26.8.17

¿Contra el exilio?

En el Número I de la Revista Alastor (Octubre 2016), la poeta Oriette D'Angelo publicó una reflexión titulada "Contra la palabra exilio", donde intenta acercarse al uso (o abuso, o mal uso) de esta palabra, así como su carga semántica. Aquí elaboro algunas reflexiones que conversan con su texto.

No es lo mismo estar contra la palabra exilio, que contra "el exilio". Como sea que se le quiera designar al hecho de "irse, indefinidamente", o estar "separado de la tierra" en que uno vivía, este hecho representa un corte, una solución de continuidad entre la matriz cultural de la cual uno proviene, y uno mismo. Y es ésta solución de continuidad, este corte, lo que se problematiza cuando se desea analizar el exilio, no su denominación.

Por otro lado, no creo que aporte mucho al estudio la distinción sugerida por D'Angelo de "El exilio, marca registrada". Porque: ¿qué no está registrado hoy en día? También podríamos decir "El cosmopolitismo, marca registrada", o "Los arraigados, marca registrada", o "El cuerpo, marca registrada". Hard-boiled, Multiculturalismo, "Pluralismo"... Y así podríamos continuar. Al registro de la marca no le importa la marca, le importa el proceso de registro. Una vez creada la marca, el fluir del mercado proveerá su elegante lubricación fetichista, en cuya faringe ya se agolpará el consumidor nato.

Tampoco creo que estar en contra de "el exilio" represente estar en contra del nacionalismo, como bien podría atestiguarlo Edward Said, por poner un ejemplo. ¿Uno estaría en contra de la palabra "exilio" porque uno está en contra del nacionalismo? En el juego arraigo-nacionalismo-desarraigo confluyen elementos de profunda tradición y largo alcance, juegos identitarios, juegos de poder cultural y representación simbólica, bastante más serios que la posible vanidad o abuso del trademark "soy-exiliado". Sin mencionar aquí que el nacionalismo tampoco es algo contra lo que uno "pueda estar". El nacionalismo funciona; no es un corpus epistemológico que esté allí para ser verificado, o para ser denunciado simplemente como "falso", como fibra limitante de nuestro totipotencial quehacer humano.

La matriz cultural de la que provenimos cambia mientras no estamos; de allí que nuestros escritos sobre la performance de esta matriz empiezan a observar un poco de luminosidad trascendental -común a cualquier cultura- y un poco de delicioso ejercicio forense. La cuadra de nuestro barrio no se sentará a esperarnos, y su performance muere con nosotros, con los que nos fuimos, no con los que están allí, que son ya la cuadra de nuestro barrio; estos no necesitan de esa performance para serlo.

Menos veo productivo, en cuanto al análisis del exilio, el querer distinguir si ha sido uno el que se fue voluntariamente, o si se es perseguido político. Más que análisis o réplica, esto amenaza con instalar un concurso de sufridos, donde se adquiere el derecho a la categoría en base a los tormentos sufridos, o una especie de Top Ten de tragedias. En todo caso, si nuestro hijo pierde una mano, ¿le es relevante al dedo pulgar el que nuestro niño se haya automutilado a propósito, o en cambio por el descuido de un gentil hachero?

No es necesario irse para estar en el exilio, así como no es necesario estar para ser un auténtico paisano. No tiene ningún mérito per se ser la mirada más cosmopolita y nutrida, por poner un extremo, como tampoco lo tiene el gauchismo o la criolledad más esofágica y rancia, por poner otro.  Entonces, ¿cuáles son las utilidades analíticas y críticas del exilio?

Creo que las posibilidades del debate podrían ser fructíferas, sobre todo cuando hoy en día parece que es casi imposible "irse": no debemos preocuparnos, no nos hemos ido, el mercado mediático siempre está con nosotros, listos a proveernos medios de acceso a la cuadra de nuestro barrio. Podríamos preguntar: si el exilio implica una solución de continuidad entre esa matriz cultural que nos produjo y nosotros mismos, ¿podemos corregir ese corte a través de las prótesis tecnológicas actuales? ¿Y de qué matriz cultural hablamos, como para que sea corregible con nuestras riquísimas prótesis? ¿Qué le ocurre al cuerpo de nuestra lengua, a los signos de nuestro barrio, cuando escribimos para otra lengua, para otro signo? ¿Y cómo repercuten nuestros cuerpos estéticos hoy en aquellos?

Estas preguntas, entre otras, podrían ser disparadores más acordes, más útiles. Estar "en contra" de la palabra exilio (y operar la falacia de que en verdad podemos estarlo) creo que nos aleja de ellas, y lo que es peor, al querer simplificar su génesis, las invisibilizan; enmudecen las preguntas que deberían venir después.