11.3.12

Ideas uruguayo-nicaragüenses / Nicaragua02

Ciudadanías de segunda clase

Si pensamos en la literatura de nuestro país, Nicaragua para el caso, -con literatura me refiero exclusivamente a narrativa y dramaturgia, excluyo por ahora la poesía- debería resaltarnos esa condición de ciudadano de segunda, tercera, o cuarta clase, que tenemos en el mundo de la literatura.

Para el escritor nicaragüense creo que le sería de gran ayuda, a su obra, y sobre todo a la vida cultural del país, reflexionar al respecto. Pero me gustaría encausar un poco el sentido de esa reflexión. Porque dependiendo del sentido que tome será la magnitud, la potencia de sus resultados críticos. Y con seguridad sus obras narrativas son las que atestiguarán esa potencia, o esa carencia de potencia.

Países de cuarta

Como escritores deberíamos de asumir que no es una casualidad, extraída del aire, el hecho del estado paupérrimo de la narrativa nicaragüense, por no mencionar la prácticamente inexistente dramaturgia. Tenemos una literatura de cuarta porque en ella reflejamos en buena medida esa categoría de país de cuarta que llevamos incorporados en nuestros genes culturales. Es cierto, este reflejo, este complejo de inferioridad, no ha sido una dominación autoimpuesta, sino que a su vez resume las condiciones históricas desde las que surgió nuestro país político -para dejarlo acotado allí, y no hablar de nación, etnia, proyecto centroamericano [o americano, si se desea] o la gesta panamericanista que usted más prefiera-.

Para no extendernos demasiado, mencionemos al pasar que durante casi todo el siglo XX fuimos uno de los ejemplos clásicos de república bananera -quizá todavía lo somos, con algunos retoques, en el siglo XXI-; mencionemos además que fuimos el país de América con más años de intervención militar directa por parte de una potencia extranjera -Estados Unidos-; y que tuvimos una dictadura de más de cuarenta años la cual, en su último período, llegó a exhibir un escalofriante analfabetismo del 50%. Así, acotémoslo para arrancar. Además de eso, con las pujas de las izquierdas en los 60s y 70s, más el triunfo de la Revolución en 1979, nos aseguramos un asiento de palco en el panorama de la Guerra Fría, aunque nunca fuimos, por supuesto, la vedette. Y todavía ni siquiera he mencionado la situación política, demográfica, cultural, que tenemos en la amplia faja de la Costa Atlántica, un lugar al que, aún hoy, mayoritariamente no se puede acceder excepto por aire o por agua, y donde el castellano ni siquiera es la lengua única.

Lo que quiero decir con ese brevísimo pantallazo político es que si culturalmente nos tratan como una sociedad de cuarta es porque políticamente hemos crecido y nos hemos comportado como ciudadanos de cuarta.

Ahora, aquí hay algunas cosas interesantes a desbrozar, porque puede parecer por allí que esta reflexión es simplemente otra política de culpas, una especie de competencia por ver quién puede ser el Bart Simpson y quién la Lisa Simpson de este episodio.

Bien, para empezar, los imperios culturales [ese Otro, ese Otherness allí afuera, contra este Nosotros de aquí adentro] siempre intentarán tratarnos como una sociedad de cuarta, porque es su estrategia de supervivencia, de extensión, de proyección más allá de sí mismos. Y lo harán independientemente de si nosotros somos el Ciudadano Ejemplar, o el canalla vendepatria. El imperialismo no va a cometer, alegremente, su suicidio cultural ni va a decirnos "Bueno, muchachos, ha sido un gusto pero nos suicidaremos culturalmente por el bien de ustedes y sus politiquetas, así que nos iremos de sus países, que los disfruten, hasta la vista, baby, sonrían". No podemos contar con ellos.

Entonces queda el otro término de la ecuación, que es nuestra existencia, nuestras responsabilidades en ella, como un país de cuarta con una historia política que sella con cemento nuestra postración/parálisis cultural frente a los imperios. [me gustaría saber quiénes serán aquellas voces que contrarrestarán este hecho -la de que hoy en día somos una colonia económica y cultural a pleno- aduciendo de que "nos liberamos" con la Revolución. Ojalá nos hubiésemos liberado con la Revolución. En serio que ojalá. Pero lo único que pudimos hacer, en el mejor de los casos, fue, si se quiere, suspender nuestra situación colonial. No me malinterpreten: éste no es un pensamiento irrespetuoso con el esfuerzo revolucionario; únicamente es un pensamiento antirromántico. Porque pensar que nos liberamos con la Revolución sin las circunstancias históricas que nos respalden es, en última instancia, un gran pensamiento de amor.]

En este paso es donde debemos ser ultracuidadosos. Porque no nos podemos dar el lujo de ser maniqueos y resolver la cuestión diciendo "Hemos sido unos canallas, unos vendepatrias, condenadnos", o retrucando con un "Ellos son los culpables por sojuzgarnos, la culpa es de ellos, mátenlos". Así como la pauperización de la literatura nicaragüense no es un estado extraído del aire, tampoco una sociedad puede sacar de la nada el as de la bonhomía y la responsabilidad política, como quien activa un switch eléctrico. Ya sabemos a dónde apuntan estas carencias: a la cultura que tenemos, a la educación, a las pugnas culturales en que estamos inmersos. A mí que me perdonen, pero esto no es nada más una cuestión política o una cuestión económica: esto es cultural. Y si esto es cultural, entonces esto puede ser literatura.

Insurgencia cultural

Así que, te repito, si esto es cultural, eso quiere decir que puede ser literatura. Con esto quiero referirme que aquí es donde el escritor va a jugar, como actor político, buena parte de sus fichas.

Sería un muy buen comienzo el que empieza por llamar las cosas por su nombre. Decir la verdad es, después de todo, un acto básico preliminar de insurgencia. Para poder movilizarnos desde nuestro puesto de dominados, lo más urgente sería que nos dijésemos "Estamos en el puesto del dominado". A usted le parecerá que esto que acabo de decir es algo de perogrullo, o que se cae de maduro. Pero yo le digo a usted que lo triste no es que sea una obviedad, sino que paradójicamente es una obviedad para las mujeres que en las maquilas meten doce, catorce, horas diarias, o para el analfabeto, que no puede construir los discursos que lo movilicen, pero no para el literato/intelectual/escritor, que derrocha sus discursos mirando hacia otra parte, pensando hacia otra parte, viviendo en otro país cultural. Que un analfabeto sepa más de dominación que un escritor, eso es lo triste.

Tenemos un país de cuarta. Somos ciudadanos de segunda clase. Actuamos como una colonia económica y cultural más. Le pasaré este dato literario, a ver qué le parece: hace pocos días me he percatado que una entidad de capital holandés financia todo el sitio web -y quizá hasta buena parte de la institución misma, no lo sé- de la Asociación Nicaragüense de Escritoras, ANIDE. Además de esto, la misma entidad de capital holandés subsidia un urgentísimo proyecto literario, como lo es el proyecto editorial de la revista Soma, una revista hecha por escritores nicaragüenses jóvenes que viene emergiendo. Y no me gustaría saber qué otras instituciones literarias podría estar sosteniendo el dinero desde Holanda. Bien, a lo que apunto es que prácticamente la mitad de la institución literaria nicaragüense está en la caridad. ¿Exactamente qué clase de literatura vamos a tener cuando nuestros libros dependen de la palabra "gracias", del tono reposado, de la mirada amistosa y ahijada? ¿Exactamente qué clase de adultez tiene un hijo cuando está enfrente de su padre? Pero no agradezcamos a Holanda tan rápido todavía. Porque aquellos que, aduciendo un supuesto acopio de realismo, argumentan que "Bueno, la realidad es que somos hiperpobres, y que peor es nada, así que Gracias, capitales holandeses, por hacernos sentir mejor y por ayudarnos a tener voz, y ya de paso ofrecernos la oportunidad de hacerlos sentir bien a ustedes al enternecerse ayudándonos", esos son nuestros primeros esclavos, es decir, los más importantes.

Mire, para serle franco, se lo diré así: yo estoy en el exilio, acá en Uruguay, un exilio voluntario (¿o no?, ¿no?), de trece años de duración, y como nicaragüense llevo en mí un constructo político de cuarta categoría, una identidad política de segunda mano, pasada por la plancha de la orfandad ideológica, y que parte del día reza sobre los putrefactos cadáveres de los grandes relatos históricos. ¿Usted piensa que esto me alegra? ¿Que revolcarme en esta hiel me da placer? No, no es algo que me alegre, pero debo reconocer que es así. Un acto contrario equivaldría a intentar ignorar el elefante de setecientos kilos en medio de la habitación. Este es mi primer paso para elevar esa identidad política hacia otra cosa. No es su elevación inmediata, sólo uno de sus pasos.

Traducción a lo literario

Trasladar esto al campo de lo literario, del ejercicio de la literatura, y su producción en el mundo y para el mundo, que es lo que me es pertinente, porque no soy ni crítico, ni semiota, ni teorético, sino que soy escritor, creo que presenta varias puntas de reflexión.

En primer lugar, terminemos de una vez por todas de juzgar nuestros textos con los parámetros de las historias literarias de las culturas imperiales, y empecemos a juzgarlas por su capacidad para habilitar-nos lenguajes de insurgencia. Quitemos del centro de nuestra lucha a la cultura imperialista, porque si no lo hacemos nos condenamos únicamente a responderle, a reaccionar contra ella. Coloquemos en el centro de nuestra lucha nuestra situación cultural, aunque en este momento sea la de una cultura mostrenca, renga, retaceada de miles de micronaciones latinoamericanizadas, o lo que sea que fuere.

En términos de producción literaria, esto no equivale automáticamente a que "escribamos acerca del país", o que en nuestro libro "aparezca" tal esquina de Managua, o tal histórica escaramuza militar contra la contra. No. Porque perfectamente podemos escribir un libro enteramente situado en Managua o Masaya, y ser los perros culturales más serviles. Precisamente, éste es un gran recurso del servilismo: el esconderse hasta en la misma calle, en la misma esquina, de nuestra casa textual. En términos de producción literaria, colocarnos en el centro quiere decir que los problemas culturales que nosotros vemos en nuestra sociedad sean el centro de nuestra crítica. Por supuesto, esto implica que tenemos que estar viendo la sociedad, comunicándonos con ella. ¿Usted piensa que, por ponerle un ejemplo, Julio Cortázar se divirtió muchísimo escribiendo Libro de Manuel? Si es así, escuche aquí al mismo Julio Cortázar comentar exactamente qué quiere decir responder, hacer frente, a las condiciones políticas de escribir, de hacer literatura, de estar-en-el-mundo. Olvídese de la etiqueta "literatura-comprometida", eso es un truco, un cuco más, del imperio. Toda literatura está en el mundo, así que toda literatura ya está comprometida.

Entonces, retomando el punto, puede ser que ésta o tal crítica en nuestro texto tenga mayor o menor fortaleza si el escenario narrativo es o no Managua, o algún pueblo del Pacífico nicaragüense, pero esta fortaleza no nos la va a dar el sema /managua/ o el sema /nicaragua/, porque el sema /managua/ no tiene más o menos crítica que, por poner un ejemplo, el sema /londres/, o /parís/ o /yoknapatawpha/. Son eso, semas, no ideologemas. Así que, por favor, no nos desvivamos más en, supuestamente, "narrar la realidad". Sin ideologemas, es imposible narrar en verdad la realidad -si es que esto, al final, era posible-, menos acceder a una crítica; lo único a lo que nos condenamos es al amontonamiento de semas en una especie de pobre holografía que, a lo sumo, sólo aspira a gratificarnos libidinalmente, o sea, a divertirnos.

Esto no quiere decir que de pronto desconozcamos que existió Balzac, o que escribamos como si nunca hubiese existido Goethe, Proust, Faulkner o Virginia Woolf, o que /managua/ está "prohibido" o que /londres/ está "permitido", o viceversa. Todo lo contrario. Quiere decir que preguntemos, investiguemos, reflexionemos: ¿qué tipo de lenguajes habilitaron las literaturas de estos tipos?, ¿cómo se comportaron estas literaturas en su tiempo?, ¿cómo imaginamos nosotros que funcionarían esos lenguajes hoy? Luego escribamos. No nos especialicemos. Ya que ésta es la vía rápida al fetiche.

Urgencias

En segundo lugar, identifiquemos cuáles son las situaciones culturales de opresión más urgentes, y asegurémonos que en nuestro libro exista una crítica al respecto. Yo lo siento mucho si usted cree que este aspecto tiene algo que ver con que usted sea un escritor del Partido Conservador, o del Partido Demócrata Cristiano, o del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Si usted escribe, el identificar cuáles son las situaciones culturales de opresión más urgentes es una obligación, no una opinión sujeta a voto, o un me-parece. Le pondré un ejemplo que ya utilicé en otro escrito: si usted es un productor de tomates, es su obligación que no estén contaminados con una bacteria letal; y esta obligación no tiene nada que ver con que usted sea un productor de tomates del Partido Conservador o un productor de tomates del Frente Sandinista, o con lo que usted piensa acerca del sabor de los tomates transgénicos.

Usted me podría preguntar "Bueno, esto es la democracia, así que ¿quién dictaminó que ésa es la obligación y no otra, por ejemplo, divertir? ¿Quién dice que mi obligación como escritor no es, para el caso, "divertir"?, usted es un fascista, quiere obligarme a hacer algo, quiere arrogarse una imposición, Agentes, ¡arréstenlo!". Si usted enunciase esta pregunta, demostraría que usted todavía no ha entendido absolutamente nada de lo que es la literatura.

En todo caso, yo le respondería que esta obligación viene de la situación de poder en que usted, como escritor, se encuentra. Del binomio escritor-lector, usted se encuentra en la parte poderosa de esta relación de poder cultural. Imaginemos que usted es un patrón, y que tiene un empleado asalariado. Usted no preguntaría "Bueno, esto es la democracia, así que ¿quién dictaminó que estoy obligado a pagarte un sueldo?". Espere de sus empleados una situación violenta y hostil si no les paga su sueldo en tiempo y forma. Y también espere de la sociedad una situación violenta y hostil si no cumple con su obligación de identificar las opresiones más urgentes. Así que olvídese de su pregunta demócrata, o del ejercicio atlético de la opinión, a la hora de pensar las responsabilidades políticas de la literatura. Aquí no hay una democracia, aquí hay una relación de dominio, su nombre es poder, su ejercicio es la desigualdad, su consecuencia es la hegemonía.

¿Usted realmente piensa que los narcotraficantes se van a saltear el territorio de la manzana de su casa, para no molestarlo con sus tiroteos, sólo porque saben que allí hay una persona que escribe? ¿O de verdad piensa que un rabioso y violento obrero de la construcción, o un gremialista del Taxi, que trabaja doce horas diarias en negro sin aporte jubilatorio y sin cobertura médica, va a salvarlo a usted, en el medio de la revuelta armada, de la expropiación de tierras, o de la huelga general y la ocupación de fábricas, sólo porque usted es escritor, porque tiene ideas elevadas, o porque usted cree que "es la voz de algo"? ¿O porque escribe novelitas negras, o novelas pop pedorras, o experimentos de ciencia ficción de cuarta, cuentos chiludos, calientes, pasaditos de porno, divertidos, soeces?

Si usted es en verdad escritor, es decir, si está en una relación de poder desigual, déjese de jodernos y cumpla con su obligación. Si usted igualmente quiere escribir su novela pop, hágalo, sin problemas, pero después de cumplir su obligación. Para el ejemplo de la relación de poder patrón/empleado, sería "Bien, gástese todo el dinero que quiera, pero primero págueme mi sueldo".  Para el ejemplo de la relación de poder productor/consumidor, sería "Bien, si usted quiere cultivar un tomate que es una nueva arma biológica y diseminarla por el mundo, adelante, pero primero asegúrese de venderme sus tomates frescos y sanos en el mercado". No es posible excusarse de esto.

La experiencia literaria

En tercer lugar, busquemos democratizar la experiencia literaria. Yo creo que la literatura no es democracia. Lo diré más acotadamente, por si algún post-estructuralista o un socialdemócrata está leyendo esto: la relación entre el texto y yo no es una relación entre elementos que se comportan como miembros demócratas.

Sin embargo, la experiencia de escribir libros, la experiencia de leerlos   -no sólo la lectura misma, o más bien una arqueología de la lectura, al estilo "Este libro me ha parecido tal cosa o tal otra, qué bien, me estoy democratizando", sino la pragmática de la lectura-, la experiencia de denunciarlos y/o defenderlos, son actividades que deberíamos, como escritores, democratizar. Esto no es nada más que nos limitemos al intento de que más gente lea y más gente escriba; ni qué hablar que, como hecho democratizador, deberíamos activamente estar contribuyendo a un giro cultural de ese tipo. Democratizar la experiencia de escribir también es: mostremos cómo es que escribir libros tiene que ver con levantar barricadas, con ocupar fábricas, con perseguir al golpeador doméstico. Y al revés: mostremos cómo no escribir libros tiene que ver con ser adicto a la televisión, ser gamer, ser la colonia cultural-económica del año o el estado títere según Forbes 400.

Pero para poder mostrar esto primero tenemos que averiguar cómo son esas relaciones en primer lugar, cómo ocurren esos circuitos en la cultura. Y la gran mayoría de los escritores que yo conozco no saben cómo es que escribir libros o no tiene que ver con un piquete gremial o con los Oscars. Así que si no lo sabemos, encarguémonos de averiguarlo. Después democraticemos esta experiencia.

Actuando la nación

En cuarto lugar, tratemos la nación como si ya fuese una nación respetable. Bien, perfecto, tenemos un país de cuarta; el mundo, los imperios culturales, nos consideran ciudadanos de segunda clase, si es que nos consideran ciudadanos, si no meros animales culturales; somos apenas un puntito en la historia de la literatura francesa. Pero en teoría tomamos conocimiento de nuestra situación de dominados para subvertirla, no para ridiculizarla, o secundarla. Es decir, la abordamos y la atacamos con las armas de la ironía, no la secundamos y la fortalecemos con los petardos del cinismo. Porque, en serio, si nosotros mismos no respetamos el país, menos podríamos esperar que otros lo respetasen por nosotros, como no sea el respeto que se tiene por la presa que se va a depredar. Respetar el país también implica llamarlo por su nombre, no por el que nos gustaría que tuviese. Esto sería un engaño, y un engaño, aunque en el fondo fuere bien intencionado, definitivamente no es un acto de respeto. Es cierto, no somos Voltaire. Quizá no somos Voltaire porque no podemos ser Voltaire. Pero antes que eso: ¿por qué tenemos que ser Voltaire? La operación ideológica a través de la cual casi que tenemos que ser un Voltaire para subvertir las culturas imperiales, ésa es la profunda marca ideológica de la dominación. Voltaire está muerto, nosotros no. Voltaire no está aquí, nosotros sí. Allí tenemos dos ventajas que Voltaire no tiene.

Como escritores, entonces, no quiere decir que para respetar el país seamos unos estirados, con una seriedad mortuoria, o unos especímenes recluidos, inaccesibles, incapaces de reírnos de nosotros mismos. Actuar en la cultura respetando al país quiere decir mostrar con hechos que nos viene en prenda el escribir, es decir, que nos va la vida en eso, así como a un taxista le va la vida en el estado de los frenos de su automóvil o en el servicio y las tarifas que aplica a sus pasajeros. Sólo porque en el país no paguemos nuestras facturas con los libros que escribimos, y un taxista sí con el producto de su trabajo, no quiere decir que escribir sea secundario a manejar un taxi, o que sea irrelevante a la hora de sobrevenir las crisis económicas, no, porque la cultura hace a la economía, los objetos culturales conducen de forma excelente el capital y hacen circular plusvalía. Pero no escribamos esperando un sueldo, o un premio. Así como el guerrillero no milita por el salario de guerrillero. El que milita por el salario tiene un nombre, y es el de mercenario. Así que no escribamos como un mercenario. O sólo le responderemos al mercado. Y si es así, no debería sorprendernos cuando aparezcan los mercenarios y nos quemen en la misma pira, junto a nuestros prístinos y divertidos libros.

Por allí algunas de mis ideas al respecto. Luego vendrán otras.