10.8.13

El poema-mula. Las tres declaraciones políticas del esteticismo.

Definimos "esteticismo" como la posición de que la función del arte es la de perseguir la "belleza" y el "placer", y que esta empresa es la más alta forma de libertad y autorrealización que una persona jamás puede alcanzar. O, en los poderosos términos de Richard Rorty: obtener, formar, uno mismo a través de la escritura, la redescripción por la cual uno será medido en la historia. Crear uno mismo el gusto por el que será medido.

Ahora bien, una declaración de libertad y autorrealización es una declaración política; y una declaración así, basada en las premisas esteticistas, es relativista e irracionalista al mismo tiempo. Sí, presume y declara a los gritos -como hace Rorty- que las condiciones del arte, del lenguaje y del individuo son históricas y contingentes, pero recorta este historicismo y esta contingencia a una conveniente parcialidad, pensando un historicismo y una contingencia que no invadirán las condiciones materiales del individuo, ni serán tocados por éstas. El irracionalismo del esteticista se establece, entonces, al abandonar de la historia del individuo una de sus partes[1]. Y su relativismo surge de pretender que la parte rescatada del individuo (su estética, o sus lenguajes) y la parte abandonada no pueden ser inteligibles entre sí sin menoscabarse, u oprimirse la una a la otra. Esto es, que el esteticismo entonces escoge un bando: antes que pensar la opresión de las condiciones materiales, pensará una opresión ideológica, y medirá su éxito en base a los dispositivos del lenguaje. En este caso, "la libertad" obtenida para el esteticista no es más que otro nombre de "la menor opresión".

La segunda declaración política que realiza el esteticismo -del que la sucursal "Nicaragua" es una gran cliente- es que esta libertad, esta autorrealización y este placer pueden ser conseguidos por el individuo sólo por su propia cuenta, por su propia creatividad, por el incansable motor de su imaginación. Esta declaración no es un simple individualismo: es un individualismo político en el corazón de la estética.

De donde se desprende la tercera declaración política del esteticista: que el discurso público, el lugar donde el producto estético del poeta tiene que competir, está regulado y se compone de discursos privados, y de discursos privados nada más que de pronto están como huérfanos o desentendidos de las condiciones materiales de sus creadores. Esto es: que el irracionalismo del esteticista con respecto del individuo ahora se traslada a la del irracionalismo del discurso público, donde los discursos de las obras de arte parecerían competir entre sí y con los otros discursos únicamente basados en la potencia de su estética, sin que esta competencia se viese nunca invadida por las condiciones materiales en las que el discurso público tiene lugar.

Ahora, desgraciadamente para el poeta esteticista, el poema es casi siempre el primero en desobedecerlo. El poema nunca sigue al poeta. Sus operaciones son las primeras voluntarias en enfrentarse al lector como un todo, y si el poema quiere "sólo embellecer, agradar o sublimar" al lector, tiene que primero bordear, atajar sus condiciones materiales, su pragmática lingüística, o para decirlo de otra manera: el poema, para sólo agradar y embellecer, tiene que ser más sabio y mejor político que lo que el poeta mismo jamás llegará a ser. En verdad, el poema se burla del poeta esteticista: lo observa desde la profundidad de la página y se pregunta si algún día su creador dejará de ser su propio payaso, cuyo chiste mediocre acerca de la creatividad ya no divierte a nadie. El poema también está triste: ante la necedad del esteticista, sabe que tiene que cargar con él, como una mula, y llevarlo en andas en las llanuras del discurso público, mientras el poeta arriba se comporta como un campesino que no sabe dónde estaría su campo de maíz, y levanta la mano para arrear, para escribirle sólo a una de las partes del hombre. 

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[1] El marxismo reproducirá este irracionalismo, invirtiendo los términos: abandonará la agencia del individuo sobre los lenguajes con que se enfrenta a la historia, y someterá la potencia de estos lenguajes a las condiciones materiales de un individuo fuertemente reducido, eliminando en términos prácticos la enorme potencia del discurso privado.