27.2.12

¿Literatura experimental? ¿En serio? / Reflexiones (segunda parte 7-8)

Índice:

  1. Ideas
  2. Problemas reflexivos
  3. Historia de la Lectura
  4. Chepe
  5. Pedrón
  6. Lo hermético
  7. Narratología
  8. Función
  9. Relaciones de dominio
  10. Política, política y más política
  11. La emancipación repite el dominio
  12. Conclusiones, utilidades, uso

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Narratología

Llego aquí a las porciones más intrincadas de la reflexión. Intrincadas no sólo por su lugar en el texto en general, sino porque para mí habían sido categorías casi de oficio, herramientas sólidas, narraciones obvias acerca de la naración misma. Y a medida que he ido madurando como escritor, o como persona, o como algo, su solidez se desgrana. Porque, en el fondo, son las herramientas que le dan formato a la actividad de escribir como la practicamos hoy, y son las que nos parecen más naturales, sólidas, inexpugnables. Es decir: ¿cómo es posible que nuestra técnica, nuestra estilística, nuestro "contenido", no sean los únicos fundamentos de nuestra estética y aquello por lo que, en última instancia, deberíamos ser juzgados?

Es obvio que ningún escritor necesita saber narratología para escribir su libro. Y una vez que sabe algo de ello tampoco representa una ganancia teórica excesiva como para descerebrarse por ello. Porque la verdad es que a la hora de escribir nuestro texto, estamos nosotros más 99% de intuiciones, y 1% de todo el resto. Aquellos que hemos entrado en contacto con narratología, podemos decir que está bueno, bonito y barato eso de actantes, punto de vista, focalización, etcétera. ¿Pero de verdad nos decimos "Bien, escribiré este actante desde esta focalización porque me gusta mucho"? Esto es, la narratología no es un instrumento para escribir. Es más bien un instrumento forense.

Pero, aunque 99% de lo que usamos sean intuiciones, gran parte de éstas igual siguen siendo operaciones narratológicas, aunque no las intelectualicemos como tales. Y, entonces, si quisiésemos reducir el pensamiento de la literatura experimental a lo estético, la narratología sería un buen lugar por donde empezar a mirar. ¿O lo es?

Es decir: ¿no sería interesante pensar que la estética de nuestra narración hará al lector experimentar algo "nuevo" si le cambiamos el orden de los capítulos, si mezclamos las voces narrativas, si añadimos puntos de vista, si saltamos de planos, si usamos o abusamos de técnicas "cinematográficas", si nuestro personaje-actante es sólido o si su carácter canallesco cambia en el transcurso de nuestra novela, o si refleja, con gran lucidez crítica, el habla coloquial, o, ni qué hablar, si introducimos aberrantes experimentos tipográficos, como textos patas arriba, frases en los extremos, símbolos de toda índole, o libros escritos sólo con la vocal e o sólo con las vocales menos la e, donde de pronto hacemos click en un hipertexto y éste nos lleva a un hombre que nos habla o nos canta algo que él cree que no sabemos?

Y esto no tiene nada que ver con nuestro perfil de trabajo como escritores. Comprendo que no todos los escritores, ni por cerca, deseen supuestamente experimentar o lo que sea. Algunos preferirán específicamente escribir como si escribiesen crónicas balzacianas, esto es: no siendo vetustos y polvosos como nos parecería un texto de Balzac, sino utilizando las mismas operaciones narratológicas que él. Otros querrán ser contenidistas, y la narratología no sería más que un manual de trucos literarios a los cuales recurrir para esconderle al lector el vergonzoso hecho de que estamos vacíos de ideas. Y otros querrán escribir para (com)probar a un crítico, para saciar su propio apetito teórico, o para ratificar que una escalera de Penrose sí es posible, y que esa caminata interminable es el vehículo de la "nueva" literatura.

Pero cualquiera que sea el perfil del escritor, no puede estar ajeno al hecho de que la literatura va a avanzar hacia algún lado, con él o a pesar de él mismo, y que la dirección de este avance por parte de la literatura será ya sea hacia su propia destrucción (o sea, su silencio) o hacia su evolución (o sea, nuevas literaturas). Y esto debería generar en el escritor el siguiente pensamiento: este movimiento no está encerrado en la narratología, sino en la sociedad misma; no está en cómo él se exprese, sino en relación de qué se está expresando.

Creo que sería válido repensar lo siguiente: no son operaciones narratológicas las que abrirán las nuevas puertas estéticas, sino operaciones ideológicas. Entonces: una misma operación ideológica puede seleccionar muchas operaciones narratológicas para expresar su contenido [esto es, para poner la misma pedorrada podemos narrar de forma lineal o abusar de los diseñadores gráficos que torturarán al tipógrafo, o hacer un gran collage de cut-ups]; y una misma operación narratológica [narrar el mismo suceso desde trecenas de puntos de vista] puede seleccionar muchas operaciones ideológicas [en suma, puede narrar las mismas pedorradas de siempre, o puede también lanzar una crítica directa, activa, dirigida al mismo lenguaje].

Quizá la narratología es como el forense que nos viene a contar cómo mataron al hombre-fiambre que tenemos delante nuestro. No nos dirá cómo vivía el muerto. Eso nos lo dirá el cardiólogo. Sólo un cardiólogo puede salvar a un tipo infartado. Cualquiera puede ser cardiólogo. Entonces ¡muerte a los forenses!

Función

Otro posible avatar en cuanto a la literatura experimental se me había ocurrido pensarlo en aquello de la función que supuestamente buscamos al escribir nuestro texto. Esto es, que la posibilidad de experimentación, o su grado, podía encararse en cuanto a qué función deseábamos que nuestro texto desempeñase, en nuestra ideación de él, como quiera que indefectiblemente escribimos nuestro texto para algo, algo queremos hacer con él. Queremos denunciar, queremos atestiguar, queremos divertir, o que nos recuerden, queremos criticar un objeto o darle una lección a alguien [a algún padre literario muerto, porque necesitamos suplantarlo, quizá], queremos habilitar como posibles los lenguajes/los pensamientos indispensables para los esqueletos de nuevas historias, ideas, y queremos, supuestamente, empoderar a quienes, según nosotros, no tienen poder, con el poder, otra vez según nosotros, que nuestros textos proveen. Entre otras.

Pero en seguida se me presentan varios problemas que escapan, por su enorme complejidad, a la reflexión: primero, porque pienso que es una lectura errónea la de reflexionar sobre el capítulo que estamos escribiendo o el relato que nunca pulimos o el poema que se nos escapó, en términos de "función": no controlamos fácticamente para qué sirve nuestro texto, no decidimos cómo lo debe leer un lector, no dictamos sus consecuencias, no hacemos nada más que fritarlo y formatearlo para un cliente.

Segundo, no controlamos el futuro de nuestro texto, pero, sobre todo, tampoco controlamos el presente de nuestro texto, aunque pueda parecernos que sí porque, ey, en última instancia, somos quienes lo hemos escrito. Pero creo que, con respecto a la función que puede desempeñar, nuestra ceguera es casi total. Carece de perspectiva. Sí, el presente está casi aquí, o incluso aquí, ahora mismo, ya, por lo tanto esta lectura, o aquélla, o aquélla otra, algo hacen, algo desencandenan. Pero no tenemos la perspectiva para observar ese desencadenamiento, sólo somos el protagonista del texto, y a duras penas, únicamente porque lo hemos escrito. Pero el mando, la dictadura es del observador.

Tercero, porque la función misma de nuestro texto no es algo que podamos achicar a una experiencia estética, casi que limitándola o equivaliéndola a una Historia de la Lectura privada de cada uno. La función literaria de un texto no es privatizable, por supuesto, no hay nada más social que sentarse a leer un libro. Por lo tanto, parece evidente que la reflexión acerca de la literatura experimental no transita por aquí.