11.7.13

Formas de ser cool, de ponerle compresas frías a la relación política-literatura y de promover la agenda cultural burguesa, todo en un mismo paso de baile y For FREE this week (and the NEXT) [primera parte]

Anamnesis

Señor, señora, dama de casa, o jubilado, que orgullosamente analiza un sudoku o rellena su crucigrama de libro a esta hora, ¿desea cooperar con nosotros? Pues bien, he aquí el problema:

En boca de muchos, quizá demasiados, productores culturales, existe un intento enconado de separar de una vez por todas y para siempre a la literatura de la política, estableciendo que en el imperio de los juicios estéticos debe erradicarse toda lectura materialista e "ideologizada". Esta separación implica la muerte de una ética, y su realización se nos quiere presentar como un supuesto signo de madurez social y celebración cívica.

Esta posición es harto vetusta. Y también ya es demasiado vieja como para ser abuela la posición que le contestaba, a saber: que en la literatura, como toda actividad cuya existencia es radical e inexorablemente social, existen las mismas condiciones políticas y se reproducen las mismas estructuras de relaciones sociales que en el resto de las actividades; y por lo tanto, como tal, es definible como otro actante más en las luchas de poderes en la sociedad contemporánea. O sea, que con la literatura también se hace ideología, se hace política. Es cierto: es más inmediato -y más brutal- hacer política con las AKs, con las botas o con las huelgas generales. Pero la literatura, y cualquier artefacto cultural en sí, lo podés meter dentro de la casa, en el baño, y puede invadir tu recinto más íntimo -allí donde no llega un AK-, tu imaginación.

Las vanguardias artísticas, que son las que principalmente han estado en el filo de esta contestación a la cultura burguesa, ya se han hecho abuelas, y sus hijos ya están de regreso. Traen el siguiente mensaje: "Regrésense, que en algo fallamos". Pero no se retornó, en cuanto a literatura, al aburguesamiento habitual,  como es obvio, sino que existe hoy una especie de estado de guerra cultural de baja intensidad, en el que los diversos discursos compiten entre sí en pujas de influencia cultural, asentados sobre una única matriz económica capitalista, y sobre la cual observamos una enorme fluidez en cuanto a las dinámicas culturales de contenido, aunque de fondo destaca la rigidez de esa matriz capitalista. Esto es, cambian los protagonistas de la matriz cultural, no así las relaciones en que esta matriz existe. Cambia la literatura, no la política.

Uno de los defectos del concepto de industria cultural y su comportamiento, a como fueron introducidos por Adorno y Horkheimer, estaba en asumir al consumidor de cultura en una especie de ente ciego, engañado y cretinizado, una especie de autómata cuya única posibilidad era alargar la mano, elegir un producto puesto allí para él y consumirlo. Al revés: hoy NO son pocos los desengañados, o los "indignados", los "ocupa", por poner un término trend. Y en realidad, el sistema ya espera que uno esté desengañado, que uno sepa realmente quién es y cómo funciona y cuál es su objetivo.

Pero, y como parecía intuirlo Adorno en porciones de su último período, no son pocos los que, a pesar de no estar engañados, participan del consumo de la industria cultural. Esto es, para ponerlo en criollo: ¿cómo explicar que alguien, con una razonable cultura crítica, y que se encuentra al tanto de lo depredadoras que son las prácticas de McDonalds, vaya y consuma campeonamente un combo de Big Mac y refresco grande con papas fritas grandes?  Hipótesis 1: porque para este "alguien" la relación entre la cultura y la política no son evidentes en ese sencillo acto alimenticio; aquí podríamos ahora sustituir perfectamente cultura por literatura, y McDonalds por Dan Brown o Santiago Roncagliolo, y la relación seguiría siendo la misma. Hipótesis 2: [my favorite] porque para este "alguien" consumir su Big Mac no es una cuestión de conocimiento o engaño, sino una mera performance cultural, un bit de política si se quiere, y su peso no es relevante en comparación de, por poner un ejemplo, asistir a una marcha, votar una ley progresista, o tener hijos gays y luchar a brazo partido en contra de una sociedad marginadora anti-gays; en este caso, los horizontes de la política como la conocíamos están reducidos y desplazados a conceptos como biopolítica, microcrítica y particularismo militante. Hipótesis 3: porque para este "alguien" simplemente no le importa; entonces inicialmente no era tan razonable su cultura crítica.

Clínica

En literatura ocurre exactamente lo mismo. Pero debido a que los libros no son Big Macs -quizá con excepción de algunos de los más de setenta libros de César Aira-, y como los procedimientos de productos culturales no son tan inmediatos como la digestión de una rebanada de carne de caballo -o lo que sea que haya en compresa dentro de una Big Mac-, las relaciones son bastante más complejas. Sin embargo, el objetivo es el mismo: desplazar del escritor los ejercicios de la ética y la política en cuanto al producto de su trabajo. Una vez desplazados estos, el sistema se encargará del resto. Veamos algunos de los síndromes de este desplazamiento, que son defendidos incluso por los mismos escritores, a pesar de que, en pleno siglo XXI, jamás podrían alegar engaño o desconocimiento alguno:

Síndrome de Stalin: para suspender la ética y la política en la literatura, señor, señora, usted sólo necesita mencionar la palabra "compromiso". Cualquier discusión que amenace siquiera con terminar en el concepto de "compromiso" será equiparado inmediatamente con el revulsivo experimento del "realismo socialista", y, por elevación, se argumentará que si hablamos de compromiso pondremos al escritor a un paso del stalin de turno. Utilice la palabra "compromiso" y la ética y la política quedarán automáticamente suspendidas.

Síndrome del Hincha: argumento que volvería muy orgullosos a los empresarios de medios que vendían novelas por folletín en el siglo XIX, o de novelas pulp del siglo XX: la función de la literatura es divertir, señor, señora, y la del Lector contemplarla como contemplaría un hincha el espectáculo deportivo que más le gusta. ¿Quién necesita realidad? La realidad ya está en la mano de 9 a 5, o en la lista del supermercado y en los Titulares del noticiero en la hora central. O mejor: para la realidad ya está la tele, la internet. Más real es Google.

Síndrome del Progresismo Agudo: si usted necesita neutralizar cualquier discusión política espinosa acerca de la literatura, o si ve que uno de los conferenciantes se está poniendo espeso y sus venas ya están resaltadas, puede objetar lo siguiente: los argumentos de la literatura como actividad política y de la ética en la producción literaria ya son algo del pasado y han sido superados por nuevas realidades, nuevas teorías. "Esto ya lo dijo alguien en tal año", o "Esto ya lo probaron estos fulanos, y así les fue". En definitiva, strictu sensu, la reducción de la ética y de lo político a artefactos históricos que han cumplido su ciclo, y la paradójica ampliación de la estética como el artefacto ahistórico, que ahora parece que siempre ha estado allí, que todavía no cumple su ciclo. O sea: quien se vence y quien expira en fecha es la ética y la política, y quien permanece, de forma esencialista, es la estética. Trick or treat! Así, el pensamiento de que íbamos a hacer la revolución con las letras o levantar a las masas para tirar el capital con fusiles de poemas ya pasó [podemos relatar el ejemplo de la escuela situacionista y su brillante paladín, Guy Debord]. Tanto posiciones postestructuralistas como la palabra mágica, "posmodernismo", harán el truco -puede añadirse terminología como la postpolítica, la postpoética, el postcapitalismo-. Y si aun así uno necesita aliados históricos, se puede reforzar con un ejemplo del Síndrome de Stalin, el "realismo socialista", ya previamente mencionado.

Síndrome del Pragmático: señor, señora, ¿qué mejor manera de cancelar la ética y la política que precisamente reconocer que existen y que son fundamentales a toda actividad cultural, pero, bajo el imperio de los hechos consumados, su discusión e implementación son de nula utilidad? Usted únicamente tiene que reconocerme que la ética y la política son importantes, y luego comentar que mañana viernes el catálogo de la multinacional Santillana o Random House Mondadori se incrementará en un 13%. Escritores, hay que ser pragmáticos. En términos del pragmatismo, ninguna discusión ética literaria expropió un dólar ni quitó un ejemplar de las vidrieras, ni mucho menos -ni qué hablar- redujo la jornada laboral de ningún peón rural.

Síndrome del Demócrata: éste es uno de los síndromes más sólidos de los que se dispone en la actualidad y más difíciles de sintomatizar, porque implica la reducción de lo político en la literatura utilizando el argumento político mismo de la democracia burguesa, con lo que el resultado es que estamos volviendo el arma de la política contra sí misma. Y nos dice que: tu libertad de contenidos culturales y de producción literaria, y tu liberación de cualquier atadura política tienen mayor valor y mayor peso que cualquier discusión, constricción o compromiso que se les opongan. Según el sistema capitalista, es casi un deber moral defender los términos de esta ecuación. Rápidamente corren las estructuras sistémicas a presentar y edificar como paladines y mártires a todos aquellos que defiendan a capa y espada esta ecuación. Y ni qué hablar que todos aquellos que impugnen los términos de esta ecuación son los stalinistas del presente, los neonazis modernos que mancillan la sangre de los héroes derramada en defender las victorias culturales tan arduamente conseguidas. Y es que al sistema capitalista le va la vida en este síndrome, porque atañe precisamente a lo fundamental de sus estatutos, y contesta sus pilares políticos de liberalismo, individualismo y democracia burguesa. Esta libertad y esta liberación no son moco de pavo, sino que han sido ganados a sudor y sangre, y aun hoy en día son motivo de fortísimas reivindicaciones históricas. De pasada, también ocurre un arrinconamiento de lo político a lo "político-partidario", o sea, hay una atomización de lo político a órganos y aparatos, que son los que nos impondrían compromisos, ataduras o ideologías enlatadas. Aquí nunca la política va a estar en la esquina de casa, sino en el comité central, en la casa del Partido, en el mitín. La política no es encender el televisor ni pensar un particular personaje plano en nuestra novela, sólo lo es marchar en contra de las elecciones fraudulentas.

Podemos notar que este síndrome reúne un poco de los cuatro anteriores: está el Hincha [la libertad es rica, hay que disfrutarla]; está Stalin [el compromiso, la crítica, la sujeción de nuestras ideas es o será coartación, tiranía o despotismo, casi brainwashing, y hay que limitarles, volverles impensable]; está el Progreso [logramos superar la barbaridad, no lo echemos a perder impugnándolo]; y está el Pragmático [todo intento de impugnación, movilización y rebelión sólo acarreará peores condiciones que las actuales, y sólo una resistencia de fondo, como ruido cósmico, es viable].

Como reúne a los anteriores, y como es el núcleo duro de este estado de guerra cultural de baja intensidad que vivimos, pues veamos, como escritores, qué estrategias son las que están en juego.

Paraclínica del Síndrome del Demócrata


Por supuesto que la libertad será "rica". Pero más que eso, la libertad será correcta. Desgraciadamente, la libertad es más un thought experiment que cualquier otra cosa. Y lo último que tiene un escritor cuando escribe es libertad. En una situación de democracia burguesa, el repertorio involucrado lo podemos desplegar así:

Estrategias de canonización: el sistema utiliza infinítuples canonizaciones y recanonizaciones para modular aquellos discursos que pongan en tela de juicio su hegemonía cultural efectiva. Si no es posible degradar un discurso, la única otra alternativa que tenemos para vencerlo es absorberlo. Su instituto, como resulta obvio, empieza por la academia, o por lo referentes de autoridad institucional que la sustituyen, si ocurre que no hay una verdadera academia en primer lugar, como en Nicaragua. El canon es una vara violenta con la cual medirse, y con la que todo joven escritor debe enfrentarse en su proceso de formación. No hay forma de eludir el canon. La obra de uno será una conversación con el canon. El objetivo último de toda esta estrategia es simple: elegir entre i) parécete a mí o ii) mejórame. Como vemos en la realidad, en esta estrategia las obras entran y salen incesantemente, y su digestión ocurre en múltiples niveles -lingüísticos, semióticos, estéticos, históricos-, pero lo que nunca ocurre es el desmantelamiento de la relación canónica. Es una tarea política cultural el de, por lo menos, investigar las posibilidades de ese desmantelamiento. Y una figura neurálgica de esta tarea es, obviamente el escritor.

Estrategias de dumping cultural: o sea, el mercado, puro y duro. Acá hay dos elementos que directamente utilizan al escritor: i) el mercado en sí, es decir, la mercadotecnia misma de la literatura; ii) los mass-media, es decir, la commodityzación de la cultura a través de los medios masivos de comunicación. Elegí el nicho cultural que quieras: bien, bueno, te lo podemos saturar instantáneamente con el perfil de productos culturales que sea. Otra vez: que los productos culturales entren y salgan, o que una persona piense que es "inteligente" porque no consume la basura band-boy del momento es irrelevante; lo relevante es el no desmantelamiento de la mercadotecnia cultural. Así que tanto el menú cultural que vos consumís, como el menú cultural al que vos querés acceder con tu libro/obra/página-de-facebook/bit-cultural-producido, van a estar fuertemente modulados por estas estrategias. A este nivel, la cosa ocurre en la base de la cuestión, o sea, es capitalismo puro y duro. Aquí no importa si sos un brillante escritor; aquí importa si sos un brillante político.

Estrategias de condición suficiente: éste es un truco viejo y del que todavía es sorprendente que se mantenga funcionando: te permito la obtención de un objetivo social, pero es tal el obstáculo de la condición suficiente para obtenerlo que, en términos prácticos, su obtención es prohibitiva. Para ponerlo en términos criollos: el sistema capitalista modulará a bolsas de individuos particulares a través de los aparatos ideológicos del Estado [como por ejemplo, el sistema educativo] en preparación de una producción cultural que se le parezca, incluso antes de que vos siquiera pienses que querés ser escritor. Por supuesto, tenés la libertad de erigir un discurso fuertemente crítico; ahora bien, la obtención de las ideas primas de este discurso -entre ellas la idea de que ese discurso puede ser en alguna forma útil por sí mismo- ya corre por cuenta tuya. Antes de hallar las ideas primas de ese discurso crítico, vas a tener que hurgarlas entre una enormísima oferta cultural [ruido cultural, basura teórica: estrategia de dumping], y si las hallás, vas a tener que sostenerlas contra una escasísima y selectísima oferta cultural canónica. Como vemos, ninguna de estas estrategias funciona aisladamente, sino que tienen entre sí poderosísimos vasos comunicantes; el efecto es, entonces, limitar la eficacia de las resistencias; es imposible "ganarle" a todas "ganándole" a una.

Estrategias de base: otra vez, capitalismo puro y duro, pero a la inversa: aquélla operaba en la masa, ésta opera en el individuo. Con esta estrategia, el sistema busca que el escritor sea protagonista del proceso, a costa, claro está, de su hipotética libertad, que ya de por sí era un thought experiment, para empezar. Utiliza dos institutos, el de la privatización cultural y el de la propiedad privada intelectual, y su objetivo es obtener un escritor-burgués: un actor económico [el escritor] que vive de las rentas del capital [en este caso, cultural, representado por su producción literaria]. El bit cultural más fuerte que se utiliza aquí, en verdad uno de los más potentes que existen en el sistema, es el de que escribir libros es un trabajo como cualquier otro, como el de picar túneles en una mina de cobalto o el de producir 130 quintales de arroz por hectárea, y de que, por lo tanto, es completamente deseable poder vivir de eso. Ey, ¡¿a quién no le gustaría que le pagasen por leer y escribir?! Como en todo con el capitalismo actual, esto en parte es cierto y en parte es falso. Es cierto que escribir libros es un trabajo: los libros no se escriben solos; y por otro lado, si estamos en el gulag call center no estamos en el escritorio trabajando o en la calle o la biblioteca investigando nuestro tema predilecto. No es cierto que escribir libros sea comparable, en términos económicos, con picar túneles en una mina de cobalto. Y por lo tanto, es verdadero que sea deseable poder vivir de eso? Sí, lo es, en el sentido burgués. Es decir: si querés vivir sólo de la literatura, te tenés que privatizar. Si no querés privatizarte, podés perfectamente "agarrar para las ocho horas", como dicen en Uruguay, y escribir en tu "tiempo libre", si es que resta. Paradójicamente, tenés esa libertad, la libertad de tener que no ser libre para ser libre.

En resumen, existen varios institutos trabajando armónicamente en conjunto para modular tu tan amada "libertad" como escritor: el canon, el mercado, los mass-media, los aparatos ideológicos del Estado y los institutos de privatización cultural y propiedad privada intelectual -esto es, como no podía faltar allí detrás en bambalinas, el Estado mismo-.

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