9.3.12

El escritor-gerber (primera parte)

Quiero traer ahora algunas reflexiones desprendidas de Representaciones del intelectual, de Edward Said.

El libro de Said -la obra toda de Said- es ejemplificante y su conocimiento es, o debería ser, de un carácter urgente para todo escritor, ni qué hablar para "intelectuales" en general. Creo que la narración de la vida de Said, y algunas obras de Said, deberían ser obligatorias para los chavalos de los liceos, antes, bastante antes, que, por ejemplo, el Lazarillo de Tormes [o, bueno, quizá exagero, quizá el Lazarillo es más urgente que Edward Said, y sirve de forma eficaz para ayudar a pensar/transmitir/cimentar valores]. Por supuesto, ingresar en un curriculum liceal los fundamentos críticos de la obra de Said -o aunque sea un pequeño resumen de su vida, mostrándonos, en la praxis, estos fundamentos, requeriría casi una especie de insurgencia armada, sangrienta, poco menos que la intervención militar de alguna potencia extranjera, para calmar los ánimos.


Los textos de Edward Said

Pero bueno, no beatifiquemos todavía a Edward Said, ya que él mismo lo hubiese desaprobado. Paso a la reflexión misma, a sus textos. Introduciré tres citas, algo extensas, más algunos pensamientos que me generan. Primero las citas:

Desde mi punto de vista, nada es más reprensible que esos hábitos mentales en el intelectual que inducen a la evitación, esa actitud caracterísitca de abandonar una postura difícil y basada en principios que se sabe que es la correcta, pero que uno decide no mantener. No deseas aparecer excesivamente politizado; te preocupa parecer liante; necesitas la aprobación de un jefe o de una figura con autoridad; quieres conservar la reputación de ser una persona equilibrada, objetiva, moderada; esperas que se te llame para una consulta, para formar parte de un consejo o comisión prestigiosa y, de esa manera, seguir dentro del grupo que representa la corriente principal; esperas que algún día te harás acreedor a una distinción honorífica, un premio importante, tal vez incluso una embajada.
Para un intelectual estos hábitos mentales son corruptores par excellence. Si algo puede desnaturalizar, neutralizar y, finalmente, matar una vida intelectual apasionada es la interiorización de tales hábitos.
EDWARD SAID / "Representaciones del intelectual" [107]


No quiero resultar equívoco o mostrarme excesivamente ambiguo en mi punto de partida: personalmente estoy contra la conversión y la fe en un dios político, del tipo que sea. Considero que ambas conductas -la conversion y la fe- no se compaginan con el intelectual. Esto no quiere decir que el intelectual tenga que quedarse al borde del agua, mojando ocasionalmente el dedo de un pie, pero permaneciendo seco la mayor parte del tiempo. Todo lo que yo he escrito en estas conferencias pone de relieve lo importante que es para el intelectual el compromiso apasionado, el riesgo, la exposición, la entrega a determinados principios, la vulnerabilidad para debatir y dejarse implicar en causas mundanas. Por ejemplo, la diferencia que anteriormente señalé yo entre un intelectual profesional y otro amateur descansa precisamente en que el profesional reclama distanciamiento por motivos profesionales y pretende la objetividad, mientras que el amateur no actúa movido ni por recompensas ni por completar un determinado currículo profesional, sino por el compromiso personal con ideas y valores en la esfera pública. Con el paso del tiempo, el intelectual se vuelve hacia el mundo político en parte porque, al contrario que la academia o el laboratorio, ese mundo está animado por consideraciones de poder e interés, que de manera clara y evidente mueven a toda una sociedad o nación, y que, como fatalmente anunció Marx, arrancan al intelectual de cuestiones relativamente discretas de interpretación para meterlo en otras mucho más significativas de cambio y transformación social.
Ibid. ant. [114-115]

Por el contrario, el verdadero intelectual es un ser secular. Aunque muchos intelectuales pretenden que sus interpretaciones son de cosas más elevadas o valores últimos, la moralidad empieza con su actividad en este nuestro mundo secular: dónde tiene lugar, al servicio de qué intereses está, cómo concuerda con una ética coherente y universalista, cómo distingue entre poder y justicia, qué revela de las propias opciones y prioridades.
Ibid. ant. [123]

Sabrán disculpar la longitud de las citas, pero quería que tuviesen el mayor contexto narrativo posible.


Aspectos


Varias cosas, entonces, se desprenden de esto. En primer lugar, el hecho mismo de su enunciación. Este libro es la reunión de unas conferencias que Said pronunció para Inglaterra, en 1993. Al leerlo ahora, buena parte de sus aseveraciones nos podrán parecer de oficio, como algo que ya casi raya en lo obvio. Pero con total seguridad no le pareció así a Said, ya que, si en sus circunstancias históricas, esto hubiese sido obvio no lo habría hecho el tema de sus conferencias. Lo que quiere decir que el rol del intelectual, las consecuencias políticas de su desempeño en este rol, y hasta su definición misma como tal -la de sus actividades, la del alcance de sus actividades- eran, son y seguirán siendo pertinentes para la sociedad. La eliminación de la discusión al respecto, o su presentación como debate ya zanjado, o como cosa juzgada, es una fuerte maniobra ideológica, la mayoría de las veces efectuada por el intelectual contra sí mismo.

Ahora voy a intentar enfocar un poco la reflexión desde mi situación de escritor.

Reemplacemos por un momento en el texto de Said la palabra "intelectual" por la de "escritor". Las operaciones del texto, con algunas modificaciones, se mantienen. Esta reflexión tiene dos aspectos, que atañen al escritor de manera irremediable: un aspecto en la relación del escritor con su obra, y un segundo aspecto en la relación del escritor con el entorno de su obra.


El escritor con su obra


Parece que está algo así como que de moda la idea de que la relación del escritor con su obra es una especie de santuario, o templo sagradísimo, donde el único dios es el texto y las únicas sacerdotisas son las neuronas del cerebro del escritor. Como que allí "somos libertos", o "libertinos", si se prefiere. Como si la libertad que tenemos al escribir un texto fuese un fin en sí mismo, como el que dice "Con este texto me libero", aunque después tenga que invertir doce horas de su día, seis días a la semana, como cajero de un supermercado, para costearse esa "liberación" textual.


Un escritor no es un escritor si en su objetivo no está la socialización de sus textos, así como un intelectual no lo es si en su objetivo no está la socialización de sus ideas, la iniciativa de praxis. De lo contrario, escribir sin este objetivo no sería nada muy distinto que lo que es para una abuela tejerle unos lindos botines de lana a su próximo nietecito, o, en el caso del intelectual, tampoco muy distinto de pensar tendido en las playas de las Bahamas acerca del hambre mundial. Esto es: si escribís, tenés que socializar tu texto.


Como anota Said al respecto de unos comentarios de Jean Genet: si no querés hacer política, no escribas. [Yo creo que lo reformularía en Si no querés hacer política, no publiques] Al escribir estás haciendo política, te estás subscribiendo a un contrato de responsabilidades políticas, así que olvidáte de que sos realmente libre de escribir lo que se te antoja. Nos parece así, precisamente, porque vivimos, en nuestro países occidentalizados a medias, progresados a medias, nacionalizados a medias, vivimos, digo, con los hábitos intelectuales nocivos de los cuales habla Said. No porque hayamos alcanzado un estado superior de democracia o porque las economías de nuestros países vayan mejor que en Grecia o que en la faja de tierra subsahariana, sino porque le dimos las espaldas a lo que fuese que tuviésemos por democracia, o al tipo de economía que fuese que ejercitásemos, o a la privatización de los saberes, por poner un caso. Nos encerramos en nuestro enroque personal, nos arrinconamos en los últimos dos escaques del tablero, mientras miramos, nirvánicamente, los tres peones de nuestra estética.


Aquí quiero mencionar sólo dos pequeños ejemplos, por ser de los llamativos, de qué significa con seriedad el hecho de que no somos libres de escribir lo que se nos venga en gana: el escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, quien se refugió en Pittsburgh, luego de "algunas" amenazas de muerte y malestares por su libro El asco, y el escritor indio-británico Salman Rushdie, sobre quien ya todos sabemos pende una sentencia de muerte por Los versos satánicos.


Tomates FC vs. AC Libros


He aquí que tenemos severas, severísimas, legislaciones acerca de cómo usted, Productor de tomate, puede producir su tomate, bajo qué condiciones envasarlo, qué información está usted obligado a proporcionarle al cliente, qué protocolos de bioseguridad debe usted cumplir; si usted no cumple, se le extirpará del negocio, si es que no se da el caso de que va usted inmediatamente preso. Y si ocurriere que una nenita de seis años llegare a morir, intoxicada por alguna leptospira que usted permitió que infectase el apetitoso tomate comprado por la madre de la nenita, usted sería casi linchado en el acto; si así no fuese, sus mismos compañeros presidiarios, en un asombroso acto de ajusticiamiento moral, lo rociarían de gasolina y le prenderían fuego en el patio del celdario, porque está bien rapiñar un taxi, pero, hasta para el exangüe código de un violador, es aberrante matar una niña por ahorrarse unos pesos produciendo tomates.


Sin embargo, no ocurre así con los libros. Por supuesto, un libro no es un tomate, o no debería serlo. No digo que debamos legislar sobre qué libros deben existir y qué no, o qué debe escribirse y qué no, ya que veo que usted empieza a poner mala cara pensando, temiendo, que yo sea un fascista o que intente, bajo un truco retórico, introducir un argumento fascistoide. Digo que pensemos lo siguiente: es una ilusión pensar que, porque no legislamos sobre el contenido de los libros, los libros están verdaderamente libres. Como escritores, tenemos a nuestra disposición el más fascista, el más exitoso de los policías: el mercado. La cantidad de humillaciones que debe transitar un escritor para publicar su libro, no están descritas, sobre todo si su libro es crítico. Así que, escritor, escritora, no te sientas tan contento y libre en tu sociedad sólo porque podés escribir tu librito sobre mutantes, hombres biónicos en Alpha Centauri, o tu novela pop para lectores-gerber, o tu ensayo literario sobre la presencia de latinismos en la poesía tardorromántica española del siglo XIX.


En este momento sería bueno desbrozar dos aspectos: una cosa es criticar el tipo de libertad que tenemos, y otra muy distinta es criticar la libertad misma. Pensar la crítica del tipo de libertad que tenemos como una negación a secas de la libertad, y pensar que criticar el tipo de libertad que tenemos es abusar de ella y que de última peor es nada, así que es mejor callarse y contentarse, son las dos manipulaciones ideológicas que terminan este debate. Quienes deseen mantener el status quo serán maestros en el ardid de estas manipulaciones. Así que debemos estar alertas frente a ellas, si es que en realidad queremos avanzar un poco más hacia el fondo de la cuestión.