14.12.20

Peones

 De vuelta de la ciencia, y tras cuyo viaje sólo he podido conservar el gastado grimorio de la timina, el inositol, quizá el té de ruda. 

Pienso que si estoy de vuelta es porque me he ido, y en mi lugar sólo ha quedado la rígida caña de bambú o azúcar, que eso era yo antes de la salvaje marea de pruebas de hipótesis y números rusos.

Y si he muerto -y, en verdad, lo he hecho-, de mis compatriotas, cuáles, ya lo veremos, de ellos, digo, puedo exigir el mismo diálogo que Hamlet exigía de un cráneo faltante de silla turca.

De vuelta no estoy, puesto que siempre fui un mal regreso. En verdad avancé, recogí algunas medallas, desperdicié uno o dos años, en los cuales las palabras, reducidas al vapor emanado de una olla de verduras rojas, emigraron de cuerpo.

Yo soy el cuerpo nuevo de esa migración. La ciencia me ha perdido, es una lástima, para la ciencia.

Yo soy el cuerpo nuevo de una migración. No tengo compatriotas.

Si miras mi poema como si mirases la mano de un cana a punto de descargar la porra sobre el juvenil vagabundo, no te sorprenderías. En lo más mínimo.