26.3.22

Record

 La escritura. He perdido la vida. Poseo mi propia voz. Mi propia voz. Es lo único que importa. Perder la vida. No es lo peor. Después de todo. No es lo peor.

14.12.20

Peones

 De vuelta de la ciencia, y tras cuyo viaje sólo he podido conservar el gastado grimorio de la timina, el inositol, quizá el té de ruda. 

Pienso que si estoy de vuelta es porque me he ido, y en mi lugar sólo ha quedado la rígida caña de bambú o azúcar, que eso era yo antes de la salvaje marea de pruebas de hipótesis y números rusos.

Y si he muerto -y, en verdad, lo he hecho-, de mis compatriotas, cuáles, ya lo veremos, de ellos, digo, puedo exigir el mismo diálogo que Hamlet exigía de un cráneo faltante de silla turca.

De vuelta no estoy, puesto que siempre fui un mal regreso. En verdad avancé, recogí algunas medallas, desperdicié uno o dos años, en los cuales las palabras, reducidas al vapor emanado de una olla de verduras rojas, emigraron de cuerpo.

Yo soy el cuerpo nuevo de esa migración. La ciencia me ha perdido, es una lástima, para la ciencia.

Yo soy el cuerpo nuevo de una migración. No tengo compatriotas.

Si miras mi poema como si mirases la mano de un cana a punto de descargar la porra sobre el juvenil vagabundo, no te sorprenderías. En lo más mínimo.

3.10.19

"Biografía de Caín", de Washington Benavides

En esta nouvelle de Benavides se exploran los temas del arte y la locura, aunque abordados de forma oblicua y particular por parte del autor. No se expone una posición doctrinaria sobre el arte ni una demostración originalista o efectista de la locura, sino un devenir peculiar sobre ambos aspectos que son tejidos de forma rica por un ingrediente que surca toda la novela breve: es el ingrediente, el instrumento de la ternura. Los momentos gestuales y discursivos cuando ambos personajes principales comparten las escenas poseen una delicada expresividad y una humanidad desnuda para las cuales la única palabra adecuada en nuestra lengua es la de la ternura. Esta palabra encaja como un guante en todo el libro.

Desde el punto de vista técnico, Benavides nos ofrece múltiples voces parlamentarias, aunque no establece de manera sólida una polifonía perdurable; y esto nos arroja un gusto algo forzado en algunos pasajes. No es una obra de largo aliento, y su propia extensión reducida nos evita profundizar en una historia que sí podría haber sido avanzada por el autor. Aunque el estilo -en consonancia autoral con el estilo de arte plástica creado por Caín, el protagonista pintor-, que deliberadamente parece alternar con lo näif, no es el aspecto técnico que más me gusta, sí comprendo que es parte funcional del efecto de ternura que nos genera el libro.

En fin, es un libro bello de leer. Su locura es mesurada y oblicua, por ello mismo, paradójicamente más radical que varias de las locuritas sueltas que se soflaman por allí como "nuevas". Sus reflexiones autorales, aunque breves y poco ambiciosas, o quizá a causa de ello, más perdurables. Sus mariposas no son rígidas.

3.7.19

Esquela doble

permanezco. alerta.
brillo, sí.
mi brillo, apotropaico, sepultado, entre nombres.

mi brillo, urente.
fraccionado. entre nombres.

permanezco.
alerta.
alerta.

21.9.18

¡Guambia con los lumpen!

En la edición de Brecha del 7 de septiembre 2018, el sociólogo Rafael Bayce publicó en la Contratapa un artículo titulado Por la plata baila el mono, donde reflexiona sobre las repercusiones que trae la reciente intervención de la FIFA sobre la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). Bayce hace un brevísimo racconto de la evolución de “lo nacional” y cómo este ideologema ha sido vaciado, llenado y vuelto a vaciar en su devenir histórico, hasta la situación de “traslocalidad transnacional” encarnada en órganos como la FIFA que, sin acoplarse a las legislaturas nacionales, interviene instituciones autoproclamadas “nacionales”, como la AUF.

Al final del artículo, Bayce se dedica a evaluar cómo deberían estar integrados los órganos rectores del fútbol; y es llamativo cómo se despacha de un sinnúmero de falacias para descalificar, insultar y deshumanizar a los principales protagonistas del fútbol: los futbolistas.

Reconoce que tienen "derecho a defender sus derechos de imagen y de arena", y a tener “voz” en los órganos rectores donde, hay que recordarlo, efectivamente se negocia con la imagen y el producto del trabajo del futbolista; pero a renglón seguido considera que no está seguro que deban tener voto porque "el nivel medio del background sociocultural y económico-político de los jugadores conlleva cierto riesgo de actuación como lumpen-nuevos ricos" (el subrayado es mío). Además de esto, utiliza el deshonesto recurso de invocar a un pensador de prestigio como Vaz Ferreira para acarrear agua a su molino, y compara a los futbolistas con unos pobres estudiantes universitarios que no entenderían nada de educación ni tendrían la madurez suficiente para pensarse a sí mismos como educandos. Menos mal que no le hicimos caso a Vaz Ferreira y tenemos una universidad autónoma y cogobernada.

Los futbolistas profesionales no son culpables de no ser altruistas, como los acusa Bayce: son trabajadores, no miembros del voluntariado de psicoterapia nacional. Que nuestras industrias culturales capitalistas desplacen el lugar de lo político y lo vuelquen a los deportes profesionales -entre otros campos de batalla cultural- no es porque los futbolistas pese a que su carácter de ídolos populares puede[n] hacer engañosamente pensar que sus intereses son altruistas: los de la gente y del país; es por una inteligente estrategia capitalista, con un fuerte contenido ideológico, y que además hace circular capital por el mercado de la cultura.

Y sí, los futbolistas velan por sus propios intereses, como todo trabajador, ¿por qué estaría mal eso? Claro, no pueden determinar cómo se organiza, distribuye, revende, commoditiza y fetichiza el producto de su trabajo, que es lo que no mencionó Bayce. Que un trabajador no tenga el poder de determinar la valía de su producto es algo que, de 1848 para acá, ya debería de sonarnos bastante familiar. Para Bayce los futbolistas son igual de egoístas y cerdos (“monos”, los llama él) por no contentarse con renunciar a este poder, a pesar de ser los productores de eso que llamamos “fútbol”.

No esperaba encontrar un argumento tan clasista, retrógrado y colonialista en este semanario como el que esgrime Bayce, quien dice que no podemos confiar en los futbolistas porque existe el riesgo de que se comporten como lumpen-nuevos ricos. Habría que señalarle a Bayce que la gerencia y negocio del fútbol está lleno de lumpenburgueses, los de aquí y los de allá, y que en todo caso si los futbolistas fuesen esos andrajosos desclasados ignorantes que él aduce que son, sólo se estarían integrando al gremio, como quiera que los dirigentes del fútbol no son los Ángel Rama de la educación física.

A Bayce se le escapa la liebre con las comparaciones con los estudiantes universitarios o con la de niños de guardería. Si ya Bayce calificó a los futbolistas de monos estúpidos e ignorantes que a lo sumo “pueden contratar asesoramiento profesional” -como si la inteligencia de un pensamiento estuviese en la teórica profesionalidad de quien lo emite-, no sorprende que reduzca sus inteligencias a las de niños de guardería que deben ser velados por el panóptico guardián de la AUF.


Es una vergüenza que este tipo de descalificaciones falaces y generalizaciones clasistas y colonialistas hacia un tipo de trabajador, como lo son los futbolistas, aparezca en cualquier conversación de mesa de billar, o en cualquier medio de prensa. Y que este nivel de generalizaciones y de ejercicio libre de la imbecilidad por parte de un sociólogo doctor y Grado 5 de la Facultad de Ciencias Sociales es... breathtaking. Demuestran el poquísimo rigor intelectual y autocrítica que tiene el productor del artículo. Y derrota el mismísimo argumento que intenta demostrar: ser un “asesor profesional” como podría ser Bayce no nos garantiza la inteligencia ni la sensatez; antes bien, parece más bien que nos asegura una tribuna desde donde lanzar nuestro vómito.

14.5.18

¿Y si nos reideologizamos mejor?

No lo lamento tanto por los que verdaderamente saben lo que están haciendo. Aquellos para quienes el trasfondo de las movilizaciones, el trueque de intereses y el desarrollo de una guerra mediática y geopolítica es bastante transparente en su mayor parte. Estos creo que saben dominar su rol, mover los peones y preparar el terreno para sus jugadas de caballo.

Sí lo lamento, y mucho, por aquellos muchachos que entre mezcla de nobleza, irreflexibilidad y miopía política, se movilizan sin saber qué intereses sirven, qué rol juegan en todos estos movimientos de tríceps políticos y económicos, y cuál es el horizonte de un Estado latinoamericano en el siglo XXI. Gente que quizá ya perdió la vida, o la van a perder, o no saben ya que la perdieron.

Es difícil estar en lo correcto en estos enunciados, porque cada uno vive el conflicto desde una posición única e irrepetible. Es difícil acusar al cadáver de estúpido, cuando su enorme y bello sacrificio se remonta sobre su supremo acto de estupidez o inocencia, cuando uno sabe que el cadáver es el dueño del signo, y no simplemente su portador o su juez.

Pero me lamento y soy muy sospechoso de estos movimientos que, sin ningún horizonte organizativo y sin ninguna plataforma política, avanzan con la pulpa de un sintagma tan miope como "el pueblo" o "la patria". ¿Qué clase de lucha política es la que está ocuriendo? ¿Entre qué estamentos? ¿Cuáles son los baluartes económicos que fundamentan estas luchas? No creo que obtengamos nada positivo argumentando que "el pueblo" y "la patria" etcétera. Aún hoy hay que recordarlo: las verdaderas luchas revolucionarias tienen que pasar por una lucha de clases, tienen que involucrar la economía política, y es tanto una lucha de balas como de ideologemas. Ese vocabulario debe ser reflexionado y revitalizado. ¿Cuáles clases? ¿Cuáles economías? ¿Cuáles políticas? ¿Y no es que se habían terminado las ideologías? Adiós, adiós, ¡adiós a los héroes! Esa gente, demasiado moderna, que no desea ensuciarse con los ideologemas, como queriendo cortar montes de caña sin quitarse el blazer.

Condeno fuertemente la represión rampante, pero más condeno el uso político de la represión rampante. Creo que para detener los bailes de la violencia son los dos bailarines los que deben de alejarse de la pista de baile para quitarse los calzados.

Condeno al gobierno por sus errores, por su estupidez, por sus crímenes, por su particular gimnasia de hacer política, una política que se ha ido retirando de los espacios y que creció en estos años cometiendo el error más garrafal de toda organización política: el no reproducir sus propias condiciones de existencia ideológica. A diferencia del neoliberalismo, que fue uno de sus mejores alumnos, nosotros no aprendimos nada de Lenin. Creo que el FSLN no entendió que no se trataba sólo de ser un administrador del capitalismo -como diría Zizek-, no era ser sólo otro chofer más de esos buses llamados Estado. Otro tecnólogo de la Economía Política.

También condeno a los "verdaderos sandinistas". N me hablen del sandinismo, háblenme de Sandino. Pero qué de Sandino. Háblenme de Sandino como podrían hablarme de José Martí. Si no, directamente regresemos al barcelona-real-madrid. El principal ejemplo de Sandino no estriba en su destreza política, que no era deslumbrante, ni en su producción intelectual, sino en su ejemplo humano, en el estudio sincero de su integridad. Ahora bien, no podemos hacernos del verdadero Sandino político porque no tenemos las claves históricas ni el marco político en que éste existió. Nuestras claves son otras. Nuestra posición es otra. Por eso este Sandino-político no puede ser nuestra herramienta. ¿Vendepatria? A todos nos gusta recordar a Sandino cuando un mexicano le increpaba que los nicas "son vendepatria". Nunca un obrero insultó tanto y por tanto tiempo. Lo tenemos listo en el bolsillo: "vendepatria". ¿Pero qué es un vendepatria? ¿Cómo se vende? ¿Y cuál patria? ¿Quién era dueño de ella? ¿Y cómo éramos dueños? Gente plantando madroños. ¡Madroños! No he visto gesto nacionalista más torpe y ridículo. ¿Quiénes serán los verdaderos sandinistas? ¿Los santos arrojados, intrépidos y valientes? Para algunos va a ser un poco lamentable el descubrir que Sandino no es un personaje de Marvel, que su ejemplo de vida lo debemos incorporar en el día a día, y que el martirologio, el verdadero martirologio es algo impuesto por la historia refractada sobre nuestra virtud o nuestro pánico. No es una vocación ni una actividad deportiva, esto es, irreflexiva. La revolución no habla con una app.

Estas son algunos pensamientos, abandonados, o desordenados, que comparto, ahora que veo que los muchachos están a punto de derrocar al gobierno sin tener absolutamente la más pálida idea de qué es lo que ocurrirá después.

Por allí recibí una crítica sobre un comentario que realicé, porque "no sumaba", y al parecer ahora "hay que sumar", hay que aunar fuerzas. Es el momento de sumar, no de poner palos en la rueda. Pero nadie sabe el objetivo o los fines, únicamente parecería estar claro el medio, que sería derrocar al gobierno. Que no es un objetivo, sino eso, un medio. ¿Para qué fines? Nadie de estos muchachos lo sabe. Conozco otra "muchachada" que sí lo sabe, pero que no tiene tiempo para estar derramando sangre en los asfaltos cuando perfectamente pueden ver el show por televisión.

Muchachos, Ortega no fue Somoza, y ustedes no son aquel FSLN, y, lamentablemente, esto que hacen no es la Revolución. No crean que sólo los gobiernos "autoritarios de izquierda" reprimen, ni que sólo Ortega posee el monopolio de la represión. Sí, muerto el perro se muere la rabia pero no la malaria. La lucha por la libertad de expresión y por la no criminalización y judicialización de la protesta es una lucha constante y que siempre hay que estar revalidando y defendiendo. Peeo es una lucha que también posee sus vías idóneas, y la de la insurrección abierta no me parece la más adecuada, si es que verdaderamente éste es uno de los objetivos. Así que piénsenlo bien antes de derrocar al gobierno.

Y en el fondo, lo lamento más por los que todos los días están en el fondo del tarro de la historia y la economía, los que son sandinistas sin saberlo, o sin necesidad de tener el carnet, la medalla o el machetazo para serlo. No sé sobre qué montaña marcharán, ni de qué virtud quedarán colgados una vez que termine el film.

Así que, muchachos, recuerden esto al día siguiente de tirar el gobierno y regresen a sus trabajos y a sus clases y se congratulen entre sí diciéndose "Ganamos": ¿cuál era el objetivo? ¿qué "ganaron"? ¿y quiénes ganaron?

26.8.17

¿Contra el exilio?

En el Número I de la Revista Alastor (Octubre 2016), la poeta Oriette D'Angelo publicó una reflexión titulada "Contra la palabra exilio", donde intenta acercarse al uso (o abuso, o mal uso) de esta palabra, así como su carga semántica. Aquí elaboro algunas reflexiones que conversan con su texto.

No es lo mismo estar contra la palabra exilio, que contra "el exilio". Como sea que se le quiera designar al hecho de "irse, indefinidamente", o estar "separado de la tierra" en que uno vivía, este hecho representa un corte, una solución de continuidad entre la matriz cultural de la cual uno proviene, y uno mismo. Y es ésta solución de continuidad, este corte, lo que se problematiza cuando se desea analizar el exilio, no su denominación.

Por otro lado, no creo que aporte mucho al estudio la distinción sugerida por D'Angelo de "El exilio, marca registrada". Porque: ¿qué no está registrado hoy en día? También podríamos decir "El cosmopolitismo, marca registrada", o "Los arraigados, marca registrada", o "El cuerpo, marca registrada". Hard-boiled, Multiculturalismo, "Pluralismo"... Y así podríamos continuar. Al registro de la marca no le importa la marca, le importa el proceso de registro. Una vez creada la marca, el fluir del mercado proveerá su elegante lubricación fetichista, en cuya faringe ya se agolpará el consumidor nato.

Tampoco creo que estar en contra de "el exilio" represente estar en contra del nacionalismo, como bien podría atestiguarlo Edward Said, por poner un ejemplo. ¿Uno estaría en contra de la palabra "exilio" porque uno está en contra del nacionalismo? En el juego arraigo-nacionalismo-desarraigo confluyen elementos de profunda tradición y largo alcance, juegos identitarios, juegos de poder cultural y representación simbólica, bastante más serios que la posible vanidad o abuso del trademark "soy-exiliado". Sin mencionar aquí que el nacionalismo tampoco es algo contra lo que uno "pueda estar". El nacionalismo funciona; no es un corpus epistemológico que esté allí para ser verificado, o para ser denunciado simplemente como "falso", como fibra limitante de nuestro totipotencial quehacer humano.

La matriz cultural de la que provenimos cambia mientras no estamos; de allí que nuestros escritos sobre la performance de esta matriz empiezan a observar un poco de luminosidad trascendental -común a cualquier cultura- y un poco de delicioso ejercicio forense. La cuadra de nuestro barrio no se sentará a esperarnos, y su performance muere con nosotros, con los que nos fuimos, no con los que están allí, que son ya la cuadra de nuestro barrio; estos no necesitan de esa performance para serlo.

Menos veo productivo, en cuanto al análisis del exilio, el querer distinguir si ha sido uno el que se fue voluntariamente, o si se es perseguido político. Más que análisis o réplica, esto amenaza con instalar un concurso de sufridos, donde se adquiere el derecho a la categoría en base a los tormentos sufridos, o una especie de Top Ten de tragedias. En todo caso, si nuestro hijo pierde una mano, ¿le es relevante al dedo pulgar el que nuestro niño se haya automutilado a propósito, o en cambio por el descuido de un gentil hachero?

No es necesario irse para estar en el exilio, así como no es necesario estar para ser un auténtico paisano. No tiene ningún mérito per se ser la mirada más cosmopolita y nutrida, por poner un extremo, como tampoco lo tiene el gauchismo o la criolledad más esofágica y rancia, por poner otro.  Entonces, ¿cuáles son las utilidades analíticas y críticas del exilio?

Creo que las posibilidades del debate podrían ser fructíferas, sobre todo cuando hoy en día parece que es casi imposible "irse": no debemos preocuparnos, no nos hemos ido, el mercado mediático siempre está con nosotros, listos a proveernos medios de acceso a la cuadra de nuestro barrio. Podríamos preguntar: si el exilio implica una solución de continuidad entre esa matriz cultural que nos produjo y nosotros mismos, ¿podemos corregir ese corte a través de las prótesis tecnológicas actuales? ¿Y de qué matriz cultural hablamos, como para que sea corregible con nuestras riquísimas prótesis? ¿Qué le ocurre al cuerpo de nuestra lengua, a los signos de nuestro barrio, cuando escribimos para otra lengua, para otro signo? ¿Y cómo repercuten nuestros cuerpos estéticos hoy en aquellos?

Estas preguntas, entre otras, podrían ser disparadores más acordes, más útiles. Estar "en contra" de la palabra exilio (y operar la falacia de que en verdad podemos estarlo) creo que nos aleja de ellas, y lo que es peor, al querer simplificar su génesis, las invisibilizan; enmudecen las preguntas que deberían venir después.