1.2.13

Repetir Larry Flynt

¿Ahora resulta que uno no puede satirizar nada, porque el artículo tal del Código Penal uruguayo patrulla el manantial de la sátira, o la parodia, o el cinismo si se quiere? En el Carnaval uruguayo v.2013 se ha denunciado, carta pública mediante, a una agrupación artística por explotar, vil y cobardemente, la situación ya altamente discriminada de los gays a través de un personaje, un súper héroe, el Gayman. Sobre todo, se les ha recordado, por si se les había olvidado a esos -con seguridad- pseudoartistas -porque sólo a un pseudoartista se le olvidaría tal cosa-, los artículos más relevantes de las leyes y códigos uruguayos que protegen de discriminar y atentar contra la integridad de las personas según sus condiciones. Quizá habría que recordar, entonces, qué quiere decir la suspensión del contrato de verosimilitud en un producto estético, o qué implica el contrato de ficción -si es que no es idéntico al primero- cuando uno interactúa con un producto que está normatizado como un producto estético.

Por otro lado, tampoco hay que halar la soga demasiado del otro lado -cosa difícil en esta modernidad de mercado [o como le dicen, posmodernidad] carente de tacto, donde todo es clínica, pose, chacra, e ideas más pequeñas que bengalas-. Porque lo que realizan los productos estéticos, por sobre trecenas de cosas, son operaciones ideológicas. O sea que, bajo estos dos contratos, uno suspendido y el otro asumido, el productor de tal producto estético lleva a cabo, ni qué hablar, su agenda cultural. Así que, teóricamente, el súper héroe Gayman tampoco podría llevársela de arriba. Para ponerlo en otros términos. aunque bajo la sombrilla del arte elevemos un grito de liberalidad, debido a las operaciones ideológicas del arte, no podemos al mismo tiempo gritar "¡Inocencia!". Esto es: no todo vale. Pero debe ser la sociedad civil la que ingrese en esta lid -como ocurre inicialmente aquí-, no el Código Penal, a quien se invita a participar.

Martín Inthamoussu, el autor de la carta donde se les recuerda a esos pseudoartistas que, antes de crear cualquier cosa parecida al arte, deben respetarlo, o de lo contrario pasarán, de tres a dieciocho meses, a ser las mulas queridas del sector de algún Penal, se siente herido y explotado por el súper héroe Gayman. No hay que tomar a la ligera estas heridas y esta explotación de su situación discriminada [Martín es gay], en el sentido de que asumimos que son genuinas, sinceras, esto es, de que Gayman en efecto le pareció repugnante, infame, y criminal. Y no de forma retórica, sino penalmente criminal.

Por desgracia para Martín -y lo digo sin la más mínima brizna de ironía-, estos dos contratos, si bien podrán amparar una prosa imperialista como la de Joseph Conrad, o una estética cínica y de mal gusto, o hasta ofensiva y repugnante -si la estética de ustedes lo quiere- como la de este Gayman, estos dos contratos, decía, son un logro imprescindible de la vida social hoy en día. Son constitutivas, tanto o más como el artículo fulano de tal legislación. Y son un logro, una conquista que bajo ningún punto de vista debemos de dar por sentado. Por fortuna, Martín puede utilizar esta conquista para expresar su herida genuina; pero no puede, con el mismo recurso, pedir que se patrulle penalmente la estética que lo ha herido. Porque mañana, como ocurría tan sólo ayer, alguien podría sentirse herido sólo con el hecho de que Martín, en tanto que gay, existe.

Esto no quiere decir que Martín tenga que callarse, ni que su planteo es frívolo, o ridículo. Todo lo contrario. Como digo, si alguien está genuinamente herido, es valioso que el súper héroe Gayman no se la lleve de arriba. Es valioso que importe. Porque por los "atrevidos" como Martín es como, precisamente, ese logro, esa conquista, se hace evidente, clínica. Con estos catarros es por los que nos damos cuenta de que hemos llegado a tener este cuerpito. Además uno siempre debería asumir que detrás de un "atrevido" hay noventa y nueve compañeros silenciosos, tímidos, o quizá demasiado cómodos como para elevarse desde el fango de ese silencio.

Por supuesto, en el contenido en sí, no podemos amenazar a los artistas con que la Ley patrullará sus productos estéticos, argumentando que, como la ley ya patrulla, y sanciona, sus productos argumentativos, podemos invadir aquellos. En nombre de la sensibilidad, no podemos aniquilar la sensibilidad. Para eso está la gran Otherness, o sea, ustedes.

No es un delito ser un artista repugnante o poco inteligente. Y no existe el artista inocente, ni qué hablar. Pero no es el Estado un actor inocente, ni del que podamos despojar de repugnancia, como para utilizar su espadón sobre los artistas.

Uno se siente tentado, en este punto, a empezar a asociar estos eventos y discusiones con mecanismos de lo que Stanley Cohen define como moral panics, salvando las distancias, por supuesto. Desde los menores infractores rapiñeros con su clásico "soy menor, no me importa nada" -una maniobra de folk devils que parece casi calcada geométricamente del texto de Cohen-, que, sin lugar a dudas, son el enemigo público número uno de Los Francesitos y de todo Punta Gorda, pasando por pibes que apalean perros, que a su vez deben ser apaleados como perros, hasta hoy, cada tanto surge ese episodio dramático que desplaza la política real y hace evidente que tenemos cuerpo -o por lo menos lo hace evidente para aquellos que no se tocan ahí abajo-, y la desplaza a la micropolítica o, directamente la extrae de la política y la inserta en cualquier placebo, llámese ideología, moral, estética, etcétera. Si nos desarticulamos con la tijereta del moral panics en hombrecillos de papel unidos en acordeón porque no nos queda de otra, porque ni modo, y porque discutir el "postcapitalismo" o el post-lo-que-sea-que-usted-quiera-que-sea-post ya no tiene sentido ni utilidad, es lo que está por verse.

Uno se entristece pensando que en la oficina central de la Bolsa de Valores, o del Banco Central, o en la oficina central de cualquier capitalista hijo de la chingada, están celebrando. Quizá dicen "Mirá, mirá a esos giles, cómo desplazan la política". Pero ya les va a tocar. A los cerdos, ya les va a tocar.