4.11.14

El hermano Jacques, 3: Más y mejor policía

(texto publicado en la revista de ensayos Prohibido Pensar, número 3, titulada "Escrituras")
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Quizá el punto más clave en la obra de Jacques Rancière es su establecimiento, articulación y operatividad de su concepto de política. En diversas partes del cuerpo de su obra, Rancière aborda, define y redefine el núcleo de este concepto: el impacto y la brutalidad de esta operación de redefinición radica en todo lo que deja afuera, que en términos prácticos casi equivale a lo que hoy en día en nuestras culturas se conoce por "política".

El hacha de la policía

La política es simplemente la práctica de subjetivación de un individuo que se encuentra en un contexto de anomia, esto es, en una situación en la que no tiene ninguna parte de lo social, donde no se le puede nombrar, y donde el discurso que éste produce no es inteligible o legitimable, excepto bajo aquellos parámetros de discursividad de quienes dominan ese contexto u orden social.

Cuando la política desaparece de la subjetivación del individuo, lo que la suplanta es el concepto de identidad. Cada vez que alguien expresa que su identidad es "algo", un rasgo en particular (metalero, bolso, escritor, uruguayo, etcétera), una secreta muerte de la política ocurre al otro lado del silencio. El identitarismo vino para declarar lo siguiente: "Abandonemos el escándalo de la igualdad, y luchemos por lo que "es" cada uno de nosotros". Es en esta veta que las luchas identitarias nutren por un río subterráneo el lago de la reaccionariedad: porque no les es posible articular el escándalo de la igualdad. Por esto, aquellos que luchan por la identidad, son reaccionarios a pesar de ellos mismos.

A este respecto, la igualdad no acepta proyectos de administración cultural; la igualdad no es esa mano herida del hombre sobre la que uno va a calzarle los guantes de la economía política y la expresión de las urnas. En este sentido, lo reaccionario no es pensar que el formalismo democrático es la mejor vía que tenemos para pensar un "Estado que administre mejor"; lo reaccionario es pensar que esto se relaciona en algún modo con la igualdad.

Rancière aporta un segundo término, que expresamente contiene lo que hoy en día llamamos en gran parte "política": y es la policía. La policía es el modo de jerarquización de un orden social. Como es imposible que exista un orden social sin un tipo de jerarquización, de esto se sigue el establecimiento de la policía es inevitable. 

Sin embargo, no todas las policías son iguales. No es lo mismo la policía de nuestro sistema de oligarquía liberal que la policía del sistema norcoreano o que las policías de los antiguos estados príncipes de Alemania. Lo que los diferencia no es que tuviesen mejores o peores leyes, o estatutos más o menos bárbaros; los diferencia "la constitución simbólica de lo social".

En la policía, de acuerdo a Rancière, está prácticamente todo lo que hoy llamaríamos "política": discusión sobre una mejor distribución de la riqueza, protestas sobre baja de impuestos, luchas por reconocimiento de derechos (ya sea culturales, políticos, "humanos", etcétera), y en general todas aquellas cosas por las que pensamos como definición de política, incluidos los actos electorales, las bicimarchas o el formalismo democrático: todas buscan mover la aguja de la jerarquía sobre el orden social, modificar el contenido de la estructura, pero no la estructura en sí.

Política sería utilizar los cuerpos de los individuos para suspender esa estructura, para colocarla en tela de juicio. La política es "lo que interrumpe la naturalidad de la dominación", lo que suspende el arjé. ¿Pero cuándo estos cuerpos pueden identificar que realmente ponen en tela de juicio el arjé que los ha dejado afuera, y no simplemente, por poner un ejemplo, cacerolean entre viejas y jubilados en una avenida bonaerense? ¿Cuánto peligro, cuanta agresión institucional como respuesta tiene que sentir el cuerpo que se subjetiva para sentirse igual, para ser? Quien suspende el eje jerárquico ya es par de este eje; todavía no lo ha derribado, no se ha emancipado: golpea la constitución simbólica de lo social de esa jerarquía.

La política es cara, la policía es barata. La política cuesta, la policía se soporta. La política participa del hambre, la policía del apetito. El pensador de izquierda sabe dónde está la línea en la cual una mayor radicalización de sus actividades conlleva la pérdida por parte de la sociedad de los privilegios alcanzados. Rancière conoce muy bien este gesto: es el fantasma que recorre nuestras europas: nuestro gen pragmático. Así, uno de los mejores artificios de nuestro orden social es el haber hecho deseable la eliminación de la política para aquellos a quienes más urgente les era el ejercerla, o en términos de Rancière: el suspender la subjetivación del individuo -por el sólo hecho de ya serlo-, a cambio de explotar un rasgo particular en el arjé, de participar. Lo siniestro es que cuando en las campañas aparece el slogan "Participe", es el sistema quien está teniendo razón. La política sólo escucha, y aquí la policía ríe. Ríe profundamente.

El instrumento de la política

Para Rancière, el único instrumento de la política, y que está presente en la realización misma del acto político, es la democracia. Curiosamente, hoy en día este pensamiento es profundamente "antidemocrático". O al revés, aquellos quienes abogan por el formalismo democrático como parámetro de legitimación de nuestras oligarquías liberales son los primeros en ver pasar el cadáver de la democracia flotando por el río de lo social.

Si denunciamos el formalismo democrático, es sabido, recibimos rápidamente el título de antidemócratas y antirrepublicanos. ¿Qué es lo que "tanto sudor y sangre" nos costó conseguir y "defender"?: la democracia y la república. No: es la policía.

Al votar, votamos la realidad. Votamos la policía de la realidad. Ni siquiera votamos. Simplemente nos presentamos a decir "Presente, maestra". De acuerdo a Rancière, la inteligencia del sistema capitalista no está en ocultar o engañar al "pobre", al "obrero" o al "consumidor", algo así al estilo del Adorno de La Industria Cultural. La inteligencia está en volver deseables estas mutilaciones, en contratar la identidad y despedir la política. Un Adorno que ha regresado al futuro y ha decidido dormir.