, pero compatriotas del país textual en el que vive Rubén Darío.

Así que, por favor, dejémonos de joder con el truco Rubén-Darío-el-Poeta-Nicaragüense, y empecemos a narrar nuestra familia textual como es, una familia bastarda y/o huérfana, que refleja y que acompasa no en poco la historia colonialista e imperialista que sobre nosotros ha recaído, y cesemos de narrar nuestra familia como nos gustaría que fuese: una familia "modelo" con un padre borracho, cabezón.

Pastillitas

Al respecto, por último, quiero introducir tres pequeñas pastillitas literarias que anotan la idea que estoy reflexionando.

i) primero, los versos de Nicanor Parra, anotados a su vez por Roberto Bolaño, en Entre paréntesis. La cita es como sigue:

[...] en fin, el orden varía según los interlocutores, pero siempre son cuatro sillas y cinco poetas, cuando lo más lógico y lo más sencillo sería hablar de los cinco grandes poetas de Chile y no de los cuatro grandes poetas de Chile. Hasta que llegó el poema de Nicanor Parra, que dice así:

Los cuatro grandes poetas de Chile
son tres:
Alonso de Ercilla y Rubén Darío.

[...] Rubén Darío, como ustedes también saben, y si no lo saben no importa -es tanto lo que todos ignoramos incluso de nosotros mismos-, fue el creador del modernismo y uno de los poetas más importantes de la lengua española en el siglo XX, probablemente el más importante, nacido en Nicaragua en 1867 y muerto en Nicaragua en 1916, que llegó a Chile a finales del siglo XIX y en donde tuvo buenos amigos y mejores lecturas, pero en donde también fue tratado como un indio o como un cabecita negra por una clase dominante chilena que siempre se ha vanagloriado de pertenecer al cien por ciento a la raza blanca. Así que cuando Parra dice que los mejores poetas chilenos son Ercilla y Darío, que pasaron por Chile y que tuvieron experiencias fuertes en Chile (Alonso de Ercilla en la guerra y Darío en las escaramuzas de salón) y que escribieron en Chile o sobre Chile, y en la lengua común que es el español, pues dice la verdad y no sólo zanja la ya aburrida cuestión de los cuatro grandes sino que abre nuevos interrogantes, nuevos caminos, [...]
ROBERTO BOLAÑO / "Entre paréntesis" [44-45]

Más claro, echarle agua.

ii) la segunda pastillita es un rasgo, un patente, aunque sutil, y significativo rasgo que he encontrado absolutamente en todos los libros, pertinentes al tema, que he leído de Azorín, [he leído muchos libros de Azorín], uno de mis maestros de estilo: en todas las veces, sin excepción, que Azorín ha escrito un comentario o esbozado una idea que toca a Rubén Darío se refiere a él como "nuestro poeta", es decir, nuestro como español, esto es, de España. Inclusive, cuando en algunos breves pasajes comenta la poesía española contemporánea suya, incluye a Darío entre los poetas españoles, sin ningún tipo de especificación migratoria, y lo llama siempre "nuestro". Conociendo como conozco a Azorín, bajo su toga de minuciosidad, su consistencia de procedimiento y su metodología, me costaría grandes esfuerzos creer que es ignorante de la procedencia migratoria de Rubén Darío. Obviamente que Azorín sabe que Darío nació en Nicaragua, ¡cómo no va a saberlo!, pero lo descarta a la hora de pesarlo en la balanza de la literatura, y lo presenta como español a secas. ¿Es un intento de apropiación, de usurpación por parte de Azorín? ¿Es una jugada imperialista -otra más-, esta vez de España, contra "nosotros" -algún nosotros- para quedarse en sus predios con el Príncipe de las letras castellanas? ¿O no será que Azorín simplemente inauguró la misma función que cumpliría, décadas después, Nicanor Parra: la de señalar "Rubén no nació aquí, pero es más nuestro que los nuestros? Esto puede ayudarnos a reflexionar que, en cuanto a identidad, identidad textual, Rubén Darío no es "nuestro", no es nicaragüense.

iii) tercero, una obra suprema del fetiche: Margarita está linda la mar, la novela con que Sergio Ramírez compartió el trofeo inaugural del premio Alfaguara en 1998. Es curioso que recién sea en 1998 cuando se convirtió a Darío en un plastic-doll de libro. Pensándolo bien, la reificación narrativa de Darío en ideología debería de haber ocurrido mucho antes; no lo sé, pienso, es una idea, o menos, menos que una idea, sólo una sensación. Quizá otras obras literarias ya lo plastificaron con anterioridad, como a las cédulas, y yo lo desconozco. Pero las probabilidades de que así sea son pocas, no sólo porque no tenemos tanta literatura nicaragüense en el siglo XX como para derrochar fetichizaciones o plástico, sino porque la fetichización, la cosificación misma como herramienta cultural y su momificación crítica, es un producto relativamente reciente en el mundo occidental, algo que tiene que ver más con el pasaje del escritor hacia la posmodernidad literaria, y el agotamiento de las literaturas. En Margarita está linda la mar, Sergio Ramírez produce una masacre de símbolos siguiendo casi que al pie de la letra la receta del fetiche -habría que buscar con exactitud los términos de esta receta, quizá ha cambiado-. En la novela ocurren dos historias que, a través de hábiles herramientas narratológicas -como quiera que Sergio Ramírez es un escritor profesional-, nos son presentadas como espejos una de la otra: en un espejo vemos al poeta Rigoberto López Pérez en su gesta épica donde logra asesinar, en 1956, al dictador Anastasio Somoza García, sacrificando de forma ovina su vida; en el otro espejo, seguimos a Rubén Darío, en sus últimos tiempos, por su estadía en Nicaragua, culminando con su muerte en 1916, y en el robo de su cerebro. Entonces, el lector, a través de diversas focalizaciones y cambios en las voces narrativas durante toda la novela, asiste a una maniobra en la que constantemente está cambiando de espejos: en uno miramos al héroe nacional, al nicaragüense verdadero, cordero sacrificado por la nación, en el otro miramos al héroe literario de la lengua siendo nicaragüense: como comprenderán, para los que no hayan leído esta novela -y más  todavía para los que sí la leyeron-, nos es imposible evitar la transferencia cultural entre ambos símbolos. Es más, no podemos decir con exactitud qué simbología está al servicio parasitario/comensalista de quién, si el nicaragüense del Hombre Universal o el Hombre Universal del nicaragüense, si el héroe del genio o el genio del héroe, si las artes a las políticas o las políticas a las artes, si la conspiración a la decadencia o la decadencia a la conspiración. La novela es buena en cuanto que interroga, de forma habilidosa, una historia cultural concreta. Pero es mala en cuanto a que su interrogación termina en ideología pura, concurre al engaño de una transferencia simbólica donde el objetivo es -o para mí es patente- el de machacar aún más la identificación de Rubén Darío como El-Poeta-Nicaragüense. No tengamos ninguna duda: esta obra, como corresponde a las obras de todo escritor, implica/comporta una operación ideológica pura. Con seguridad ocurren otras funciones en el libro, no vayamos a olvidar ahora el viejo truco de la polisemia en la teoría literaria, siempre es bueno tenerlo a mano para poder incluir en él todo el resto, lo que sea que sea ese resto. Pero ésta, esta operación ideológica, siento que es el objeto de fondo de todo el libro. Ahora hallo muy natural pensar que la primera víctima de todo esto es, ni qué hablar, Rigoberto López Pérez. El Rigoberto de carne y hueso. Y que no es casual que hoy en día Rigoberto ya no está ni en el estadio, ni en los billetes. La segunda presa es el Lector. ¿Es esto casual? ¿Es realmente una pura casualidad? Seguramente la desaparición de Rigoberto de la simbología nacional es un reflejo directo que tiene que ver con la historia política más reciente, de los 90s para acá. Oh, casualidad, también el libro de Sergio Ramírez es "de los 90s para acá". Quizá antes no había muchas Margaritas-está-linda-la-mar precisamente porque había billetes de Rigoberto y el estadio era de Rigoberto. Yo pregunto: ¿ahora sí nos parece que la literatura es política, que la literatura es una operación ideológica por excelencia, que el escritor tiene responsabilidades políticas irrenunciables? ¿Ahora sí?

Secretos

///Les contaré un secreto, al respecto: cuando yo vivía en Nicaragua, el billete de 100 córdobas -al igual que el chanchullo de 100 000- tenía el rostro de Rigoberto, coloreado en azul prusia; además, a partir de la Revolución, el Estadio Nacional, en Managua, por Montoya, se llamaba Estadio Nacional "Rigoberto López Pérez". Hoy en día el Estadio se llama Estadio Nacional "Dennis Martínez", quien es el jugador de béisbol más laureado del deporte nicaragüense. Pero, ey, en serio, ¿qué hizo Dennis? ¿Realmente qué hizo, más que Rigoberto? Pitcheó un juego perfecto, ganó más juegos que cualquier latino en Estados Unidos, se hizo con algunos millones de dólares, bebió guaro, y terminó el quinto inning de un sexto juego de Serie Mundial, con el marcador 0 a 0. ¿Y qué hizo Rigoberto? Mató al dictador. Mató al dictador que quizá, de vivir, es bastante posible, hubiese impedido a Dennis todos estos logros. Está bien, es cierto, algunos me dirán que me pongo preciosista, que en última instancia el estadio es un santuario deportivo, y que Dennis es el máximo deportista que tuvimos -con lo que yo discreparía; nuestro máximo deportista es Alexis Argüello-. Yo les digo que no: el estadio nacional es un acto de nacionalidad; allí vamos a subjetivar nuestro yo común, allí vamos a socializar nuestro cáncer compartido, a sublimar la enfermedad de tener que soportarnos. En palabras de Terry Eagleton:

Es verdad que los órdenes capitalistas avanzados se han de proteger de la alienación y la anomia con algún tipo de rito y simbolismo colectivo que incluya la solidaridad de grupo, la competitividad viril, un panteón de héroes legendarios y una liberación carnavalesca de energías reprimidas. Pero esto ya lo proporciona el deporte, que combina apropiadamente el aspecto estético de la Cultura con la dimensión corporativa de la cultura y que, por tanto, supone para sus devotos tanto una experiencia artística como una forma de vida completa. Sería interesante imaginar qué efectos políticos tendría una sociedad sin deporte.
TERRY EAGLETON / "La idea de cultura" [109]

El tipo mató al dictador. ¿Me comprendés? Mató al dictador. Lo peinó, lo afeitó, lo hizo fiambre, lo palmolive, fue boleta. Inmediatamente lo mataron a él, lo acribillaron salvajemente y, lo refloto de la novela, le cortaron los güevos. Yo no estoy afiliado a ningún partido político nicaragüense, ni ningún funcionario político nicaragüense paga mis guisos del domingo ni mis gallopintos de entre semana, así que esto ahora no me viene en prenda. Mi secreto es: sin importar cómo le digan mis hemicompatriotas, para mí el estadio es el Estadio Nacional "Rigoberto López Pérez". Y así le llamaré siempre. Siempre.///

9.3.12

El escritor-gerber (primera parte)

Quiero traer ahora algunas reflexiones desprendidas de Representaciones del intelectual, de Edward Said.

El libro de Said -la obra toda de Said- es ejemplificante y su conocimiento es, o debería ser, de un carácter urgente para todo escritor, ni qué hablar para "intelectuales" en general. Creo que la narración de la vida de Said, y algunas obras de Said, deberían ser obligatorias para los chavalos de los liceos, antes, bastante antes, que, por ejemplo, el Lazarillo de Tormes [o, bueno, quizá exagero, quizá el Lazarillo es más urgente que Edward Said, y sirve de forma eficaz para ayudar a pensar/transmitir/cimentar valores]. Por supuesto, ingresar en un curriculum liceal los fundamentos críticos de la obra de Said -o aunque sea un pequeño resumen de su vida, mostrándonos, en la praxis, estos fundamentos, requeriría casi una especie de insurgencia armada, sangrienta, poco menos que la intervención militar de alguna potencia extranjera, para calmar los ánimos.


Los textos de Edward Said

Pero bueno, no beatifiquemos todavía a Edward Said, ya que él mismo lo hubiese desaprobado. Paso a la reflexión misma, a sus textos. Introduciré tres citas, algo extensas, más algunos pensamientos que me generan. Primero las citas:

Desde mi punto de vista, nada es más reprensible que esos hábitos mentales en el intelectual que inducen a la evitación, esa actitud caracterísitca de abandonar una postura difícil y basada en principios que se sabe que es la correcta, pero que uno decide no mantener. No deseas aparecer excesivamente politizado; te preocupa parecer liante; necesitas la aprobación de un jefe o de una figura con autoridad; quieres conservar la reputación de ser una persona equilibrada, objetiva, moderada; esperas que se te llame para una consulta, para formar parte de un consejo o comisión prestigiosa y, de esa manera, seguir dentro del grupo que representa la corriente principal; esperas que algún día te harás acreedor a una distinción honorífica, un premio importante, tal vez incluso una embajada.
Para un intelectual estos hábitos mentales son corruptores par excellence. Si algo puede desnaturalizar, neutralizar y, finalmente, matar una vida intelectual apasionada es la interiorización de tales hábitos.
EDWARD SAID / "Representaciones del intelectual" [107]


No quiero resultar equívoco o mostrarme excesivamente ambiguo en mi punto de partida: personalmente estoy contra la conversión y la fe en un dios político, del tipo que sea. Considero que ambas conductas -la conversion y la fe- no se compaginan con el intelectual. Esto no quiere decir que el intelectual tenga que quedarse al borde del agua, mojando ocasionalmente el dedo de un pie, pero permaneciendo seco la mayor parte del tiempo. Todo lo que yo he escrito en estas conferencias pone de relieve lo importante que es para el intelectual el compromiso apasionado, el riesgo, la exposición, la entrega a determinados principios, la vulnerabilidad para debatir y dejarse implicar en causas mundanas. Por ejemplo, la diferencia que anteriormente señalé yo entre un intelectual profesional y otro amateur descansa precisamente en que el profesional reclama distanciamiento por motivos profesionales y pretende la objetividad, mientras que el amateur no actúa movido ni por recompensas ni por completar un determinado currículo profesional, sino por el compromiso personal con ideas y valores en la esfera pública. Con el paso del tiempo, el intelectual se vuelve hacia el mundo político en parte porque, al contrario que la academia o el laboratorio, ese mundo está animado por consideraciones de poder e interés, que de manera clara y evidente mueven a toda una sociedad o nación, y que, como fatalmente anunció Marx, arrancan al intelectual de cuestiones relativamente discretas de interpretación para meterlo en otras mucho más significativas de cambio y transformación social.
Ibid. ant. [114-115]

Por el contrario, el verdadero intelectual es un ser secular. Aunque muchos intelectuales pretenden que sus interpretaciones son de cosas más elevadas o valores últimos, la moralidad empieza con su actividad en este nuestro mundo secular: dónde tiene lugar, al servicio de qué intereses está, cómo concuerda con una ética coherente y universalista, cómo distingue entre poder y justicia, qué revela de las propias opciones y prioridades.
Ibid. ant. [123]

Sabrán disculpar la longitud de las citas, pero quería que tuviesen el mayor contexto narrativo posible.


Aspectos


Varias cosas, entonces, se desprenden de esto. En primer lugar, el hecho mismo de su enunciación. Este libro es la reunión de unas conferencias que Said pronunció para Inglaterra, en 1993. Al leerlo ahora, buena parte de sus aseveraciones nos podrán parecer de oficio, como algo que ya casi raya en lo obvio. Pero con total seguridad no le pareció así a Said, ya que, si en sus circunstancias históricas, esto hubiese sido obvio no lo habría hecho el tema de sus conferencias. Lo que quiere decir que el rol del intelectual, las consecuencias políticas de su desempeño en este rol, y hasta su definición misma como tal -la de sus actividades, la del alcance de sus actividades- eran, son y seguirán siendo pertinentes para la sociedad. La eliminación de la discusión al respecto, o su presentación como debate ya zanjado, o como cosa juzgada, es una fuerte maniobra ideológica, la mayoría de las veces efectuada por el intelectual contra sí mismo.

Ahora voy a intentar enfocar un poco la reflexión desde mi situación de escritor.

Reemplacemos por un momento en el texto de Said la palabra "intelectual" por la de "escritor". Las operaciones del texto, con algunas modificaciones, se mantienen. Esta reflexión tiene dos aspectos, que atañen al escritor de manera irremediable: un aspecto en la relación del escritor con su obra, y un segundo aspecto en la relación del escritor con el entorno de su obra.


El escritor con su obra


Parece que está algo así como que de moda la idea de que la relación del escritor con su obra es una especie de santuario, o templo sagradísimo, donde el único dios es el texto y las únicas sacerdotisas son las neuronas del cerebro del escritor. Como que allí "somos libertos", o "libertinos", si se prefiere. Como si la libertad que tenemos al escribir un texto fuese un fin en sí mismo, como el que dice "Con este texto me libero", aunque después tenga que invertir doce horas de su día, seis días a la semana, como cajero de un supermercado, para costearse esa "liberación" textual.


Un escritor no es un escritor si en su objetivo no está la socialización de sus textos, así como un intelectual no lo es si en su objetivo no está la socialización de sus ideas, la iniciativa de praxis. De lo contrario, escribir sin este objetivo no sería nada muy distinto que lo que es para una abuela tejerle unos lindos botines de lana a su próximo nietecito, o, en el caso del intelectual, tampoco muy distinto de pensar tendido en las playas de las Bahamas acerca del hambre mundial. Esto es: si escribís, tenés que socializar tu texto.


Como anota Said al respecto de unos comentarios de Jean Genet: si no querés hacer política, no escribas. [Yo creo que lo reformularía en Si no querés hacer política, no publiques] Al escribir estás haciendo política, te estás subscribiendo a un contrato de responsabilidades políticas, así que olvidáte de que sos realmente libre de escribir lo que se te antoja. Nos parece así, precisamente, porque vivimos, en nuestro países occidentalizados a medias, progresados a medias, nacionalizados a medias, vivimos, digo, con los hábitos intelectuales nocivos de los cuales habla Said. No porque hayamos alcanzado un estado superior de democracia o porque las economías de nuestros países vayan mejor que en Grecia o que en la faja de tierra subsahariana, sino porque le dimos las espaldas a lo que fuese que tuviésemos por democracia, o al tipo de economía que fuese que ejercitásemos, o a la privatización de los saberes, por poner un caso. Nos encerramos en nuestro enroque personal, nos arrinconamos en los últimos dos escaques del tablero, mientras miramos, nirvánicamente, los tres peones de nuestra estética.


Aquí quiero mencionar sólo dos pequeños ejemplos, por ser de los llamativos, de qué significa con seriedad el hecho de que no somos libres de escribir lo que se nos venga en gana: el escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, quien se refugió en Pittsburgh, luego de "algunas" amenazas de muerte y malestares por su libro El asco, y el escritor indio-británico Salman Rushdie, sobre quien ya todos sabemos pende una sentencia de muerte por Los versos satánicos.


Tomates FC vs. AC Libros


He aquí que tenemos severas, severísimas, legislaciones acerca de cómo usted, Productor de tomate, puede producir su tomate, bajo qué condiciones envasarlo, qué información está usted obligado a proporcionarle al cliente, qué protocolos de bioseguridad debe usted cumplir; si usted no cumple, se le extirpará del negocio, si es que no se da el caso de que va usted inmediatamente preso. Y si ocurriere que una nenita de seis años llegare a morir, intoxicada por alguna leptospira que usted permitió que infectase el apetitoso tomate comprado por la madre de la nenita, usted sería casi linchado en el acto; si así no fuese, sus mismos compañeros presidiarios, en un asombroso acto de ajusticiamiento moral, lo rociarían de gasolina y le prenderían fuego en el patio del celdario, porque está bien rapiñar un taxi, pero, hasta para el exangüe código de un violador, es aberrante matar una niña por ahorrarse unos pesos produciendo tomates.


Sin embargo, no ocurre así con los libros. Por supuesto, un libro no es un tomate, o no debería serlo. No digo que debamos legislar sobre qué libros deben existir y qué no, o qué debe escribirse y qué no, ya que veo que usted empieza a poner mala cara pensando, temiendo, que yo sea un fascista o que intente, bajo un truco retórico, introducir un argumento fascistoide. Digo que pensemos lo siguiente: es una ilusión pensar que, porque no legislamos sobre el contenido de los libros, los libros están verdaderamente libres. Como escritores, tenemos a nuestra disposición el más fascista, el más exitoso de los policías: el mercado. La cantidad de humillaciones que debe transitar un escritor para publicar su libro, no están descritas, sobre todo si su libro es crítico. Así que, escritor, escritora, no te sientas tan contento y libre en tu sociedad sólo porque podés escribir tu librito sobre mutantes, hombres biónicos en Alpha Centauri, o tu novela pop para lectores-gerber, o tu ensayo literario sobre la presencia de latinismos en la poesía tardorromántica española del siglo XIX.


En este momento sería bueno desbrozar dos aspectos: una cosa es criticar el tipo de libertad que tenemos, y otra muy distinta es criticar la libertad misma. Pensar la crítica del tipo de libertad que tenemos como una negación a secas de la libertad, y pensar que criticar el tipo de libertad que tenemos es abusar de ella y que de última peor es nada, así que es mejor callarse y contentarse, son las dos manipulaciones ideológicas que terminan este debate. Quienes deseen mantener el status quo serán maestros en el ardid de estas manipulaciones. Así que debemos estar alertas frente a ellas, si es que en realidad queremos avanzar un poco más hacia el fondo de la cuestión.

28.2.12

¿Literatura experimental? ¿En serio? / Reflexiones (cuarta parte, final 11-12)


Índice:

  1. Ideas
  2. Problemas reflexivos
  3. Historia de la Lectura
  4. Chepe
  5. Pedrón
  6. Lo hermético
  7. Narratología
  8. Función
  9. Relaciones de dominio
  10. Política, política y más política
  11. La emancipación repite el dominio
  12. Conclusiones, utilidades, uso

-------------------------------------------

La emancipación repite el dominio

O mejor dicho: para poseer ciertas herramientas emancipatorias, debemos estar en el lado de control del poder, no del lado controlado.

Me llama poderosamente la atención el detalle de que, por poner un ejemplo, para leer un libro de Teun van Dijk tenga que disponer de $700 uruguayos. Fácilmente podríamos hallar en éste o tal otro libro de van Dijk un enunciado como el que sigue: "es un rasgo altamente opresivo el que ciertos lenguajes estén privatizados a $700 uruguayos". Lo pongo como ejemplo, podría ser un libro de van Dijk como uno de Terry Eagleton como muchos otros.

Lo que aquí quiero pensar es que, paradójicamente, el lenguaje que denuncia el encarcelamiento del lenguaje está encarcelado. Ni qué hablar de la situación discursiva, para salir del obvio ejemplo económico, que necesito para leer un libro de van Dijk. Porque sería algo muy ingenuo el pensar que basta con estar alfabetizado para estar habilitado en una lectura como ésa. Y no hablo en términos maniqueos de pobre/rico, idiota/inteligente, sofisticado/simplón, ni nada que se le parezca. Conozco ingenierios, médicos, personas en general, que tendrían problemas leyendo un texto de van Dijk acerca del análisis crítico del discurso. Quizá, precisamente, eso es algo que prueba a van Dijk: que la realidad social de un tipo, como un médico o ingeniero, selecciona como jerárquicos ciertos lenguajes mientras desecha otros.

Es más, hay que ir específicamente a buscar el análisis crítico del discurso como disciplina propositiva para ahondar en él. Y esto ocurre por lo general en personas con inquietudes estéticas, bastante alejadas de las inquietudes políticas. Está el militante ocasional, que toma esa bandera y la utiliza como instrumento en su espacio de militancia, pero es obvio que son muy escasos.

El análisis crítico del discurso [hablo de éste no porque sea su fanático, nada más lejos en mi formación, sino porque ha sido el más pertinente para pensar en esta reflexión la literatura experimental] es una parte integral del trabajo de cierto grupo de lingüistas. Sería triste pensar que los escritores, o cualquier persona, tenemos que ser lingüistas profesionales para poder incorporar en nuestro trabajo reflexiones de ese tipo. 

No es lo mismo con otros saberes. Por ejemplo, no es triste pensar que las personas tenemos que ser médicos de profesión para poder diagnosticar una dolencia. No es triste por lo siguiente: una palpación de abdomen, un signo de borborigmo, jamás van a poder criticar la sociedad. En cambio, una reflexión acerca del lenguaje como relaciones de dominio es una comunicación directa con ese dominio, con su status quo.

He aquí entonces una situación interesante: ¿cómo hemos contribuido al encarcelamiento de ese saber? ¿Es culpa nuestra porque no le hemos prendido fuego a los locales universitarios? ¿Somos culpables por omisión? ¿Es culpa de los editores capitalistas, que como buenos usureros se llevan la mayor parte de la torta de ganancia? ¿La culpa es del mismo Teun van Dijk por venderse, un vendepatria, por venderle su patria a Penguin o al capitalista multinacional de turno? Quizá él tiene que pagar los guisos de los niños van Dijk con sus libros, no es su culpa, ¿o sí? ¿Es la Ley de Educación estatal la que prohíbe esta emancipación, o, si no la prohíbe, la enlentece lo más posible? ¿Es una culpa del gobierno, del sistema de castas políticas, los virulentos son los musulmanes o las narcoguerras, ellos son culpables de todos los males, nosotros sus víctimas, a las armas, síganme los buenos?

Contribuimos al encarcelamiento de este saber al cosificarlo en una especie de objeto curioso que comenta, al margen de la sociedad, la sociedad. Este saber es un fetiche que hemos envasado en un especialista, o en un libro a $700 uruguayos. Este saber no es nuestro apetito, no participa de nuestro apetito, no representa saciedad, ni siquiera es hambre, el hambre es otra cosa.

Todavía encuentro cada tanto escritores que se preguntan sobre qué "tema" podrían a escribir, o qué historia podrían narrar. Yo pregunto: ¿en serio? Ey, ¿en serio?

Conclusiones, utilidades, uso

Sería ingenuo pensar que las castas de la aristocracia cultural en toda sociedad burguesa son las que van a ser el motor de algún cambio social positivo, como no sea la profundización del reformismo capitalista, su pragmatismo, la vieja idea de "ablandemos las contradicciones que genera el capital para que sea tragable". Los escritores participamos y no en esas castas, en esa aristocracia. Nuestra participación no viene sólo porque "escribamos", aunque es obvio que no cualquiera escribe novelas. Pero no es ésta la marca registrada. Los escritores participamos de esas castas aristócratas culturales al reforzarlas, al aceitar sus engranajes con nuestro servilismo cultural

Repito: el escritor no está obligado, por sobre su derecho, a no reforzarla, quizá sí, con seguridad es así, como tenemos muchos ejemplos, seguramente hay escritores que, efectivamente, quieren reforzar esas castas aristócratas culturales. Y están [estamos, porque ¿quién se salva aquí?] en todo su derecho. Pero después, cuando el bulldozer de las tensiones políticas en la sociedad nos pase por arriba, no pidamos que nos recuerden, ni que nos lean, ni que nos estudien, ni que nos mejoren los años, las décadas, los siglos. No pidamos que la historia de la literatura nos mantenga en respiración mecánica asistida si nosotros no soplamos nuestro aire en la historia política. Y un escritor no puede rehuir su existencia política.

De toda esta reflexión, voy extrayendo algunas conclusiones, o mejor dicho, proposiciones, cuya utilidad y uso real no puedo medir, pero que sospecho como útiles a la hora de pensar nuestro trabajo, nuestros textos. Supongo que cada quién la abrazará, la disecará o la desechará a su manera:

  • que en el fondo la categoría /literatura experimental/ es una categoría de contenido vacío, no tiene nada por sí misma, por lo tanto su mera enunciación como tal, descriptiva, forense, es inútil y al pedo. Esto denuncia la narratología como mero artefacto de novedad. Su misma terminología, "experimental", es de la máxima opinabilidad.
  • que la categoría /literatura experimental/ puede funcionar más bien como un operador [así como observa Badiou los poemas de Mallarmé, no como tiras de lenguaje, sino como operaciones], cuya operación consiste en llamar la atención del escritor sobre la situación discursiva en que se encuentra su lenguaje en tanto que relación de poder con otros lenguajes, con otros productores de lenguaje.
  • que la categoría /literatura experimental/, en tanto que llamado de atención al escritor sobre sus discursos, bien puede ser un blanco predilecto de cosificación por parte de la aristocracia cultural, esto es: su trivialización. Esta trivialización puede ser una estrategia de supervivencia por parte de la aristocracia cultural, cuyos paladines -los periodistas "culturales"- salen a cumplir un trabajo de damage control.
  • si la aristocracia cultural es una máquina exitosísima en la producción de fetiches, la crítica de la aristocracia cultural es el objetivo número uno de esa máquina: su fetichización rápidamente neutraliza el poder de esa crítica. Y en esto la reflexión acerca de la literatura experimental puede jugar su rol.
  • la reducción -y la especialización- de los discursos/saberes involucrados en la crítica del lenguaje es una maniobra de índole política e ideológica que enlentece esa misma crítica, aunque la profundidad de su especialización al mismo tiempo la enriquezca. No quiere decir que seamos todos diletantes en algo, o que todos "sepamos un poco de todo", no. Quiere decir, como escritores: que obtengamos, demandemos, tomemos, mayor control de poder sobre esa situación discursiva, en este caso, la de la crítica. Las intuiciones están bien, en serio que están bien. Se escribe bonito así. Como también está bien la fiebre para comunicarnos una colecistitis aguda. Pero con la fiebre, sólo con la fiebre, ¿qué hacemos?

¿Literatura experimental? ¿En serio? / Reflexiones (tercera parte 9-10)



Índice:

  1. Ideas
  2. Problemas reflexivos
  3. Historia de la Lectura
  4. Chepe
  5. Pedrón
  6. Lo hermético
  7. Narratología
  8. Función
  9. Relaciones de dominio
  10. Política, política y más política
  11. La emancipación repite el dominio
  12. Conclusiones, utilidades, uso

-------------------------------------------

Relaciones de dominio


¿Qué intereses defienden las operaciones ideológicas que realizamos en nuestro texto? ¿Los nuestros? Eso implicaría realizar dos maniobras simultáneas: reducir, enanizar nuestros intereses hasta hacerlos caber en un librito, y engrandecer nuestro librito hasta la categoría de policía que patrulla, vela, por nuestro interés. Peor aún: eso podría implicar que decimos lo siguiente: "mis intereses no están jugados, defendidos, en mis condiciones materiales y mi situación política en la sociedad, sino por mi texto, así que... ¡ábrete, Estética!"

Creo que podemos reflexionar sobre lo siguiente: en general todo aquel escritor que vive y se desvive por su estética es un escritor controlado. Su poética es su torre de marfil. Escriba lo que escriba, y escriba como lo escriba, su operación ideológica es sólo una: mantenerse bajo control. Así, la multitud de operaciones narratológicas que pueda realizar será sólo como ganado moviéndose locamente dentro del círculo de su tranquera.

Una de las ideas-fuerza del análisis crítico del discurso es la siguiente: que en el lenguaje se reproducen las mismas condiciones y relaciones de dominio que imperan en la sociedad. El análisis crítico del discurso interroga todo discurso, todo signo o texto: desde canciones populares, pasando por literatura, hasta la forma como un hombre de negocios saluda o no a su cuidacoches. Obviamente que no sólo analiza el contenido del discurso, sino la situación discursiva en que éste tiene lugar, sobre todo las posiciones sociales de quienes están involucrados en el acto comunicativo.


Obviamente que existen problemas con respecto al análisis crítico del discurso, sobre todo de carácter práctico, y además si tomamos en cuenta que éste mismo es un saber especializado y para cuyo acceso tenemos que estar en una situación de poder bastante favorable. Así que puede ser que el estado en que existe el análisis crítico del discurso -una especie de animal exótico o protozoo que se mueve dentro de la Universidad- repite, quizá "sin culpa", las mismas relaciones de dominio que desea subvertir. Pero, independientemente de esto, la propuesta del análisis crítico del discurso me impulsa a reflexionar, como escritor, la siguiente proposición:


  • puede ser que la reflexión acerca de la literatura experimental es una reflexión que interesa especialmente al lenguaje como reproductor de ese dominio; esto es: impugnar [indagar, suspender, subvertir, contestar] esas relaciones de dominio -y su reproducción- es lo experimental en la literatura.
Si esto es así, si esto es realmente así, la situación se vuelve bastante peliaguda para el escritor. Porque lo tira desde el balcón de su torre de marfil al precipicio. Vuelve a reunir en un mismo lugar -el escritor en su presente- tanto las condiciones políticas como las condiciones estéticas, las actualiza, las hace indisolubles. En realidad ni siquiera "vuelve" a hacerlo, porque nunca se habían separado, sino que lo que le devuelve es su evidencia. Su inevitabilidad.


A estas alturas, la definición de la cual partí [léase DRAE, /experimental/: "Que tiende a la búsqueda de nuevas formas estéticas y de técnicas expresivas renovadoras"] me parece ya ni zonza, sino perniciosa: búsquese usted una nueva forma estética, consiga usted una técnica expresiva, exprésese, renueve, al pasar por Go collect $200. No dice nada de lo que realmente es la literatura, o lo que implica escribir. Porque no está hablando de relaciones de dominio, o controles de poder, sino que asume que ya existen. Y que no me vengan con que el diccionario es meramente descriptivo, algo así como una suma aritmética de lexicones, no, porque somos nosotros, los hombres, los que lo escribimos, y peor aún: los que lo pensamos como posible. Él -el DRAE- también es un lenguaje, y también tiene su función en esas relaciones.


Política, política y más política


Imaginemos, por ejemplo, que salgo de mi casa y hay un tipo durmiendo sobre cartones en una baldosa de dos por uno. Pocos escenarios más políticos que ése. El primer impulso que tengo, como es natural, es el de explotarlo vampíricamente. Porque

What lurks behind the compassion for the poor is their vampiric exploitation {Lo que acecha detrás de la compasión por el pobre es su explotación vampírica}
ZLAVOJ ZIZEK / "In Defense of Lost Causes" [58]

Luego de haberlo exprimido, para mi momento de compasión diaria, ¿me preguntaré si podré hoy, aislado en mi escritorio, con mis libros ordenados y mis lapiceros contados, escribir? ¿Lo convertiré en otro más de mis tesoros culturales?

El vagabundo indigente se retuerce un poco en su cartón, me ha visto pasar y no se pregunta "¿Hoy podré leerte?". No se pregunta eso. Y sin embargo, un hecho devastador, tanto político como literario, nos conecta: èl es mi lectura.

Veamos: para escribir todo esto apreté un botón, encendí una computadora, para la cual estoy alfabetizado, ingresé un nickname y un password que elegí de mi bolsa idiomática, diseñé una planilla, la formateé, en suma, generé un tráfico. Básicamente un tráfico electrónico, se podría decir, pero yo creo que es también un tráfico de morales, un tráfico cuyas señales de tránsito son políticas.

El vagabundo no dice "¿Qué te piensas, maldito burgués, que estoy aquí para enternecerte?" Pero si lo dijese no me sorprendería, porque según parece tampoco estoy allí para hacerlo sentir mejor. No, yo estoy en mi escritorio, convirtiéndolo en un ideologema de clase, que luego traficaré.

El vagabundo, en cambio, gira, giró, su torso, cambió su postura de columna, quizá piensa acerca del cartón como una segunda columna vertebral que lo maltrata. Luego se dormirá, sin moverse un ápice de la misma angustia.

¿No es nauseoso? ¿No es este uso nauseoso? Sí, pero el mundo sería más nauseoso sin él, sin este uso. Vaya... qué reconfortante. Lo indecible, la barbaridad inenarrable [esto es, el tipo allí, con sus dos columnas vertebrales, mientras yo, y todos los intelectuales raritos nos paseamos por su diccionario, de angustias] no debe pasar sin ser contada, aunque al contarla nos embarremos con ella. Es imposible no embarrarse. Y no me gustaría pensar qué ocurriría, ¡qué ocurriría!, si de pronto descubriese que yo soy el barro mismo. ¿Adiós, literatura? ¡Adiós, literatura!

Entonces, ¿qué es lo que ocurre aquí? Bien, no puedo, escritor o no, rehuir mi compromiso político con la sociedad y, por ejemplo, simplemente "participar" de las Elecciones Generales. Por otro lado, como escritor, tampoco adquiero compromisos por una especie de actos o acumulación de actos "formadores" de opiniones. No porque la literatura/el escritor no pueda opinar, sino porque la literatura no es una democracia, su mazazo no es la opinión, el comentario, la pastillita cultural, la rosa mecánica que se abre para recibir al abejorro lector que la fecundará; no es la saliva del escritor, sino la crítica. Entonces, otra vez, sí, otra vez:

Basically, to make truths manifest means the following: to distinguish truths from opinion. So that the question today is this and no other: Is there something besides opinion? In other words (one will excuse, or will not, forgive the provocation), is there something besides our "democracies"? {Básicamente, hacer manifiestas las verdades significa lo siguiente: distinguir las verdades de la opinión. Entonces, la interrogante hoy es ésta y no otra: ¿existe algo además de la opinión? En otras palabras (uno perdonará, o no, la provocación), ¿existe algo además de nuestras "democracias"?}
ALAN BADIOU / "Inaesthetics" [15]

Esto es político. Gracias, literatura, gracias por todo, pero esto es totalmente político. Si reflexionamos acerca de la literatura experimental, y su rol [en tanto que es literatura, que es lenguaje] como reproductor de relaciones de dominio, quizá aparezca una primera posibilidad para ella que escape a la masificación de lo posmoderno: conteste usted esa pregunta, o inténtelo, si puede, sin difuminarse en millones de átomos isabelallendinos. Es decir, permítase usted por un momento no ser su apetito. 

Quizá es el apetito masivo de la posmodernidad, y nosotros como lectores-escritores en ella, lo que agotó las lecturas de lo experimental, porque, en serio: ¿qué nos sorprende ya hoy? ¿Qué cosa existe hoy que no pueda inmediatamente cosificarse? Al respecto añado tres textos de Theodor Adorno, en un ensayo bastante agudo, "La crítica de la cultura y la sociedad", de su libro Prismas. En el primero, si queremos reemplacemos la palabra "crítico" por "escritor", y podemos ver con mayor pertinencia su argumento:

La complicidad de la crítica cultural con la cultura no se debe meramente a la ideología del crítico. Más bien es fruto de la relación del crítico con la cosa que trata. Al convertir la cultura en su objeto vuelve a objetivarla. Pero el sentido propio de la cultura es precisamente la suspensión de la cosificación. En cuanto la cultura se cuaja en "bienes culturales" y en su repugnante racionalización filosófica, los llamados "valores culturales", peca contra su raison d'être. [13]

Rigurosamente hablando, hoy no hay ya casi teoría, y la ideología es como el ruido directamente producido por el mecanismo de la inevitable práctica. Hoy día nadie se atreve ya a pensar una sola proposición a la que no pudiera añadirse -en cualquier campo- la indicación de a quién favorece. El único pensamiento no-ideológico es aquel que no puede reducirse a operational terms, sino que intenta llevar la cosa misma a aquel lenguaje que está generalmente bloqueado por el lenguaje dominante. [23]

En una época en que la sociología burguesa ha "saqueado" (la palabra es de Max Scheler) el concepto marxista de ideología para pasarlo por el agua del relativismo general, el peligro que consiste en no comprender la función de las ideologías es ya menor que el representado por una acción mecánica, puramente lógico-formal y administrativa, que decide acerca de las formaciones culturales y las articula en aquellas constelaciones de fuerza que el espíritu tendría más bien que analizar, según su verdadera competencia.