En
la edición de Brecha del 7 de septiembre 2018, el sociólogo Rafael Bayce
publicó en la Contratapa un artículo titulado Por la plata baila
el mono, donde reflexiona sobre las repercusiones que trae la
reciente intervención de la FIFA sobre la Asociación Uruguaya de
Fútbol (AUF). Bayce hace un brevísimo racconto
de la evolución de “lo nacional” y cómo este ideologema ha sido
vaciado, llenado y vuelto a vaciar en su devenir histórico, hasta la
situación de “traslocalidad transnacional” encarnada en órganos
como la FIFA que, sin acoplarse a las legislaturas nacionales,
interviene instituciones autoproclamadas “nacionales”, como la
AUF.
Al
final del artículo, Bayce se dedica a evaluar cómo
deberían estar integrados los órganos rectores del fútbol;
y es llamativo cómo se despacha de un sinnúmero de falacias para
descalificar, insultar y deshumanizar a los principales protagonistas
del fútbol: los futbolistas.
Reconoce
que tienen "derecho a defender sus derechos de imagen y de
arena", y a tener “voz” en
los órganos rectores donde, hay que recordarlo,
efectivamente se negocia con la imagen y el producto del trabajo del
futbolista;
pero a renglón seguido considera que no está seguro que deban tener
voto porque "el
nivel medio del background
sociocultural y económico-político de los jugadores conlleva cierto
riesgo de actuación como lumpen-nuevos ricos"
(el subrayado es mío). Además de esto, utiliza el deshonesto
recurso de invocar a un pensador de prestigio como Vaz Ferreira para
acarrear agua a su molino, y
compara
a los futbolistas con unos pobres estudiantes universitarios que no
entenderían nada de educación ni tendrían la madurez suficiente
para pensarse a
sí mismos
como educandos.
Menos mal que no le hicimos caso a Vaz Ferreira y tenemos una
universidad autónoma y cogobernada.
Los
futbolistas profesionales no son culpables de no ser altruistas, como
los acusa Bayce: son trabajadores,
no miembros del
voluntariado de psicoterapia nacional. Que nuestras industrias
culturales capitalistas
desplacen el lugar de lo político y lo vuelquen a los deportes
profesionales -entre otros campos de batalla cultural- no es porque
los futbolistas pese
a que su carácter de ídolos populares puede[n] hacer engañosamente
pensar que sus intereses son altruistas: los de la gente y del país;
es por una inteligente estrategia capitalista, con un fuerte
contenido ideológico, y que además hace circular capital por el
mercado de la cultura.
Y sí,
los
futbolistas velarán
por sus propios intereses, como todo trabajador, ¿por
qué estaría mal eso? Claro, no
pueden determinar cómo se organiza, distribuye, revende, commoditiza
y fetichiza el producto de su trabajo, que es lo que no mencionó
Bayce. Que un trabajador no tenga el poder de determinar la valía de
su producto es algo que,
de 1848 para acá, ya
debería de sonarnos bastante familiar. Para Bayce los futbolistas
son
igual de egoístas y cerdos (“monos”, los llama él) por no
contentarse con renunciar a este poder,
a pesar de ser los productores de eso que llamamos “fútbol”.
No
esperaba encontrar un argumento tan clasista, retrógrado y
colonialista en este semanario como el que esgrime Bayce, quien dice
que no podemos confiar en los futbolistas porque existe el riesgo de
que se comporten como lumpen-nuevos ricos. Habría que señalarle a
Bayce
que
la gerencia y negocio del fútbol está lleno de lumpenburgueses,
los de aquí y los de allá, y que en todo caso si los futbolistas
fuesen esos andrajosos desclasados ignorantes que él aduce que son,
sólo se estarían integrando
al gremio,
como quiera que los dirigentes del fútbol no son los Ángel Rama de
la educación física.
A
Bayce se le escapa la liebre con las comparaciones con los
estudiantes universitarios
o
con la de niños de guardería. Si ya Bayce calificó a los
futbolistas de monos estúpidos e ignorantes que a lo sumo “pueden
contratar asesoramiento profesional” -como si la inteligencia de un
pensamiento estuviese en la teórica profesionalidad de quien lo
emite-, no sorprende que reduzca sus inteligencias a las de niños de
guardería que deben ser velados por el panóptico guardián de la
AUF.
Es
una vergüenza que este tipo de descalificaciones falaces y
generalizaciones clasistas y colonialistas hacia un tipo de
trabajador, como lo son los futbolistas, aparezca en cualquier
conversación de mesa de billar, o en cualquier medio de prensa. Y que este nivel de generalizaciones y de ejercicio libre de la imbecilidad por parte de un sociólogo doctor y Grado 5 de la Facultad de Ciencias Sociales es... breathtaking. Demuestran
el poquísimo rigor intelectual y autocrítica que tiene el productor
del artículo. Y derrota el mismísimo argumento que intenta
demostrar: ser un “asesor profesional” como podría ser Bayce no nos
garantiza la inteligencia ni la sensatez; antes bien, parece más bien que nos asegura una tribuna desde donde lanzar nuestro vómito.