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La
Generación Castrada
En
el 2012 recibí con cierto escepticismo la noticia de la puesta en
marcha del ciclo de charlas conocido como #Los2000,[1] charlas con escritores y poetas que toma como estructura base la
propuesta de “Generación del 2000” e indaga sobre ella.
Mi
escepticismo no estaba fundado en el ciclo en sí, es decir, en el
evento; todo lo contrario: me parece muy pertinente sentar a la mesa
y el micrófono a los escritores emergentes, tornarlos visibles,
protagonistas de la historia personal que subyace bajo la superficie
de sus libros. Claro, no faltará la voz que acusará el ciclo de
“autobombo”, ni extrañaremos aquél que pregunte “¿Qué han
escrito estos para estar allí?” con su espinosa sed de medallero y
meritocracia. Pero juzgar que estas historias personales no sean
valederas o pertinentes en base al mérito literario y las medallas
de una literatura que apenas comienzan a desarrollarse, es de una
mezquindad y de una miopía política cultural acalambrante. Así que
en ese sentido celebro este ciclo y sus protagonistas.
Mi
escepticismo corría principalmente por cuenta de lo que se estaba
presentando como el producto intelectual de fondo: “la generación”.
Para la gran mayoría de los jóvenes escritores nicas que conozco,
este producto intelectual “generación” es, a sus ojos, de una
inocuidad y una inutilidad cultural tal que discutir su aparición no
merecería ni molestarse. Hay una reducción del producto
“generación” a una especie de item de checklist supermercadista
que deberán estudiar los críticos literarios en un momento futuro;
no falta la cretinización del producto “generación” como mero
juguete o lujo -uno más- de las élites culturales, juguete que por
supuesto no tendría ninguna relevancia analizar; y en general flota
una desaprensión analítica y un desentendimiento de la cuestión,
queriendo dejarla librada al azar que los institutos culturales le
impriman en el futuro. Lo más grave es que, con algunas excepciones
de calidad, casi no existe un registro histórico de esta digestión
cultural por parte de los escritores emergentes: muchos son
prolíficos,
rabiosos y bravucones comentaristas de facebook, pero silenciosos y
frígidos bombarderos del espacio público, que es el que cuenta.
Es
cierto: concuerdo que al fin y al cabo, “generación sí” o
“generación no” es ya casi una meta trivial del presente; como
episteme
puede aportar poca cosa a la cultura de Nicaragua.
Sin
embargo, son
las
razones
por las que lo “generacional” como producto acabado no tiene
importancia lo que encarece todo el proceso. A la cultura de
Nicaragua no le es cara la Generación del 2000 como producto
cultural, pero le es carísimo el porqué.
Un
espacio vacío
Desde
mi punto de vista, la
principal razón del alto precio de este porqué radica en que lo
“generacional” está vaciado de toda utilidad política real.
No sabemos qué utilidad política volcar en el locus “generación”,
o cómo articularla, si es que es dable hacerlo. Revolotea en el
ambiente cierta actitud de "Si hay una generación, ¿qué? Y
si no la hay, ¿qué? también".
Escuchamos
"política y literatura", y las respuestas que podemos
encontrar, en los discursos predominantes de los escritores
emergentes, se basan en equiparar la literatura que se "contamina"
con lo político con la literatura panfletaria o con la experiencia
del realismo socialista soviético. Según estos discursos, la
literatura no podría estar comprometida, excepto con la estética, o
con el proyecto de realización personal de turno en que se ocupa el
escritor; en todo caso, si se comprometiere, con lo último que
debiere hacerlo es con la política, porque eso equivaldría a
denunciar malos gobiernos, partidos políticos patoteros, o a colocar
la literatura al servicio de "una ideología". Nunca
piensan, por ejemplo, que quizá la literatura esté muy comprometida
con el proyecto político conservador del neoliberalismo pragmático
actual, que sus ideologías sean el libremercado, la industria
cultural y la democracia representativa burguesa, por poner unos
ejemplos, o la ideología del patriarcado machista, la segregación
costeña o la reproducción colonialista de la cultura, por poner
otros.
Parece,
entonces, que entre la gran mayoría de los escritores nicas
emergentes, los aportes de nuevas ideas, como las del análisis
crítico del discurso,
o de los estudios culturales, no existen, o si existen no son dables
de atender en Nicaragua. Los escritores estarían ocupados en ser,
en ser mucho. Incluso las ideas de importantes pensadores, más
alejados en el tiempo pero no en lo actual, como Theodor Adorno o
Raymond Williams, yo no las he visto pasar en sus discursos. Los
referentes políticos en literatura se reducirían a los ejemplos de
Ernesto Cardenal, Leonel Rugama, o Roque Dalton; de estos se avisa
que sus proyectos literarios están acabados, y de allí se parte a
despachar en una masacre el universo de lo político por entero. Uno
está tentado a indagar si en esos escritores completamente vueltos
sobre sí mismos y protegidos en la marsupia del esteticismo no hay
más que una evidente castración política.
Reasignar
lo político
No
voy a negociar con los conceptos de "generación" de Ortega
y Gasset o con los de otros; no es mía la invitación a parecerme a
estas descripciones ajenas, menos para una categoría actualmente
vacía. En mi
concepto, "nuevas generaciones literarias" no es más que
otro nombre de nuevas
formas de hacer política cultural con la literatura.[2] Por
supuesto que hay una gigantesca inversión estética
en esta empresa. Es más, deberíamos decir que precisamente esta
enorme inversión estética es la que habilita la obtención de esa
crítica política, porque es el vehículo con el que releemos toda
la tradición que nos antecede, la recontextualizamos y la relanzamos
en el presente como parte del imaginario colectivo.
Pero
una empresa estética sin una guía crítica política, que por
ejemplo empiece a interrogar el material ideológico que utiliza como
punto de partida, es como una cola de lagartija recién cortada por
un chavalito necio: se contrae incesante de aquí para allá y se
convulsiona hasta que las señales eléctricas nerviosas se secan. No
es que el esteticismo a ultranza no tenga un proyecto político:
claro que lo tiene; sólo que ese proyecto político ya lo conocemos,
y es el del conservadurismo neoliberal,
donde los límites de la política están fuertemente repasados a
crayola, para evitar que con nuestra actividad "privada"
-supuestamente, esta vendría a ser la literatura- la invadamos.
Entonces,
debatir si hay una generación o no -para mí- poseería utilidad
únicamente si la cancha de lo político se reabriese.
Aun así -es bueno concederlo-, la utilidad de este debate sería
reducida, en el mejor de los casos, porque "ser una generación"
no es tampoco una tarea escolar. Pero si
la consecuencia de ese debate es la reapertura de lo político para
la literatura, para el escritor, entonces el debate, éste, o un
sucedáneo, debe darse.
Aunque los resultados específicos historiográficos [léase, los
eventuales opus
magnum
de estos escritores] no impliquen una de esas tan ansiadas medallas
que desean los hambrientos meritócratas, es esta consecuencia la que
hace pertinente la discusión, no la etiqueta o la franquicia
resultante: "generación tal".
Reasignar
lo estético
La
macrocefalia del esteticismo petulante de buena parte de los
escritores nicas emergentes, antes que un progreso en la historia de
la sensibilidad del país, es más bien un síntoma -otro más- de la
neurosis que los pichones de élite cultural manifiestan frente al
modernismo de mercado. Sus salmos son los de "la Creación",
la originalidad, la posteridad, y toda una parentela de conceptos
salomónicos que conforman un mesianismo intelectual e inmanentismo
artístico. Raro
es el caso de escritores emergentes que ubiquen al frente de su
proyecto la
crítica.
Pero entre tanta rebeldía administrada, entre tanto "bravucón
de facebook" y entre todo ese canto al "Déjenme ser"
poético: ¿qué proyecto crítico se está contruyendo? ¿Sería
hasta ahora el único proyecto el de reemplazar las élites
culturales, a medida que se van retirando de la escena, con nuestras
"nuevas producciones", "nuevos libros", "nuevos
universos", nuestro nuevo "Ser-que-es-al-fin-dejado-ser"?
Difícilmente transformemos el panorama cultural nicaragüense si quienes pretenden hacerlo desean, al mismo tiempo que aportan sus "nuevas producciones" y renegocian el canon, mantener los privilegios de élite cultural. Los escritores que vienen del bullpen creyendo que estamos en el primer inning rara vez podrán, redes sociales y todo, escapar de la todopoderosa administración cultural imperante. Y es que los institutos que modulaban culturalmente obras como las de Dalton, Rugama y Cardenal, han sido mejorados y refinados de una manera fundamentalista por el sistema, y es esto lo que no entienden los nuevos escritores que piensan que la política hoy se reduciría a reescribir cuentos como "Charles Atlas también muere", o libros como Oráculo sobre Managua. Si algo colocó en el centro del debate un libro como Amusing Ourselves to Death, de Neil Postman es, precisamente, este fundamentalismo cultural.
Militar,
no delegar
En
mi opinión, creo que el escritor nica emergente tiene que, de manera
casi obligatoria, militar culturalmente. No por principio, si es que
existe algún tipo de prurito a cualquier idea que pueda parecerse a
una ética literaria,[3] sino porque las coyunturas históricas así lo exigen. Las
inversiones que haga en su empresa poética personal son
valiosísimas, pero no autosuficientes.
La
esencia
del objetivo que esta militancia presenta no ha cambiado, a saber,
establecer una crítica al poder. Esto tiene
que estar en el trabajo del texto.[4] Lo que ha cambiado son los modos de establecer esta crítica. Ya no
existe entre nosotros la era de los grandes-relatos-históricos,
holísticos, unitarios; así que es obvio que es imposible hoy
ejecutar en nuestro cuaderno una obra políticamente comprometida a
lo Dalton.
Ya no es "el Partido" el instrumento de militancia, ni la
verticalidad su dinámica; es más, ni siquiera el "centro"
es un centro.
Y sí: ya no podemos escribir
Comunismo
o reino de Dios en la tierra que es lo mismo[5]
Así
que llamar a la crítica política como guía que estructure la nueva
literatura no es llamar a que "el Partido" fiscalice el
contenido de nuestro libro. Porque no podemos olvidar que aún
tenemos el
gran
relato histórico: el
mercado.
El "gran-relato-histórico" que nos anunció Lyotard que
había desaparecido no desapareció, sólo se volvió natural, se
tornó invisible, podríamos decir, en términos adornianos, que se
hizo ideología.
Huelga
decir que en este mercado cultural todo está commoditizado, incluida
la estética, ésa que es la actual teología de aquellos escritores
nicas emergentes en cuya rebeldía administrada no cabe, bajo amenaza
de catarro, un sólo parágrafo de Marx. Así, el escritor creerá
que escribirá lo que quiera. En realidad, el escritor escribirá lo
que pueda. La crítica a esta coartación -una crítica que es
específicamente
política-
sirve como excelente punto de partida, pero no
puede estar sobreentendida,
o dejada a la vaguedad del Lector [o, peor, Espectador]. Estará en
el oficio estético del nuevo escritor nica el trabajar esta crítica
o, bueno, el de enroscarse en su juguetito creativo y teologizar la
creación artística, colocándose él, ni qué hablar, como su
sacerdote.
En
cualquier caso, son preguntas de esta índole las de fondo. La
creación e impulso de este instituto "Generación del 2000"
debería ser una excusa o punto de encuentro para formular éstas y
otras preguntas,[6] y no una mera operación nacionalista o de rescate de historiografía
literaria. En estos términos es que se juega el panorama literario
emergente.
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[2] Podemos
encontrar una línea totalmente antagónica a esta idea de relación
política-literatura en la obra de Richard Rorty. Aquellos nuevos
escritores que desean fundar en los discursos de sus prácticas
reales la separación definitiva de la política y la literatura
pueden ver, por ejemplo, Contingency, Irony and Solidarity. Rorty
nos dirá que lo público y lo privado no sólo no deben
mezclarse, sino que no pueden
hacerlo, debido a que sus lenguajes, en tanto contingencia, no son
mutuamente inteligibles. Ésta sería la base o punto de partida,
según Rorty, del verdadero poeta: el moverse tras su "ejército
móvil de metáforas" para alcanzar un nuevo conocimiento.
[3] A
la mano del esteticista fundamentalista siempre está el argumento
de que cualquier idea que siquiera se asemeje a un imperativo ético
no sería más que una hipocresía enmascarada -si es necesario, se
puede usar la acusación de ser "políticamente correcto"
o "políticamente incorrecto", dependiendo del trend
que esté en boga-, y
que por lo tanto el despilfarro estético y la exuberancia típicos
del esteticista fundamentalista son rasgos de autenticidad que, como
es obvio, debe ser celebrada.
[4] De
entre los escritores nicas emergentes, dos libros paradigmáticos
que he leído y que, a mi juicio, encarnan modos de esta urgentísima
crítica, son Sin luz artificial,
de María del Carmen Pérez Cuadra, y El patio de los
murciélagos, de Luis Báez.
[5] Canto
Nacional, de Ernesto Cardenal.
Editorial Carlos Lohlé, 1973, página 53.
[6] Preguntas
como ¿Cuál es el rol de la cultura popular en la obra de estos
escritores? ¿Cómo es trabajada la cultura popular? ¿Cuál es la
nación nica imaginada o sobreentendida en estos escritores? ¿Está
problematizada "la patria", "el patriota"?
¿Quién hará visibles qué conflictos sociales [las clásicas
reivindicaciones de clase, raza y género] y en qué términos?, son
algunas de las que se me ocurren. No creo que haya que esperar a
tener un Ph.D. para poder compartir entre nosotros un diálogo sobre
esto.