17.10.13

"La Generación Castrada"

(este texto, así como está aquí, fue publicado en la revista El Hilo Azul, Año IV, Número 7, Invierno 2013)
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La Generación Castrada

En el 2012 recibí con cierto escepticismo la noticia de la puesta en marcha del ciclo de charlas conocido como #Los2000,[1] charlas con escritores y poetas que toma como estructura base la propuesta de “Generación del 2000” e indaga sobre ella.

Mi escepticismo no estaba fundado en el ciclo en sí, es decir, en el evento; todo lo contrario: me parece muy pertinente sentar a la mesa y el micrófono a los escritores emergentes, tornarlos visibles, protagonistas de la historia personal que subyace bajo la superficie de sus libros. Claro, no faltará la voz que acusará el ciclo de “autobombo”, ni extrañaremos aquél que pregunte “¿Qué han escrito estos para estar allí?” con su espinosa sed de medallero y meritocracia. Pero juzgar que estas historias personales no sean valederas o pertinentes en base al mérito literario y las medallas de una literatura que apenas comienzan a desarrollarse, es de una mezquindad y de una miopía política cultural acalambrante. Así que en ese sentido celebro este ciclo y sus protagonistas.

Mi escepticismo corría principalmente por cuenta de lo que se estaba presentando como el producto intelectual de fondo: “la generación”. Para la gran mayoría de los jóvenes escritores nicas que conozco, este producto intelectual “generación” es, a sus ojos, de una inocuidad y una inutilidad cultural tal que discutir su aparición no merecería ni molestarse. Hay una reducción del producto “generación” a una especie de item de checklist supermercadista que deberán estudiar los críticos literarios en un momento futuro; no falta la cretinización del producto “generación” como mero juguete o lujo -uno más- de las élites culturales, juguete que por supuesto no tendría ninguna relevancia analizar; y en general flota una desaprensión analítica y un desentendimiento de la cuestión, queriendo dejarla librada al azar que los institutos culturales le impriman en el futuro. Lo más grave es que, con algunas excepciones de calidad, casi no existe un registro histórico de esta digestión cultural por parte de los escritores emergentes: muchos son prolíficos, rabiosos y bravucones comentaristas de facebook, pero silenciosos y frígidos bombarderos del espacio público, que es el que cuenta.

Es cierto: concuerdo que al fin y al cabo, “generación sí” o “generación no” es ya casi una meta trivial del presente; como episteme puede aportar poca cosa a la cultura de Nicaragua.

Sin embargo, son las razones por las que lo “generacional” como producto acabado no tiene importancia lo que encarece todo el proceso. A la cultura de Nicaragua no le es cara la Generación del 2000 como producto cultural, pero le es carísimo el porqué.

Un espacio vacío

Desde mi punto de vista, la principal razón del alto precio de este porqué radica en que lo “generacional” está vaciado de toda utilidad política real. No sabemos qué utilidad política volcar en el locus “generación”, o cómo articularla, si es que es dable hacerlo. Revolotea en el ambiente cierta actitud de "Si hay una generación, ¿qué? Y si no la hay, ¿qué? también".

Escuchamos "política y literatura", y las respuestas que podemos encontrar, en los discursos predominantes de los escritores emergentes, se basan en equiparar la literatura que se "contamina" con lo político con la literatura panfletaria o con la experiencia del realismo socialista soviético. Según estos discursos, la literatura no podría estar comprometida, excepto con la estética, o con el proyecto de realización personal de turno en que se ocupa el escritor; en todo caso, si se comprometiere, con lo último que debiere hacerlo es con la política, porque eso equivaldría a denunciar malos gobiernos, partidos políticos patoteros, o a colocar la literatura al servicio de "una ideología". Nunca piensan, por ejemplo, que quizá la literatura esté muy comprometida con el proyecto político conservador del neoliberalismo pragmático actual, que sus ideologías sean el libremercado, la industria cultural y la democracia representativa burguesa, por poner unos ejemplos, o la ideología del patriarcado machista, la segregación costeña o la reproducción colonialista de la cultura, por poner otros.

Parece, entonces, que entre la gran mayoría de los escritores nicas emergentes, los aportes de nuevas ideas, como las del análisis crítico del discurso, o de los estudios culturales, no existen, o si existen no son dables de atender en Nicaragua. Los escritores estarían ocupados en ser, en ser mucho. Incluso las ideas de importantes pensadores, más alejados en el tiempo pero no en lo actual, como Theodor Adorno o Raymond Williams, yo no las he visto pasar en sus discursos. Los referentes políticos en literatura se reducirían a los ejemplos de Ernesto Cardenal, Leonel Rugama, o Roque Dalton; de estos se avisa que sus proyectos literarios están acabados, y de allí se parte a despachar en una masacre el universo de lo político por entero. Uno está tentado a indagar si en esos escritores completamente vueltos sobre sí mismos y protegidos en la marsupia del esteticismo no hay más que una evidente castración política.

Reasignar lo político

No voy a negociar con los conceptos de "generación" de Ortega y Gasset o con los de otros; no es mía la invitación a parecerme a estas descripciones ajenas, menos para una categoría actualmente vacía. En mi concepto, "nuevas generaciones literarias" no es más que otro nombre de nuevas formas de hacer política cultural con la literatura.[2] Por supuesto que hay una gigantesca inversión estética en esta empresa. Es más, deberíamos decir que precisamente esta enorme inversión estética es la que habilita la obtención de esa crítica política, porque es el vehículo con el que releemos toda la tradición que nos antecede, la recontextualizamos y la relanzamos en el presente como parte del imaginario colectivo.

Pero una empresa estética sin una guía crítica política, que por ejemplo empiece a interrogar el material ideológico que utiliza como punto de partida, es como una cola de lagartija recién cortada por un chavalito necio: se contrae incesante de aquí para allá y se convulsiona hasta que las señales eléctricas nerviosas se secan. No es que el esteticismo a ultranza no tenga un proyecto político: claro que lo tiene; sólo que ese proyecto político ya lo conocemos, y es el del conservadurismo neoliberal, donde los límites de la política están fuertemente repasados a crayola, para evitar que con nuestra actividad "privada" -supuestamente, esta vendría a ser la literatura- la invadamos.

Entonces, debatir si hay una generación o no -para mí- poseería utilidad únicamente si la cancha de lo político se reabriese. Aun así -es bueno concederlo-, la utilidad de este debate sería reducida, en el mejor de los casos, porque "ser una generación" no es tampoco una tarea escolar. Pero si la consecuencia de ese debate es la reapertura de lo político para la literatura, para el escritor, entonces el debate, éste, o un sucedáneo, debe darse. Aunque los resultados específicos historiográficos [léase, los eventuales opus magnum de estos escritores] no impliquen una de esas tan ansiadas medallas que desean los hambrientos meritócratas, es esta consecuencia la que hace pertinente la discusión, no la etiqueta o la franquicia resultante: "generación tal".

Reasignar lo estético

La macrocefalia del esteticismo petulante de buena parte de los escritores nicas emergentes, antes que un progreso en la historia de la sensibilidad del país, es más bien un síntoma -otro más- de la neurosis que los pichones de élite cultural manifiestan frente al modernismo de mercado. Sus salmos son los de "la Creación", la originalidad, la posteridad, y toda una parentela de conceptos salomónicos que conforman un mesianismo intelectual e inmanentismo artístico. Raro es el caso de escritores emergentes que ubiquen al frente de su proyecto la crítica. Pero entre tanta rebeldía administrada, entre tanto "bravucón de facebook" y entre todo ese canto al "Déjenme ser" poético: ¿qué proyecto crítico se está contruyendo? ¿Sería hasta ahora el único proyecto el de reemplazar las élites culturales, a medida que se van retirando de la escena, con nuestras "nuevas producciones", "nuevos libros", "nuevos universos", nuestro nuevo "Ser-que-es-al-fin-dejado-ser"?

Difícilmente transformemos el panorama cultural nicaragüense si quienes pretenden hacerlo desean, al mismo tiempo que aportan sus "nuevas producciones" y renegocian el canon, mantener los privilegios de élite cultural. Los escritores que vienen del bullpen creyendo que estamos en el primer inning rara vez podrán, redes sociales y todo, escapar de la todopoderosa administración cultural imperante. Y es que los institutos que modulaban culturalmente obras como las de Dalton, Rugama y Cardenal, han sido mejorados y refinados de una manera fundamentalista por el sistema, y es esto lo que no entienden los nuevos escritores que piensan que la política hoy se reduciría a reescribir cuentos como "Charles Atlas también muere", o libros como Oráculo sobre Managua. Si algo colocó en el centro del debate un libro como Amusing Ourselves to Death, de Neil Postman es, precisamente, este fundamentalismo cultural.

Militar, no delegar

En mi opinión, creo que el escritor nica emergente tiene que, de manera casi obligatoria, militar culturalmente. No por principio, si es que existe algún tipo de prurito a cualquier idea que pueda parecerse a una ética literaria,[3] sino porque las coyunturas históricas así lo exigen. Las inversiones que haga en su empresa poética personal son valiosísimas, pero no autosuficientes.

La esencia del objetivo que esta militancia presenta no ha cambiado, a saber, establecer una crítica al poder. Esto tiene que estar en el trabajo del texto.[4] Lo que ha cambiado son los modos de establecer esta crítica. Ya no existe entre nosotros la era de los grandes-relatos-históricos, holísticos, unitarios; así que es obvio que es imposible hoy ejecutar en nuestro cuaderno una obra políticamente comprometida a lo Dalton. Ya no es "el Partido" el instrumento de militancia, ni la verticalidad su dinámica; es más, ni siquiera el "centro" es un centro. Y sí: ya no podemos escribir

Comunismo o reino de Dios en la tierra que es lo mismo[5]

Así que llamar a la crítica política como guía que estructure la nueva literatura no es llamar a que "el Partido" fiscalice el contenido de nuestro libro. Porque no podemos olvidar que aún tenemos el gran relato histórico: el mercado. El "gran-relato-histórico" que nos anunció Lyotard que había desaparecido no desapareció, sólo se volvió natural, se tornó invisible, podríamos decir, en términos adornianos, que se hizo ideología.

Huelga decir que en este mercado cultural todo está commoditizado, incluida la estética, ésa que es la actual teología de aquellos escritores nicas emergentes en cuya rebeldía administrada no cabe, bajo amenaza de catarro, un sólo parágrafo de Marx. Así, el escritor creerá que escribirá lo que quiera. En realidad, el escritor escribirá lo que pueda. La crítica a esta coartación -una crítica que es específicamente política- sirve como excelente punto de partida, pero no puede estar sobreentendida, o dejada a la vaguedad del Lector [o, peor, Espectador]. Estará en el oficio estético del nuevo escritor nica el trabajar esta crítica o, bueno, el de enroscarse en su juguetito creativo y teologizar la creación artística, colocándose él, ni qué hablar, como su sacerdote.

En cualquier caso, son preguntas de esta índole las de fondo. La creación e impulso de este instituto "Generación del 2000" debería ser una excusa o punto de encuentro para formular éstas y otras preguntas,[6] y no una mera operación nacionalista o de rescate de historiografía literaria. En estos términos es que se juega el panorama literario emergente.
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[2] Podemos encontrar una línea totalmente antagónica a esta idea de relación política-literatura en la obra de Richard Rorty. Aquellos nuevos escritores que desean fundar en los discursos de sus prácticas reales la separación definitiva de la política y la literatura pueden ver, por ejemplo, Contingency, Irony and Solidarity. Rorty nos dirá que lo público y lo privado no sólo no deben mezclarse, sino que no pueden hacerlo, debido a que sus lenguajes, en tanto contingencia, no son mutuamente inteligibles. Ésta sería la base o punto de partida, según Rorty, del verdadero poeta: el moverse tras su "ejército móvil de metáforas" para alcanzar un nuevo conocimiento.

[3] A la mano del esteticista fundamentalista siempre está el argumento de que cualquier idea que siquiera se asemeje a un imperativo ético no sería más que una hipocresía enmascarada -si es necesario, se puede usar la acusación de ser "políticamente correcto" o "políticamente incorrecto", dependiendo del trend que esté en boga-, y que por lo tanto el despilfarro estético y la exuberancia típicos del esteticista fundamentalista son rasgos de autenticidad que, como es obvio, debe ser celebrada.

[4] De entre los escritores nicas emergentes, dos libros paradigmáticos que he leído y que, a mi juicio, encarnan modos de esta urgentísima crítica, son Sin luz artificial, de María del Carmen Pérez Cuadra, y El patio de los murciélagos, de Luis Báez.

[5] Canto Nacional, de Ernesto Cardenal. Editorial Carlos Lohlé, 1973, página 53.


[6] Preguntas como ¿Cuál es el rol de la cultura popular en la obra de estos escritores? ¿Cómo es trabajada la cultura popular? ¿Cuál es la nación nica imaginada o sobreentendida en estos escritores? ¿Está problematizada "la patria", "el patriota"? ¿Quién hará visibles qué conflictos sociales [las clásicas reivindicaciones de clase, raza y género] y en qué términos?, son algunas de las que se me ocurren. No creo que haya que esperar a tener un Ph.D. para poder compartir entre nosotros un diálogo sobre esto.