23.3.12

El escritor-gerber (segunda parte)


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Continúo, entonces, esta reflexión, ahora ya de una menor potencia [la he venido suspendiendo por equis o ye motivos, dispersantes], y propongo que reflexionemos un poco como escritores en ese segundo aspecto, el escritor con el entorno de su obra, pensando en las ideas-fuerza del libro de Edward Said, Representaciones del intelectual, que ya anoté.

Papilla

El escritor-gerber es un escritor que escribe gerbers, es decir, papillas de frutas enlatadas de fácil digestión. El lector-gerber no es el lector que consume estas papillas, porque todos, en realidad, de una forma u otra, consumimos estos frasquitos de gerber. Ey, ¡a quién no le gusta divertirse! Así que no nos rasguemos las vestiduras. No. El lector-gerber es el tipo de lector de cuyo nivel de abstracción necesita la industria del gerber para subsistir. La relación entre estos tres es una relación de supermercados. En esta relación están interiorizados los hábitos mentales nocivos acerca de los cuales se extiende Said.

El escritor con el entorno de su obra 

¿Pero exactamente qué es lo que hay detrás de todo esto? ¿Qué es lo que hay implicado en este entorno de la obra del escritor con el escritor? ¿Es una cuestión de mercado inevitable, inexpugnable? ¿Debemos ser "realistas" y remitirnos a que "el e-book llegó para quedarse, por lo tanto dejémonos de joder con el entorno"? ¿Y qué entorno? ¿El entorno de Amazon? ¿La profundización de servicios como Amazon es el golpe de gracia a la crítica de libros como el de Edward Said? ¿Ya es obsoleto el mundo acerca del que pensaba Edward Said? ¿De todos modos somos escritores en países-pocket, con ideas-de-pocket, con ventas-de-pocket, no podemos influir sobre la realidad de nuestro libro, porque la realidad de nuestro libro no se dicta aquí, realmente no se dicta aquí? ¿Como estamos globalizados, las patologías del libro en España son también nuestras patologías? ¿El inversor extranjero es un salvador del mundo, el blog es un artillero cultural revolucionario, "la televisión es mala"? ¿Incluso este párrafo es demasiado largo porque los lectores de blog buscan siempre una cápsula, cápsula intelectual/cultural/crítica, que sea rápida y efectiva como el ketoprofeno, y si se encuentran un chorizo infinito de cosas que apenas amenace un desorden no lo leerán, rapidez cortedad síntesis resumen al grano no disgregue etcétera?

Sin embargo, aquí no hay desorden. Aquí hay ideas hijas de una situación madre -la vieja situación madre-: la obra de arte como un producto capitalista más, con exactamente todos los chiches de todos los productos capitalistas. Si usted es un realista pragmático convencido de la inexorabilidad de la ruta literaria/cultural ya establecida, o a lo sumo con un ablandamiento de ésta, puede ahora mismo, en este instante, detener esta lectura, ya que escasamente le será de utilidad.

Aspectos

La primera reflexión es obvia: es una ilusión pensar que el escritor va a influir siquiera un micrómetro en el entorno de su obra militando exclusivamente con el contenido de su obra. No existen escritores exclusivamente en el contenido de su obra. Por lo tanto, cómo hemos publicado nuestra obra es igual de importante que cómo la hemos escrito. La institución /derecho-de-propiedad-intelectual/ es la gran evidencia fósil de la magnitud de esta relación.

La segunda reflexión es: las operaciones que realiza mi libro al ser leído van completamente de la mano con el estado operativo de la cultura de la sociedad en que me encuentro. La existencia misma de mi libro dice algo, anota, a ese estado operativo de esa situación cultural. Y creo que esto tiene mayor relevancia en la medida en que, mientras más globalizado estoy como escritor, menos represento el estado operativo de la sociedad en que vivo. Puede ser, perfectamente, que todo el circuito de mi literatura -desde sus prelecturas iniciáticas, creación, producción, trabajo, publicación y feedback- no tenga lugar donde vivo, ni esté dirigido a lectores vecinos. Quizá mis vecinos literarios ni siquiera hablan español. Esto último, que parecería contraargumentar lo primero, se enfrenta con la gran dificultad de que sigo siendo una persona física, de carne y hueso, que abre la puerta de una casa y espera encontrar, enfrente de ella, una calle, donde transitan personas de carne y hueso.

La tercera reflexión es: en cuanto a literatura, la función del crítico literario es fundamental para ese estado operativo de la cultura en mi sociedad. Sin embargo, aquí hay que hacer una puntualización. Los críticos literarios son apenas una fracción de los "críticos literarios". Un crítico literario no es un-lector-inteligente-que-nos-narra-qué-le-ha-hecho-un-libro-a-éste. Estamos llenos de "críticos literarios" que son solamente lectores entrenados. No digo que la existencia, e incluso la promoción de lectores entrenados esté mal. Todo lo contrario. Ellos son grandes observadores, porque con frecuencia ellos mismos son productores de textos literarios [objetaría con fuerza aquí la discusión, ya demasiado tiempo de moda, de si una "crítica" literaria es a su vez un texto literario porque crea y recrea el texto original ya que en realidad  etcétera; para el punto en cuestión es una discusión banal; en todo caso, si usted quiere lo concedo ahorita mismo, así pasamos a otra cosa: una crítica literaria es a su vez un texto literario]. Aunque también presentan un gran riesgo [intencionadamente o no]: para la promoción del texto como producto capitalista neto y su explotación son los mejores peones de batalla, el primer checkpoint de formadores de opinión, los primeros en mover la manivela de la picadora de carne.

Entonces, lo que digo es que hay que llamar las cosas por su nombre. Por publicar en un periódico una "crítica" literaria no nos convertimos en críticos literarios, así como comentar el estado de las carreteras no nos hace ingenieros de caminos. Aunque tengamos mucho orgullo en nuestras intuiciones y en nuestra potencia cerebral y creativa, y por mucho que nos pueda doler, para ser críticos literarios, o por lo menos lo que yo entiendo por eso, hay que estudiar, y no poco, la ciencia textual. Ni modo.

Por supuesto, según parece un crítico literario también es una persona, por lo tanto también tiene su propia agenda cultural, su propia agenda política, que moldearán sus productos textuales. Esta persona no es meramente una máquina productora de textos, una picadora de carne donde por un extremo del tubo ingresamos nuestro libro bellamente pulido y por el otro extraemos un texto crítico totalmente distinto del que ingresó. Esta persona es una política textual toda ella misma. Su rol con la literatura es un rol interesado, no "independiente".

La hebilla débil

La cuarta reflexión es: si queremos atacar las instituciones literarias -o cualquier institución- [para transformar una institución, para verdaderamente transformarla, solo queda el ataque, no la reforma] debemos pegarles en la hebilla de la cadena que sea más débil. Curiosamente, de toda la literatura, esa hebilla somos nosotros, los escritores.

Quizá usted se alegraría si mañana apareciere en la puerta de su casa el agente literario de Random House Mondadori a decirle que usted ha sido seleccionado para ser editado, y que, sin más trámites que una pequeña firmita aquí, y aquí en esta copia fiel del original, usted recibirá el 10% [si usted ha tenido suerte] de los "derechos" por su libro. Usted se alegrará. Quizá usted lo vea como un premio, un reconocimiento a años de esfuerzos, una especie de golpe maestro al ostracismo al que ha sido mantenido por toda la sociedad, ya de por sí idiota por no elevarse a leer los textos que usted produce.

Sin embargo, si un agente de la Corporación Rural de su país viniese hasta su puerta para comprarle el litro de leche que usted o su peón rural sacrificadamente ordeña todos los días al 10% de lo que vale el litro, usted lo identificaría con un ladrón.

Porque eso es lo que es: un ladrón. La Corporación Rural empaquetará su leche, la pasteurizará, la distribuirá por todos los almacenes, promocionará sus yogures en las horas pico de televisión, y en ningún lugar aparecerá un cartel que diga, que anuncie, "Esto es una ladronada".

Sin embargo, si usted habla, la Corporación Rural escucha. Si usted se reúne con sus amigos productores de leche, la Corporación Rural tiembla. Si usted es un grupo de poder, las raíces políticas del país se estremecen.

Es cierto, en el fondo, muy en el fondo, si fuésemos marxianos ortodoxos, sin leche en los almacenes no habría libros. Pero he aquí que ahora resulta que los libros también son industria, los libros también son productos capitalistas, es decir, sin libros tampoco habría leche, o por lo menos no leche en los almacenes, o no habría almacenes, que es casi lo mismo que no haya leche.

Policías, ladrones

¿A qué apunto con este hilo reflexivo? A eso: como escritores, somos la hebilla más débil de todo el ciclo de producción capitalista de la literatura. Obviamente, si usted tiene tres bocas que mantener, más su madre que ya envejeció sin jubilación, por supuesto que tomará con suma alegría la oferta de Random House Mondadori. Por supuesto. Aquí no se trata de ser ascetas. Escasas, rarísimas veces, una acción política aislada, no coordinada, no organizada, tiene repercusiones políticas sensibles. Por no decir nunca.

Pero por otro lado, una supuesta necesidad monetaria no excusa de las responsabilidades políticas y culturales de aceptar esa oferta. Es decir, este escritor no es igual que un antiguo esclavo senegalés plantador de algodón, o un indígena explotado en el sistema de Encomiendas, que no puede elegir entre comprar el pan en la tienda de la hacienda a 1000% de inflación o morirse de hambre o morir directamente apaleado, porque quizá el dueño de la plantación/comendador no puede costear el precio político de tener un esclavo/indígena así, ya que si éste hace pública su denuncia de tal ladronada, esto puede convertirse en un hecho político más potente que denunciar a un editor como ladrón por pagarme 8% de los derechos de un libro que yo escribí.

El escritor está en la parte poderosa de la relación productor de texto/consumidor de texto. Si alguien no escribe, no va a haber libros. Punto. Así que si pensábamos que podíamos ser las víctimas de todo esto, estamos equivocados. Somos el link, la hebilla, la argolla más débil de la cadena, pero esto no nos regala el traje de víctimas. Quiero saber qué pensaría un taxista, un obrero metalúrgico, un cajero de supermercado, un minero, o un analfabeto si se enterase de que en realidad usted o yo somos las "víctimas" culturales. ¿En serio? Qué asco. En verdad, qué asco.